El templo de Isis, soportado por las arenas del desierto. La diosa Madre sostiene sobre su regazo al hijo engendrado por el Misterio. De su leche nutricia el Nilo se alimenta y toda la tierra crece al salir el Sol. Madre eterna y fecunda, abundante como las cosechas del Delta, a ti alzamos la mirada porque tu inmenso amor es la generosidad de la lluvia, la crecida del Nilo, los humedales con garzas de largas patas y plantas de papiro: a ti la gloria y la eternidad. Isis, desde su silla de oro, se transmuta en María, en Vírgen circular que, rompiendo la línea histórica del Tiempo, sigue llegando a los templos del Mundo. Isis a ti la gloria de los hijos de la tierra, de los escondidos tras los árboles, de los enclaustrados en monasterios, de aquellos que de ti siguen naciendo.
El Sol declina sobre el horizonte de oro. En ese estado intermedio, el velo del templo se cierra, y la Madre, acunando al hijo eterno, inicia su vuelo hacia las constelaciones.