Le pareció que caminaba por un espacio desconocido, en compañía de la soledad. Los altos árboles no parecían ser sus amigos de la niñez, sino que mostraban una estampa extraña, distorsionada. Por encima de sus copas llegaba el resplandor de la luna, que plateaba las hojas allá en las alturas.
Se esforzaba para que sus pasos no tuvieran eco. No quería despertar a los pequeños habitantes de la noche, esos que salen de sus moradas y merodean asomándose a las ventanas iluminadas tras las cuales hay gente conversando, viendo la televisión o leyendo. Esos que esperan que todo el mundo duerma para bailar a su antojo a la luz de las estrellas e intervienen en el orden de las cosas: a veces lo trastocan todo.
Los perros ladraban desde sus refugios nocturnos. Se acercó a ellos y los tranquilizó. Sus ojos brillaban oscuros y con un reflejo rojizo que los humanos no poseen. Los animales eran muy cariñosos pero sus instintos primitivos se habían revelado alguna vez, como cuando se introdujo el pequeño zorro, al que hubo que salvar de sus dientes y garras.
La Vía Láctea se destacaba difusa y continua marcando el Norte. Venus sobresalía en el horizonte Oeste y, observando, creyó que se movía. Era una ilusión óptica que sin embargo le llenó del convencimiento de que el astro le hacía señas. Una rama agitada por el viento tapaba su vista en algunos momentos.
Sintió una mayor impresión de soledad, de una soledad grata y relajante para el espíritu. Se recreó en ella y comenzó a notar cómo el sueño venía a visitarle. No quería decir adiós a la noche y meterse en la casa. Dio alguna vuelta más, respiró los perfumes de las plantas y se marchó a dormir.
Es un texto perfecto, tan bien escrito, que podría ser perfectamente, cualquier página de una buena novela, escrita por un notable escritor.
Eres muy buena relatando historias, y describiendo situaciones.
Un abrazo.
Sueño de una noche de verano.
Muy apropiado para esta noche de San Juan.