Llega la hora de salir del trabajo; ya es más de media tarde. La empleada sale a la calle, en su otra mano lleva una bolsa de plástico, color verde. Entre otras cosas hay una rosa que se asoma, ladeada y casi cayéndose al vacío de asfalto. La empleada camina cabizbaja, con cierta indiferencia. Tras sus gafas con montura de pasta color negro se esconde con timidez, un rostro amargado, serio y tristón. Su cabello parece grasiento y poco cuidado.
Es posible que la rosa que lleva en la bolsa forme parte de un juego social, de un mero ritual social.
La chica camina con apatía y al mismo tiempo con cierto ritmo psicosomático y automatizado. Su vestimenta carece de vida, de chispa, de naturalidad… Posiblemente sea de algún familiar de otra generación anterior, quien sabe.
Llega a un bloque de pisos, introduce la llave en el portal de la calle…. y empieza a subir unas escaleras estrechas. La chica vive arriba, en el sobre ático de aquella vieja escalera sin ascensor.
La rosa asomada va rozando la pared con indiferencia de la joven. Con la cabeza sigue mirando hacia el suelo, de vez en cuando levanta la vista como queriendo ver cuanto falta para llegar a su casa…
Vuelve a introducir la llave y accede a la vivienda, cierra la puerta sin hacer ruido; se deja caer en el sofá, se lleva las manos a la cara, resopla como de cansancio o hastío, se pone a llorar, posiblemente de impotencia, de represión, de domesticación, de amargura….
La casa está vacía, puede oírse un reloj de pared de los de antes, de los que hay que conservar porqué eran de alguien de la familia, de los que hay que conservar para atarse al pasado.
La joven tiene el móvil apagado desde hace varios días, sabe por experiencia que nadie la telefoneará…. ¡pero! lo despierta… hay un mensaje… es una oferta comercial… Lo vuelve a apagar, posiblemente hasta dentro de varios días.
La joven ha dejado la rosa de cualquier manera sobre la mesa del comedor… Coge un ordenador portátil que tiene y lo enciende…. escribe algo en el Google. Aparecen varias oportunidades y elige una cualquiera, es un portal de poesía, cuentos, relatos llamado Vorem, allí se encuentra con un relato titulado “La chica de arriba “, empieza a leerlo. Pero se oye algo, parece como un timbre, se levanta y abre la puerta de la calle con el portero automático, se mira el reloj y precipitadamente va cerrando la página que estaba leyendo, hasta apagar el ordenador…
¡Alguien sube! Debe ser su tía, la que lleva una pierna ortopédica, que camina con una muleta, que tiene cara de pocos amigos, que está soltera y viste con ropas grisáceas… que ha llegado a la casa. Ciertamente, así es y su joven sobrina a la que le había dado tiempo de coger una escoba y fingir que está barriendo se muestra callada y obediente.
La Tía pronuncia una “Hola” seco, frío, sin gracia alguna, con cierta monotonía, con cierta amargura…
Y su sobrina sin dejar de mirar al suelo contesta con un “Hola” flojo y tembloroso, con ganas, y poca energía para hacer su propia vida, de vivir su propio tiempo, de vivir sus propios aciertos y errores.
Media hora después subirá la vecina del cuarto a tomar café, a cotillear y llenará la cabeza de la chica de atractivos aburrimientos y banalidades, a las que tendrá que seguirles la corriente, aunque a nadie le importe lo que realmente necesita esa joven criatura a la que poco a poco han hipotecado su porvenir presente. Y que en sus manos temerosas y bondadosas está el levantarse y empezar de nuevo.
¡Anda niña, prepara un café que ya está aquí la señora Pepa!
Yo subía a su piso y me llevaba al mio invitándole a leer el relato de “La chica de arriba”.
Maravilloso!.
Saludos