La cárcel (por Olavi Skoda y José Orero).

OLAVI SKODA:

Si hasta entonces hubo alguien que me retuviera, ahora no. No tenía ningún sitio donde volver, ni de donde salir, sólo existía el vacío.

Frente a este vacío, al principio no sabía qué actitud tomar. Mi madre había sido la única persona a quién yo le importaba y ahora estaba muerta. En realidad fue la primera muerte que me importó, ya que la muerte de ese hombre llamado “padre” no me afectó en absoluto. Sentí la desolación a mi alrededor, aunque aparentemente había huido de mi madre yéndome al mar, aún allí, yo sabía que alguien me esperaba siempre con la puerta abierta.

Si antes la vida había sido una sin razón, ahora era una locura; alcohol, pastillas y la calle de mi casa. Un día me despertaba en unas escaleras, otro día en un vagón de tren, o en una casa abandonada, otro en el calabozo o en el hospital. Crisis convulsivas y estancias en los psiquiátricos. El molino estaba en marcha, no me atrevía a echar un vistazo para comprobar la velocidad que llevaba, sólo la cárcel era una parada salvadora.

JOSÉ ORERO:

Sabía perfectamente que debía volver, por el momento que fuese, largo o corto, a aquel infierno… a seguir con mi combate… y a seguir emitiendo el verdadero discurso de la libertad. Por eso no me entró ni miedo ni ninguna clase de pavor cuando me enviaron al Departamento donde me iban a transferir las tareas más duras en aquel entonces. Y entre las máquinas de los ruidos infernales, las envidias y los celos de los “pequeño judas” volví a gritar !!!LIBERTAD!!! por ver si, de una vez por todas, me expulsaban de aquel infierno. Pero no. No estaban dispuestos a dejarme ir (yo entonces, repito, creía que nunca saldría de aquel cerco mortal) y me castigaron al escondido rincón de los más despreciados del Banco. Aún así, cogí mis intrumentos de trabajo y seguí sonriendo entre aquellos desterrados que me miraban como un “pequeño héroe” cuando yo sólo quería abandonar. Tirar definitivamente la toalla mientras mis dedos se llenaban de sangre, mi frente se llenaba de sudor y hasta alguna vez mis ojos se llenaban de lágrimas. Pero volví a escuchar la voz del Señor Sabio de arriba: “!Aguanta, Diesel, aguanta!”. Entonces fue cuando comenzó la mayor parte de mi leyenda bajo el pseudónimo de Diesel.

Recordé que todavía tenía que aprender muchas cosas más en la vida para ser el líder que yo no quería ser. Mi guerra seguía siendo otra. Y recordé lo que de niño tanto había soñado: montar en el viejo tranvía atestado de universitarios que se dirigían hacia la Complutense de Madrid. Tuvo que ser al segundo intento… pero al final lo conseguí… y monté en el viejo tren y me presenté en la Universidad Complutense de Madrid mientras mis dedos seguían fortaleciéndose en los duros, polvorientos, sucios y mugrosos ficheros de Cartonera. !En hombres de cartón nos querían convertir a los que estábamos allí desterrados!. Pero no. Éramos demasiado hombres como para no conocer nuestros límites y por eso los sobrepasábamos y llegábamos más allá que el resto de los finos e hipócritas empleados que se pasaban la mañana cómodamente sentados entre papeles y papeles y más papeles. A mí sólo me gustaban los papeles para escribir cuentos, leyendas, historias, novelas, reflexiones que iban surgiendo poco a poco. Y llegué a la Universidad.

Entonces sí. Entonces fue cuando la mayoría de los compañeros y anticompañeros del Banco se dieron cuenta de que era el verdadero líder de aquellos “espartanos” de la infancia… y me nombraron representante tanto alli, en el infierno bancario, como allá en la celestial universidad. !Pero no!. Los ideólogos me volvieron a despreciar y me ofertaron un lugar principal si firmaba alguna de sus ideologías. !No!. !!!LIBERTAD!!! volví a decir en voz alta entre poemas y más poemas que salían de mi imaginación. Y en vez de renunciar a mis obligaciones me bajé de las tarimas universitarias y los pisos más altos del Banco para quedarme junto a mis compañeros (amigos y enemigos) trabajando codo con codo junto a ellos, ante la desesperación e impotencia de quienes querían verme caer en la lona noqueado por sus envidias. Y seguí viviendo la libertad y enseñando a vivir la libertad a quienes trabajaban codo con codo junto a mí y a quienes estudiaban libro con libro junto a mí. No renuncié jamás a cumplir con la responsabilidad que había asumido para representarles, pero lo hice junto a ellos, viviendo como ellos, sufriendo como ellos, llorando como ellos… en aquellas cárceles cerradas a cal y canto donde querían acallar mi voz. Más mi voz, en medio de aquellas cárceles, comenzó a ser una voz liberadora.

Mi madre y mi padre seguían sin comprenderme y no me comprendieron jamás. Mi abuela que sí me había llegado a comprender ligeramente murió. Tuve que llorar como los hombres no sólo cuando ella murió sino por culpa de las “traiciones de mujer” que llegué a conocer en carne viva. Pero en el campo de fútbol mis compañeros sabían que tampoco les iba a fallar. Era un partido que teníamos que ganar a como diese lugar. y yo les dije !NO! !No lo vamos a ganar a como dé lugar sino como ganan los valientes, sin hacer trampa alguna y dando siempre la cara ante la sangre, el sudor y las lágrimas para que podamos crecer y poder saber la verdad de la vida!. Así que las cárceles fueron mi verdadera liberación.

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