La lengua de los ojos (5)

Ana se encontraba en una especie de estado letárgico, esperando que Alberto le despojara de la braguita del bikini y la hiciera suya. Pero, al escuchar las últimas palabras de Alberto, salió de repente de esa ensoñación.

– ¿Cómo, qué dices, Alberto? ¿Es que no ves que yo no amo a Ricardo, que el único que existe en este mundo para mí eres tú?

Alberto parecía muy seguro de sí y de lo que iba a decir. Sus ojos no se apartaban de los de Ana y sus manos seguían acariciándola, como para devolverla al trance anterior.

– Mira, hay que pensar bien las cosas, sobre todo cuando éstas pueden afectar mucho a nuestro futuro. Pero no es éste el momento de hablarte de lo que tengo pensado, estamos en un momento de acaloramiento y debemos hablar, cuando sea la ocasión, de forma serena y tranquila.

Esas palabras, que Alberto dijo con la intención de apaciguar los ánimos de Ana, consiguieron exactamente todo lo contrario. Ana se incorporó, forcejeando para deshacerse de los brazos de Alberto al tiempo que buscaba a tientas su sostén.

– Déjame, déjame. Nunca pensé que tuvieras ya hechos planes para el futuro que me incluyeran a mí, y menos que en esos planes figurase que yo me tengo que casar con Ricardo. Para que lo sepas, Ricardo, que me ha sido impuesto en parte por mi familia, es un tipo raro… es lo menos que se puede decir de él…

Alberto la dejaba hacer. Incluso colaboró abrochando el sostén del bikini. Pero cuando intentó dar la mano a Ana para que se pusiera de pie, ésta le rechazó.

El tiempo, mientras, no daba cuartel. La tormenta arreciaba y había que ponerse a cubierto. Estaban en un paraje un poco peligroso, una especie de descampado sin refugio aparente a la vista.

– ¡Allí, vamos allí! dijo Alberto, al tiempo que señalaba hacia la parte contraria a donde se encontraban sus amigos y Ricardo.

Ana se encontraba en parte furiosa y dolida, pero como en un fogonazo se dió cuenta de cómo había empeorado el tiempo, de cómo rugía el mar – tan cerca que parecía que iba a arrebatarles de la playa. Se asustó mucho.

– ¡Ve tú para allá, pero a mí déjame, que yo ya se lo que tengo que hacer¡

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