La noche del Tesauro (11): Novela.

A la mañana siguiente llamó por teléfono a Peter. Una hora después éste se encontró con Paúl en el Memory Park. Peter estaba irreconocible. Desde la última vez que lo vio se había vuelto mucho más introspectivo. Ya no era el vehemente parlanchín de antaño. Había que sacarle las palabras con mucha paciencia.

– Pero ¿viste o no viste a Bianca?.
– Escucha, Paúl, olvídate de ella. O mucho me equivoco o está metida en un enorme lío.
– Peter, tú le diste mi dirección. Ahora es mi obligación encontrarla.

– Se la di porque me la pidió con lágrimas sinceras pero, amigo, !tú y yo podemos hacer grandes cosas juntos sin necesidad de contar con ella!.
– Tú puedes hacer lo que quieras. Yo no.
– !Olvídala, Paúl, como yo la olvido!.
– Yo tengo una cita con ella y tengo que cumplirla. Además, no soy el único que la desea encontrar.
– Está bien. Sé que me estoy equivocando pero… vamos los dos juntos a buscarla…
– ¿Por qué, Peter?. No es necesario que te mezcles en algo que es verdaderamente peligroso.
– Es que yo tampoco puedo olvidarla…

Paúl y Peter decidieron, tras una larga charla de rememoraciones del pasado (cuando los tres caminaban juntos y viajaban en trenes de cercanías) ir a los muelles del puerto de la gran ciudad. Allí, unos operarios vestidos con trajes de color naranja, estaban drenando con modernísima maquinaria: unos aparatos enormes, de metal de color ocre, que depuraban las aguas mientras limpiaban el puerto de deshechos vegetales y animales para hacer más respirable la atmósfera. Ambos amigos fueron enseñando una fotografía de Bianca a todo ser viviente que se les cruzaban por el camino. Nadie la conocía ni la habían visto por allí.

Paúl estaba terriblemente agotado. No había dormido casi nada la noche anterior y ahora la presencia de Peter junto a él, le había hecho de nuevo recordar al frutero de la calle del barrio donde había vivido su infancia; a la alcantarilla de la calle del barrio donde había vivido su infancia y al perro blanco (como de plata) de la calle del barrio donde había vivido su infancia.

Una dama de alta clase social pasó a su lado cantando una canción del siglo XX. Era la famosa “Lucy en el cielo con diamantes” de Los Beatles. Los Beatles, para él, siempre le habían parecido un grupo de mamarrachos y ahora los consideraba totalmente obsoletos para la realidad que estaban viviendo: año 2012 del Siglo XXI. Así que se volvió a concentrar su mente en la tarea de buscar a Bianca. Un cachorrito de perro que tiritaba de frío se acercó a él y se acurrucó a sus pies.

– No puedo “Chiqui” (el nombre le surgió de repente)… no puedo recogerte… yo tengo algo muy importante que hacer y además ya tengo una perrita (recordó a su negra cooker “Wendy”).
– !Démelo a mí!. !Yo me lo quedo! -se dirigió a él la dama de clase alta que había contemplado la tierna estampa.
– Por favor… llámele “Chiqui”…
– Así lo haré.

Paúl tomó cariñosamente al cachorrillo, lo acarició dulcemente y se lo entregó a la dama que lo recogió en sus brazos.

– ¿De qué raza será? -le preguntó a Peter mientras la dama de alta clase social se perdía en el horizonte.
– Es un cachorrito de samoyedo puro e integral.

Integral. !Vaya un epíteto para un animal de cuatro patas! -pensó Paúl mientras soltaba una alegre carcajada.

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