Cuando Angeline Castell Rouge, José Roberto Ortero de Jumilla y Alain Marlon Brandy Delon llegaron al Café de Nueva Atenas salió a recibirles, en persona, Charles Saura Renoir que, por cierto, era descendiente de españoles por parte de padre pero su madre era pariente lejana del pintor Renoir. Charles se fijó en el bellísimo rostro de Angeline.
– ¡Dios mío! ¿Es posible que tanta belleza se digne venir a cenar aquí?
Le atajó, directamente, José Roberto.
– No solo es posible sino que es verdadero.
– Ante esta belleza sólo se puede pensar que merece la mejor mesa del Café.
Así fue como los tres se encontraron sentados en el mejor lugar.
– ¿Les puedo aconsejar una buena cena?
Ahora el que intervino fue Marlon.
– Que sea excelente porque pago yo.
– ¡Ni hablar! ¡Esta cena no la olvidaré nunca jamás así que están los tres invitados!
– Ten cuidado, Charles, ten mucho cuidado de que no se entere tu Renata Poison Palace o es ella la que te retira a ti del negocio.
Saura decidió batirse en retirada.
– Para darles la bienvenida les serviré un vino dulce de Oporto, o si lo prefieren, una mistela como el Pineau des Charentes servidos con un buen surtido de canapés. El primer plato suele ser más ligero en las cenas así que les ofrezco una ensalada y pâté Lorrain. El plato principal será en base a pescado, que puede ser merluza con arroz acompañada de pasta de legumbres con vino de Chauvignon Blanc. Y no puede faltar el queso de Gruyére. El postre será, como homenaje a mi invitada, fresas con nata. Y lo habitual para concluir le propongo café o café con leche, según el gusto de cada comensal, mas una copa de coñac digestivo Armañac.
– No te pases de la raya, Saura.
– Creo que no me he pasado sino que la ocasión se lo merece, Brandy.
Observando que Saura, mientras hablaba, no dejaba de mirar a su chica, Ortero sacó a relucir su conocida ironía.
– Está muy bien, caballero…
Saura se dio cuenta de que estaba siendo muy indiscreto…
– ¡Muchas gracias, joven! Perdone. ¿Cómo se llama usted?
– José Roberto. Conozcame solamente como José Roberto.
– ¿Tengo el gran alto honor de estar hablando con un español?
– Por los cuatro costados.
– Perdone otra vez pero es que mi padre, que ya murió, también era español por los cuatro costados y mi madre, que murió ya, era descendiente directa del famoso Renoir.
– De cual de los tres.
– ¿Es que hubo tres?
– Que yo recuerde, el operador cinematográfico Claude Renoir, el director cinematográfico Jan Renoir y el pintor Pierre-Auguste Renoir; los dos primeros nacidos en este mismo París y el pintor, aunque nació en Limoges, residió por mucho tiempo en esta gran ciudad.
– Tiene usted una proverbial memoria, José Roberto, pero yo me refiero al pintor.
– El de “Diana la cazadora”?
– ¡Ese mismo! ¿Le gusta a usted la pìntura de Renoir?
Ortero continuó con su ironía…
– A Angeline le entusiasma y, como comprenderá, todo lo que le entusiasma a Angeline es contagioso.
Saura se sintió azorado…
– Bueno… esto… sí… quizás su cuadro más interesante sea “Diana la cazadora”…
– Supongo que lo dirá usted por la belleza de la diosa.
– Exacto. Por eso lo digo.
– Tomaré nota del dato, caballero Saura, puede ser que me sirva de mucho para mi futuro.
– Bien. Lamento que tengan ustedes que esperar un rato pero quiero que la cena salga perfecta.
– Perfecta. Esa es la palabra que me ha quitado usted de la boca.
– ¿Entonces acepta este Montecristi?
– ¿Cuántos años de garantía tiene?
– ¡Jajaja! Se lo merece.
Charles Saura Renoir regaló el Montecristi a José Roberto Ortero de Jumilla y se dio cuenta que era mejor dedicarse a lo suyo.
– Bueno, José Roberto, ya podemos hablar tranquilos.
– Eso mismo pienso yo, Marlon. ¿Por donde empezamos?
– Acabo de enterarme de que es usted español por los cuatro costado.
– Pues fue de milagro, porque si mi madre, minutos antes de parirme, hubiese ido a visitar a una vecina unos metros más al oeste yo ahora sería portugués.
– ¿Es usted extremeño?
– Nacido en Badajoz pero criado toda mi vida en Madrid.
– Interesante mezcla. Conquistador y noble a la vez.
– Dejemoslo sólo en interesante nada más.
– No le haga mucho caso, señor Inspector Jefe. Cuando algo despierta su interés usa ocho sentidos en lugar de cinco.
– ¡Perfecto! ¡Un hombre así es lo que yo necesito en este asunto!
– Señor Brandy… será mejor que hablemos del asunto después de cenar… siempre me concentro más y mejor cuanto estoy tomando café con leche.
– Muy bien. ¿Puede usted contarme qué clase de investigación está haciendo en el Louvre?
– Me estoy centrando en un artículo sobre Catalina de Médicis que, como usted sabe muy bien, se casó o la casaron a los 14 años de edad, en 1533, con Enrique, segundo hijo del rey Francisco I de Francia.
– Pues con toda la información que existe sobre ella no tendrá ningún problema en hacer un trabajo de matrícula de honor.
– Yo no busco nunca lo fácil, Marlon Brandy. Es por eso por lo que me paso mucho tiempo observando cuadros donde aparece ella. Es mucho más interesante ser original que ser exhaustivo. Para conseguir una matrícula de honor hay que estar antes matriculado. ¿No le parece logico y sensato?
– Tengo que reconocer que es usted muy inteligente.
– Catalina de Médicis fue toda una Madame, Jefe.
– ¿Y de verdad no le distraigo demasiado la atención eligiéndolo para un caso policíaco?
– No importa. Tengo el artículo ya muy avanzado.
– ¿Por curiosidad es usted periodista?
– Soy periodista licenciado en la Complutense de Madrid.
– ¿Y en donde publica sus artículos?
– En una revista española titulada “Las quimeras de Mercurio”. Siempre me tienen reservado un artículo cada mes.
– He visto el último ejemplar de dicha revista en su oficinas privada. Por cierto, alguno de sus colaboradores ha escrito algo muy interesante sobre Patricia Highsmith.
– Se equivoca, Jefe. Ha sido sobre Mary Patricia Plangman. Sobre la mujer y no sobre la escritora.
– Sí. Me ha llamado mucho mi interés.
– ¿Por qué motivo?
– Porque me ha hecho pensar y he recapacitado que he estado perdiendo mucho tiempo persiguiendo una quimera.
– Solemos publicar quimeras. De ahí el título de la revista. Quimeras del pasado bajo la mirada de Mercucrio, el cartero de los dioses.
– ¡Magnífica definición! ¡Ese colega suyo apodado “Joro” debe ser un perioidsta genial. ¿Podría usted presentármelo alguna vez para conocerle? ¡Tengo muchos deseos de tener una cordial entrevista con él!
– Mucha gracias por lo de periodista genial, porque está usted hablando con “Joro”. Y prefiero que me llame solamente “Joro” mientras estamos metidos de lleno en el asunto, que debe ser un lío monumental como para entregarnos 200.000 euros si acertamos a resolverlo.
– ¡Por supuesto que se trata de un caso muy original! Y los 200.000 euros va en serio. Tambien los 100.000 si fracasamos. Si quiere comienzo ahora mismo a plantearle la situación.
– Dejemos ese asunto de lado ahora. Es mejor cenar y luego, mientras tomamnos el café, podemos entrar en materia.
– ¿”Joro” siempre actúa así?
– Bien entendido Jefe. Veo que está comprendiendo mi forma de trabajar. Angeline y yo pensamos mejor después de haber cenado bien.
– ¿Y su esposa en qué puede colaborar? ¿No sería mejor dejarla de lado?
– Eso es imposible. La necesito más que lo que usted piensa. No solo en la cama por cierto como si fuese un adorno para mis sueños. Pero no se preocupe por ella. No le va a molestar en nada. Sólo trabaja conmigo y a mí no me molesta sino que me beneficia. Pero… atención que llega la cena…
Fue una cena divertida porque ella y los dos hombres se lo pasaron en grande contando chistes tontos e inofensivos. Y una vez terminada la cena llegó la hora del café.
– Empecemos ya en serio, “Joro”. Como genial periodista que es habrá ya escuchado que la multimillonaria Madame Canaris ha fallecido hace dos días.
– Sí. Lo he leido en la prensa, lo he escuchado en la radio y lo he visto en la televisión.
– Pues resulta que dejó toda su inmensa fortuna a su hijo Piolín Canaris.
– ¡Jajaja! ¿Ha dicho usted Piolín Canaris?
– Si. Pero el asunto no es tan fácil de resolver porque resulta que existe un segundo testamento de Madame Canaris dejando sus inmensa fortuna, en dos parte iguales, a Piolín Canaris y a Violín Canaris.
– ¡Jajaja! ¿Ha dicho usted Violín Canaris?
– Eso he dicho y ahora resulta que eran dos hermanos gemelos.
– Me suena a algo muy raro, Jefe Brandy. Algo así como una broma de Walt Disney antes de morir.
– A mí también. Nunca se ha sabido nada de Violin hasta la muerte de Madame Canaris pero hay algo todavia más rocambolesco porque resulta que Piolín, el único hijo de Madame Canaris que todo el mundo conocía, también acaba de fallecer hace dos días. Horas más tarde del fallecimiento de su madre.
– ¿Por qué llevaban solamente el apellido de la madre?
– El padre nunca existió.
– Eso es imposible. En condiciones normales se necesita la colaboración de un hombre para que una mujer tenga hijos. Supongo que un caso de gemelos no sea la excepción que confirma la regla a no ser que estemos hablando de la regla de San Benito.
– ¡Jajaja! ¡Me encanta su sentido del humor, “Joro”, pero perdone mi indiscreción al estar presente su bellísima y joven esposa.
– Por mí no se preocupe. He escuchado tantas historias de José Roberto que ya ninguna me sorprende.
– Entonces hablaré de forma directa y totalmente claro. Se dice que la inmensa fortuna de Madame Canaris la obtuvo dedicándose a la prostitución más lujosa de París y la manipulación completa de la Bolsa a través de sus millonarios amantes.
– Que raro.
– ¿Cómo ha dicho, “Joro”?
– Por esta noche basta ya de historias. Mañana me citaré con usted para meternos de lleno en el asunto.
– ¿Y qué va a hacer Angeline?
– Eso corre de cuenta mía, pero le pongo en antecedentes que va a ser más valiosa que yo en esta investigación.
– Forman ustedes una sensacional pareja.
– Por eso hay que esperar a que esta noche podamos acoplarnos perfectamente.
– ¿Esa es otra de sus célebres ironías?
– No es ninguna ironía. Cuando me pongo a trabajar en unas investigación me dejo las bromas en el olvido.
– ¿Por dónde empezamos mañana?
– Tenemos tiempo para pensarlo, Brandy, tenemos tiempo para pensarlo. Ya se me ocurrirá algo mientras me fumo el Montecristo bajo la luz de la Luna.
– Veo que es muy bohemio, “Joro”.
– Pues no soy de la República Chica tal como lo ha podido comprender.
– ¡Jajaja! ¡Muy bueno eso de la República Chica!
– Lo digo porque ella fue la que me eligió a mí.
– ¿Es cierto que una chavala tan bella le eligió a usted?
– Tan cierto como que mañana estaré a las 10 en punto de la mañana en su oficina, Jefe.
– Bien. Les espero a los dos a esa hora.
– Ella no. Ella de momento se dedica a la observación meteorologica para comprobar qué tiempo nos va a hacer mañana. Es mucho más cerebral de lo que piensan quienes tienen el placer de verla.
– Lo acepto de momento.
– Pues espere a otro momento más oportuno porque lo más oportuno es que mañana luzca el sol para que comencemos por actuar usted y yo a solas.
– Okey, “Joro”.
– Yes.