Como cada día después de comer sigo el mismo ritual. Abro mi boca y muy suavemente introduzco mis dedos, se afanan por llegar hasta la glotis y conseguir el espasmo que produce el vómito, haciendo brotar fuera de mí los alimentos que dañan mi cuerpo, lo inundan, lo maltratan. Me libera de esta opresión que siento dentro de mí. He de evitar a toda costa estar gorda.
Quiero sentirme admirada por mi chico, estos 35 kilos de masa que forman mi cuerpo me agobian. -Me gustabas más antes- me decía.
No, no le creo, es para que no me sienta mal, en el fondo sé que le gusto más delgada. Sí, lo lograré, tan solo unos vómitos más.
Escucho llorar a mi madre, mi padre y mis hermanos discuten con ella, no me entienden. Creen que pueden manejar mi vida. No saben de mi sufrimiento. No saben de mis remordimientos cuando me peso, lo hago unas 15 veces al día, incluso después de beber agua. Mi sueño, mi vida, mis sentimientos no los quiero destruir.
Hoy han llamado al médico, les ha dicho que es mi última oportunidad. No me entienden, no quiero volver a hacerme daño cada vez que me siento culpable por haber dado un mordisco a una galletita integral. Me siento ligera y frágil sin comida que me ahogue.
Quieren llevarme a otro lugar, lejos, no dejaré que me saquen de aquí. Volveré a introducirme los dedos en mi garganta, antes de que entren en este mi sagrado rincón, baúl de mis secretos.
Por última vez mis dedos llegan hasta el fondo. Un estertor más fuerte que nunca sube desde la boca del estómago hacia el exterior. Su paso por la tráquea me llena de un sabor agridulce aderezado con tintes de sangre. Una sensación desconocida hace que me retuerza de dolor. Como si de un volcán en erupción se tratara, de mi garganta brota un líquido viscoso entre negro y rojizo. Extraños sabores inundan mis papilas gustativas, ensucio mis ropas, pero no me importa, una paz me invade interiormente. Me siento flotar, como en una nube de algodón.
Veo entrar a mis padres. Ya no noto nada, no escucho pero les veo abrazados, mi cuerpo lleno de inmundicia, de restos de vómitos yace inerte sobre la cama. Por fin conseguí mi deseo. Ser ligera y liviana como una pluma, voy subiendo y subiendo alejándome de aquella pesadilla que era mi vida.
Gracias Alejandra por pasar a comentar.
Un abrazo
Y como esta mujer otras tantas se mueren de bulimia o anorexia.
Me gustó como esta relatado pero me invadieron lso recuerdos de un libro que leí sobre la bulimia.
Un abrzo.
Cierto Isamale. Una dura enfermedad para quién la sufre y más para los que le rodean. Menos mal que no la conozco , solo sé de ella por lo que leo.
Un abrazo y gracias.
Tu texto me ha hecho ver lo irónico que tiene ésta enfermedad: una puede perder tanto, tanto peso, que es posible que se eche a volar hacia otro lugar de tan ligero que se queda el cuerpo. Un saludillo