Cuando el Inspector Jefe de la Policía de París, Marlon Brandy, tocó el timbre de la puerta del domicilio del investigador privado José Roberto Ortero de Jumilla, salió a abrir una joven tan monumentalmente bella que él se tuvo que sujetar al quicio de la puerta para no caerse al suelo. Tras unos breves segundos pudo recuperar la voz.
– Me parece que me he equivocado de dirección.
– ¿A quién busca usted?
La voz dulce de aquella belleza de mujer la hacía aún más sexy…
– Esto… no… me parece que me he confundido de puerta…
– ¿Se puede saber a quién busca usted?
– Esto… yo… busco al investigador privado José Roberto Ortero de Jumilla.
– Pues no se ha equivocado. Es aquí donde vive él.
– Esto… yo… no quisiera haber molestado…
– ¿Usted cree que todas las mujeres bellísimas somos iguales?
– No… no quisiera haber ofendido…
– Soy la joven esposa del investigador privado que está usted buscando y espere un momento en la sala de estar a ver si le puede recibir o tendrá usted que venir otro día.
Marlon Brandy, totalmente acomplejado, bajó ligeramente la cabeza y siguiendo los pasos de aquel bombón de mujer, entró en la sala de estar.
– Puede usted ojear los periódicos y las revistas mientras espera. No siempre atiende a todos los clientes.
– Digale, por favor, que soy el Inspector Jefe de la Policía de París.
– ¿Cómo se llama usted?
– Alain Marlon Brandy Delon pero mis amigos me conocen sólo como Marlon Brandy.
– No crea usted que por ser el Inspector Jefe de la Policía de París tiene alguna predilección por parte de mi esposo. A él no le deslumbran ni los cargos políticos ni ninguna otra clase de cargos. Por rechazar hasta rechazó una investigación que le proponía el actor Duncan Douglas Junior cuando intentaba espiar a su tercera esposa. Y eso que le ofrecía hasta 200.000 dólares por ocuparse del caso.
– Esto… espero… espero…
– Pues siéntese cómodo porque quizás tenga que esperar usted toda una hora entera para ser atendido. Si quiere le puedo ofrecer un té. Le noto demasiado nervioso.
– Esto… sí… si puede ser…
– Pero tendrá que servírselo usted mismo. Yo me limito a traerle el agua caliente, las bolsitas , el azúcar y la cucharilla. No le puedo servir personalmente. Me lo tiene rotundamente prohibido.
Marlon Brandy recuperó el dominio de sí mismo…
– ¿Es que su esposo es machista?
– No. Lo que sucede es que valora mucho lo que tiene para toda la eternidad y no como otros.
– Ya. Ya voy comprendiendo.
– Pues espere a ver si consigo hacer que le atienda. Le veo bastante apurado y me da pena decirlo.
– Por favor. Es algo muy urgente.
– Siéntese y pongase a leer un buen rato. Intentaré que pueda atenderle hoy mismo.
– Muchas gracias…
– Angeline Castell Rouge. Me llamo Angeline Castell Rouge. Pero no soy francesa.
– Muchas gracias…
La jovencísima, bellisima y escultural jovencita esposa del investigador, dejó sentado al Inspector Jefe, volvió con todo lo que había prometido y se marchó de la sala sin decir nada más. Marlon Brandy se quedó como aturdido. Hasta que se sirvió el té, calmó los nervios y ojeó entre el montón de prensa y revistas. Le llamó poderosamente la atención la portada de “Las Quimeras de Mercurio”. Destacado, en letras más grandes que las demás, se leia: “Boceto de una mujer en deshaucio”. Picado por la curiosidad, mientras dio un largo trago a su té, buscó el artículo. Estaba firmado por “Joro” y se refería, ¡que gran casualidad!, a Mary Patricia Plangman, aquella Patricia Highsmith, que tanto le había hecho sufrir. Así que se desaflojó el nudo de su corbata, estiró las dos piernas y comenzó a leer:
“Patricia cometió muchos errores a lo largo de su vida. Hablo de la mujer y no de la escritora. Hablo de Mary Patricia Plangman y no de Patricia Highsmith. Hablo de un ser humano que no se entendió nunca a sí misma. Es cierto que no tuvo una infancia normal; que nació de un error, pero los errores existen para poder hacernos más fuertes y para aprender a luchar mejor contra lo que se opone a nuestra realización personal. La infeliz infancia, adolescencia y juventud que tuvo que vivir, puede ser achacada a circunstancias ajenas a su voluntad pero la voluntad es la que nos hace o nos deshaucia. Una mujer como Mary Patricia debía haberlo sabido entender cuando su otra personalidad brillaba a tan alta altura”
“Es posible que la madre de Mary Patricia fuese culpable y eso creó un vacío existencial en una mujer que llenó su vida de novelas para tapar el “agujero negro” de su propio universo. Y es nuestro propio universo el que debemos saber explorar para conquistarlo con arreglo a la verdadera naturaleza de nuestra condición humana. No es precisamente odiando a una madre, por muy imperfecta que sea, cómo podemos solucionar nuestros problemas dentro de la intimidad de nuestros corazones. Mary Patricia fue voraz. Psicológicamente apuñaló a su madre y, de paso, comenzó a rechazar su condición de mujer en el mundo de los hombres. La mente humana puede jugarnos estas trampas. Siendo atractiva lo tenía mucho mejor que otras millones de mujeres que nunca renunciaron a serlo a pesar de las circunstancias. Los hombres no tenemos la culpa de que algunos de nosotros no sepan ser hombres, tal como sucedió con el padre desconocido de Mary Patricia”.
“Tanto rechazó la ausencia de un padre inexistente que hizo inexistentes al resto de los hombres. La terapìa a seguir no es inventarse un nombre más o menos “claro”. La terapia comienza por aceptar que la Naturaleza es la que nos indica el camino. Pero no. Mary Patricia se enganchó al alcohol mientras que Claire Morgan le sirvió de subterfugio para tapar su impotencia. Cada vez que tuvo relaciones con otras mujeres tan deshauciadas como ella fracasó en su vida sentimental. Ni tan siquiera la satisfizo Marijane Meaker, otra extraviada más en el universo de las que no se saben quiénes son en realidad. Quizás se hizo mártir de una causa cuando llegó a decir “me alegra pensar que este libro le dio a miles de personas solitarias y asustadas algo en qué apoyarse”. Pero yo me pregunto ¿qué apoyo puede ser más valioso que el que nos sirve para fundamentar lo que somos en vez de lanzarse a la vorágine de los desconciertos? Y es desconcertante, totalmente desconcertante, que una bella mujer prefiera la compañia de los gatos y, para mayor confusión, de los caracoles, en lugar de un hombre que la hubiese rescatado del precipicio al que se lanzó por no saber superar los odios. Los odios destruyen pero, antes de destruir, te deshaucian. Por eso Mary Patricia fue insigne como escritora pero como mujer no llegó a ser ni tan siquiera la milésima parte de lo que pudo haber sido. Su misantropía fue su deshaucio. Y el alcohol la tumba de su felicidad aunque la gloria le rodeaba por todas partes. ¿Qué gloria? ¿Qué éxito? ¿Qué triunfo? ¿Qué verdad? Culpas y mentiras. Depresiones, pesimismo, ambigüedad moral y relaciones sexuales equivocadas. Convertida en la lésbica “Carol” su fracaso consistió en no saber cuánto pudo haber valido como mujer en el mundo de los hombres humanos aunque ninguno de ellos hubiese sido Graham Greene”
Marlon Brandy cerró “Las Quimeras de Mercurio” pausadamente, la depositó de nuevo sobre la pila de periódicos y revistas y se quedó pensativo…
– Pues lleva razón este tal “Joro”…
– Inspector…
Aqeulla dulce y sexy voz hizo que volviera a reaccionar saliendo de su ensimismamiento mientras ella le seguía deslumbrando del todo.
– Perdón. Estaba distraído.
– Vengo a decirle que ya puede entrar en el despacho de mi esposo. Le está esperando.
– ¡Gracias! ¡Comprendo que una mujer como usted consigue todo lo que se propone!
– Pues no me dé las gracias tan rápido porque ha sido él mismo quien ha aceptado tener la entrevista con usted. Yo sólo le he anunciado su visita.
– Pero con la mirada de esos ojos nada es imposible.
– Tenga mucho cuidado con lo que me dice.
– ¿Es que es muy celoso? ¡Le comprendo del todo!
– Se equivoca usted totalmente otra vez. José Roberto no tiene nada de celoso. Soy yo misma quien no acepta piropos gratuitos y no lo tome a mal, Señor Jefe Inspector de la Policía de París. Sé que estoy muy buena y no necesito que nadie, excepto mi esposo, me lo haga saber.
Marlon Brandy pudo por fin levantarse y comenzó a anudarse bien la corbata.
– No se preocupe tanto por el nudo de la corbata. Ni tan siquiera se preocupe por la corbata.
– Es que… las normas de la educación…
– Corte el rollo de las normas de la educación porque tampoco me interesa ese rollo a mí en estos momentos. Mi esposo sólo usa corbata dos o tres veces al año y es porque se lo pido yo. Ahora mismo está sin corbata porque a él no le interesan lo más mínimo a la hora de trabajar duro. Por no importarle no le importan ni las corbatas del billar.
– Jejeje. Buen chiste.
– No es un chiste. José Roberto pasa olímpicamente de los chulos de los billares y en cuanto a los futbolines prefiere mil veces pasar horas enteras jugando al fútbol que perder el tiempo jugando al ridículo futbolín. En realidad a mi esposo sólo le interesa jugar a las bolas conmigo.
– Entiendo que no es un chiste.
– Entiende bien porque es la verdad. Pero deje de querer ligar conmigo porque soy una fruta prohibida y de mi fruta sólo come él.
– Perdone… no quise…
– Ni yo tampoco quiero… así que vaya ya a la entrevista o no volverá a tener otra oportunidad como esta en cien años más. Puede pasar sin llamar a la puerta.
Marlon Brandy salió de la sala, recorrió un pequeño pasillo y se encontró con el despacho del investigador privado que tenía un vaso de caña lleno de café con leche en la mano.
– Siéntese por favor. Disculpe lo del café con leche pero me lo acaba de servir mi esposa.
“Qué suerte tiene este bribón”, pensó para sus adentros el Inspector jefe de la Policía de París.
– Discúlpeme usted a mí, por favor; pero todavía estoy sorprendido.
– ¿Qué le ha sorprendido tanto?
– Que está usted todavía mcuho más joven que la otra vez que nos conocimos.
– Pues yo le veo a usted algo desmejorado y bastante pálido. ¿Le sucede algo malo?
– No. Ha sido por culpa de la impresión. ¿Puedo preguntarle algo aunque sea muy osado por mi parte?
– No se preocupe. Pregunte lo que quiera. Yo también soy muy osado como ya habrá comprobado.
– ¿Ese bombón de chavala es de verdad su esposa?
– Ese bombón de chavla no es solamente mi esposa que, por cierto y para decir la verdad, es la única esposa que tengo y que tendré hasta la eternidad, sino que, además es mi guardaespaldas.
– ¿Qué me está diciendo? ¿Ese bombón de mujer es su guardaespaldas?
– Pues aunque no lo parezca, ni se lo crea usted, es la verdad. Sabe practicar toda clase de artes marciales.
– ¡No es posible! ¡Pero si parece un ángel!
– Cierto. Se llama Angeline.
– ¿Y quién ha podido eneeñarle toda clase de artes marciales?
– Está usted hablando con su maestro.
– ¡Repámpanos! ¿Usted le ha enseñado toda clase de artes marciales a su esposa?
– Pues sí. ¿Es algo malo o ilegal?
– Es increíble…
– Pero cierto. Y ahora le pregunto yo a usted. ¿Ha venido hasta aqui para hablarme de mi esposa o para contarme algo mucho menos interesante pero que yo no conozca?
– Perdón, Ortero, he venido por un asunto muy especial.
– ¿Algo que tenga que ver con mi profesión de investigador?
– ¿Qué clase de investigaciones lleva usted a cabo?
– De todo tipo. Ahora mismo estoy investigando en el Museo del Louvre un asunto sobre La Madre Catalina.
– ¿Un artículo de prensa quizás?
– Sí. Digamos que es un artículo de prensa.
– ¿En qué periódico trabaja usted?
– En una revista siempre tengo hueco para mis trabajos como periodista.
– ¿Además de investigador usted es periodista?
– Añada usted lo de escritor y habrá dado en el clavo. Y ahora cuénteme qué ha venido a tratar conmigo.
– Quiero que trabaje para mí.
– Yo no trabajo para nadie. Soy independiete y autónomo y no voy a dejarlo de ser nunca.
– Perdone. Me he expresado mal. Quiero decir que le estoy pidiendo que trabajemos los dos juntos.
– ¿Algún caso policíaco?
– Sí. Pero muy original. Se sale de lo normal y busco al mejor investigador que se encuentre en París para colaborar conmigo en esclarecer lo sucedido.
– ¿Cuánto me ofrece?
– ¿Le parece bien 100.000 euros si lo resolvemos?
– 200.000 euros si lo resolvemos y 100.000 euros si no lo conseguimos resolver. Tenga en cuenta que tendré que dejar de investigar el asunto de la Madre Catalina y eso me hará perder dinero.
– Lo comprendo. Acepto el reto. Pero para hablar de este asunto prefiero hacerlo en otro lugar y a solas.
– ¿En dónde?
– ¿Qué le parece el Café de la Nueva Atenas?
– De acuerdo. Pero ella viene con nosotros.
– ¿Su esposa?
– Sí. Mi esposa. Si ella no participa en el caso yo tampoco.
– ¿Están ustedes tan compenetrados como para poder trabajar juntos?
– Mucho más de lo que usted se imagina.
– Está bien. Una mujer tan bella puede ayudarnos mucho.
– Se equivoca usted, Brandy, porque no va a trabajar con nosotros por ser tan bella sino por ser tan inteligente.
– ¡Es usted un hombre muy afortunado!
– No me puedo quejar y no me quejo. Eso sería insultar a Dios.
– De acuerdo. Trabajaremos los tres juntos.
– Vuelve a equivocarse. Ella trabajará solmente para mí aunque en el caso estemos los tres investigando.
– Pedone, detective Ortero. Otra vez lleva razón. A alguien como ella hay que saberla proteger.
– No lo hago solamente por eso sino que, además, es totalmente cierto, verdadero y real, que es super inteligente. Muy inteligente.
– Entonces vamos los tres al Café de la Nueva Atenas y por el camino me cuenta qué investiga en el Louvre. Debe ser algo interesante.
– Sí. Pero puedo esperar unos pocos días para seguir con ello si es que su asunto lo es más.
– Lo es. Le prometo que lo es.
– ¿Quiere usted tomar un oporto antes de comenzar con la tarea?
– ¿Tiene usted oporto?
– Una botella de Vintage.
– Estupendo.
– ¡Angeline! ¿Puedes venir un momento?
Al aparecer de nuevo ella, el Inspector Jefe de la Policia de París quedó más deslumbrado todavía. Que aquella preciosidad de muñeca tan femenina supìese todas las artes marciales le descuadraba todos sus conceptos sobre las mujeres hermosas.
– ¿Qué sucede, José Roberto?
– Toma una copa de oporto con nosotros para celebrar que nos vamos los tres a cenar juntos.
– ¿Algún trabajo extra?
– Le advierto que es un caso extraordinario y si se resuelve le pago a su esposo 200.000 euros.
– ¿Y si no se resuelve?
– En ese caso le pago a su esposo 100.000 euros por las molestias causadas.
– De acuerdo Jefe de la Policía pero le advierto, para que no se llame a engaño, que mi único jefe es mi esposo.
– No te preocupes, preciosa, ya hemos quedado que tú y yo investigaremos juntos.
– Si es así acepto.
Brindaron con el oporto, salieron a la Calle de los Tres Hermanos y subieron en el fabuloso Mercedes que conducía ella. José Robeto era el copiloto y Brandy se sentía ya algo más que feliz en el asiento trasero.