La noche del Tesauro (28): Novela.

– Arthur, ahora nos toca resolver un aspecto de suma importancia.
– ¿De qué importancia me hablas?. ¿Qué es?.
– Sólo te pido que tengas todos tus reflejos en perfectas condiciones. Toma el fusil ametrallador.
– Te advierto, una vez más, que yo no soy como tú. Si tengo que disparar disparo.
– Lo sé. Por eso cuento contigo.
– Para todo, Paúl, para todo.
– Bien. !Ustedes, señoritas, no se asusten!. ¿Hay aquí algún comedor?.
– Sí. Hay un comedor -dijo Andrea.

– Pues váyanse allí y hagan una buena cena. Arthur y yo estaremos ahora muy ocupados.

Las 12 jovencitas salieron alegres hacia el comedor.

– Escucha, Arthur, no pude decirlo delante de ellas para evitar que se asustaran demasiado y estropearan todos mis planes.
– Cuestión de estrategia, ¿verdad?.
– Sí. Cuestión de estrategia.

Arthur cogió el fusil ametrallador y dejó la pistola-láser sobre la mesa.

– ¿Me puedes decir que te traes entre manos?.
– ¿Ves esta llave que tiene como rótulo “Círculo”?.
– Sí. ¡Qué significa!.
– Que al otro lado de aquella puerta que ves al frente existe una habitación donde duermen 12 vejestorios bicentenarios y la llamada Gran Bruja del Mal o simplemente Dama Negra.
– ¿Todos juntos?.
– Sí. Todos juntos. De ahí que se llame la Habitación del Círculo.
– ¿Y qué quieres que haga yo?.
– Vamos a ver si se puede abrir la puerta.
– Si es la llave de esa habitación no tendremos problema alguno.
– Pero hay que hacerlo con mucho cuidado y en silencio. Lleva el fusil contigo. Ellos pueden tener armas mortíferas. Y si escuchan ruidos pueden despertar y poonernos la piel como un colador.

Arthur sonrió ligeramente.

– No. No es broma. Vamos a abrir la puerta silenciosametne. En cuanto yo encienda el conmutador de la luz tú mantén a raya a todos ellos con tu fusil.
– !Eso está perfectamente comprendido!. !Vamos allá!.
– En silencio, por favor. No levantes la voz.

Ambos se dirigieron a la pueta de la Habitación del Círculo. Paúl introdujo silenciosamente la llave en la cerradura, la giró lentamente y la puerta se abrió. Con total silencio entraron los dos amigos a la oscura habitación. Entonces Paúl encntró el conmutador, lo encendió y…

– !!Ahora, Arthur!!.

Nada más encender la luz se despertaron los 12 vejestorios y la Dama Negra que yacían, desnudos, todos mezclados en la misma cama circular.

– !!!Qué es todo esto!!! -chilló la Gran Bruja del Mal que, efectivamente, era la recepcionista de la Biblioteca Memphis.
– !Eso es lo que yo quiero saber! -dijo en voz alta Paúl.

Inmediatamente la Gran Bruja metió su mano debajo de la almohada y sacó una pistola-láser.

– !!Maldito!!. !!Te voy a matar!! -apuntaba directamente al corazón de Paúl.

Pero no le dio tiempo a decir ni hacer nada más. Arthur, que era un excelente tirador, pues no en balde era un agente especial del Servicio de Inteligencia y miembro de la Interpol, descargó toda una ráfaga completa con su fusil y dio perfectamente en el blanco. El cuerpo de la Dama Negra, totalmente desnuda, dio unas cuantas convulsiones y se desangró allí mismo, manchando de sangre gran parte de la cama. Ya el primer disparo, en pleno corazón, había sido mortal de necesidad. La sangre corría por la cama y los 12 vejestorios esqueléticos temblaban de miedo.

– ¡Dónde está Bianca!. -se dirigió a ellos, en voz alta, el joven Paúl.
– ¿Bianca?. ¿Quién es Bianca, Paúl? -le preguntó Arthur sin dejar de apuntar con su fusil a los 12 asquerosos viejos bicentenarios.
– Ahora no tengo tiempo de explicártelo, Arthur.

De nuevo se dirigió a los 12 vetustos y esqueléticos cuerpos desnudos.

– !Dónde está Bianca!. !Y no lo voy a repetir por tercera vez!.
– !Déjame a mí, Paúl!. !Ya verás cómo esto lo arreglo yo de un plumazo y cantan la Traviata si es necesario!. Allí está el control de la temperatura. Pónlo a 20 grados centígrados bajo cero.
– !!!No!!!. !!!Por piedad!!! -replicó el más viejo de todos- !!!Estamos desnudos!!!.
– !Pon el control a 20 grados centígrados bajo cero, Paúl!.

Paúl hizo lo que le ordenó Arthur. De pronto la habitación se convirtió en una auténtica nevera y los esqueléticos vejestorios bicentenarios temblaban y tiritaban de frío y de miedo.

– !Veo que lleváis un número cada uno de vosotros, en la espalda! -dijo Arthur.

Efectivamente, alguien había grabado, a hierro candente, un número en cada una de aquellas flacuchentas espaldas.

– !Así que vais a hacer lo que ors ordene y cuidadito con cualquier movimiento sospechoso que yo siempre tiro a matar!. ¿Entendido?.

Los vejestorios sólo gemían y balbuceaban.

– Ahora todos de pie contra la pared, con las manos detrás de la nucna y las piernas abiertas. !Quiero que os coloquéis perfectametne numerados desde el 1 hasta el 12!.

Así hicieron los temblorosos bicentenarios.

– !Bien! -seguía hablando Arthur- ¿quién es el primero que desea hablar?.

Todos ellos temblablan de frío, de miedo y de terror. jamás Paúl había visto una escena así en su vida. El último de la fila fue el que habló.

– !No conocemo a esa tal Bianca!. !Sólo sabemos que es la elegida por El Gran Señor del Mal!.
– ¿Quién es el Gran Señor del Mal? -preguntó Paúl- ¿Tiene algo que ver con eso el Maestro Manésh?.
– !No conocemos tampoco a ningún Manésh!. El Gran Señor del Mal se llama Anwar El Farouki Bin Abdallah exactamente, aunque a veces algunos le llaman “Gadaffi”.
– ¿”Gadaffi”?. ¿Por qué “Gadaffi”?.
– Creo que es por el tráfico de armas. Esas pistolas-láser y fusiles ametralladores que ya creo que conocéis. !Pero nada sabemos del tal Manésh!. !Ni lo conocemos ni es nuestro Jefe!.
– !Está bien, Arthur!. !No importa!. !No necesito más datos!. !Tú espérame aquí que yo tengo que subir al segundo piso!.
– ¿Qué vas a buscar allí?.
– No lo sé todavía. Sólo sé que voy al Despacho del Director General de este Salón Tesauro. Y, por la señas que me han dado, es el Maestro Manésh.

– ¿Pero no te están diciendo que ellos no concen a ningún tipo llamado Manésh?.
– Ellos no; pero el anoréxico humanoide que encontraste muerto me confesó que se encuentra, en estos momentos, en su Despacho. No sé todavía si trabaja para el Bien o trabaja para el Mal. Lo único que sé es que tengo que hablar con él para encontrar, por fin, a Bianca.
– ¿Y yo qué hago con estos 12 asquerosos vejestorios?.
– !Haz lo que quieras!. Lo único que te pido es que no llames todavía a la policía. Por cierto, tengo diversos datos muy interesantes para la Intepol. !Dáme una hoja de tu libreta de apuntes!.
– ¿Cómo sabes que llevo una libreta de apuntes?.
– Todos los detectives privados llevan siempre una libreta de apuntes.

Arthur volvió a sonreír. La respuesta era totalmente lógica. Sacó la agenda de notas y se la entregó a Paúl. Éste comenzó a anotar los datos que sonsacó al larguirucho anoréxico: “Las piezas de los humanoides se fabrican en un monasterio de monjes budistas, dentro de un pequeño templo, a 8.000 metros de altura sobre el nivel del mar; en el Monte Makálu. Luego los transportan en trenes que atraviesan toda la China, camuflados entre los contenedores de la planchas eléctrodinámicas y me refiero a las planchas que usan las mujeres para planchar la ropa. Las levan hasta el puerto chino de Shintou, en el Estrecho de Taiwan; desde allí las transportan, en barco, hasta el pueblo filipino de Aparri, al norte de la isla de Luzón, en el lugar exacto en que se unen la Cordillera Central y la Sierra Madre… y allí terminan por ensamblarlos, pieza por pieza, en un hangar de aviones denominado “Nueva Era” por unos sujetos que se llaman Moones”.

– Toma. !Esto le va a interesar muchísimo a la Interpol!. Ahora haz lo que quieras con esos 12 vejestorios. Yo tengo que subir al piso de arriba.

Mientras Paúl se iba hacia el segundo piso, Arthur, sin dejar de apuntar con su fusil a aquellos 12 esqueléticos cuerpos, leyó la nota escrita por Paúl.

– !!Dios mío!!. !Ésto sí que es una bomba!. – y sin más miramientos comenzó a descargar ráfagas de su fusil contra los 12 bicentenarios vejestorios que fueron cayendo, uno tras otro, sobre el helado suelo de la Habitación Círculo.

Paúl oyó las ráfagas cuando ya se encontraba en el segundo piso. Rogó a Dios para que nadie ajeno a ellos y a las 12 chicas, hubiese oído el tremendo ruido que hicieron las ráfagas del fusil ametrallador. Con total decisión buscaba una puerta que tuviese como rótulo Director General. No tenía ninguna llave de dicho Despacho pero tal como dijo el anoréxico larguirucho debía de estar allí el tal Manésh.

Arthur, mientras tanto, se guardó la nota escrita y la libreta en su bolsillo interior de la gabardina y cerró la Habitación Círculo con llave. Quedó toda ella a la temperatura de 20 grados centígrados bajo cero mientras él se dirigió al comedor para cenar con las 12 preciosas jovencitas.

– ¿Qué ha pasado? -le preguntó la siempre habladora Andrea.
– Nada, nada, no ha pasado nada. Sólo se ha hecho justicia.

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