La noche del Tesauro (25): Novela.

Un repugnante enano, de 1,50 metros de estatura y de color verdoso, apareció en el umbral de la derribada puerta; con una superlintena en la mano derecha y una pistola de rayos láser en la mano izquierda. Sobre el pecho llevaba un rótulo fluorescente que decía: “The Left-handed one” (“El Zurdo”).

El Zurdo comenzó a caminar por la oscura biblioteca guiándose con su superlinterna y pronto encontró los dos gruesos volúmenes tirados en el suelo mientras, a muy corta distancia, Paúl permanecía escondido entre las dos estanterías.

– !Por mil diablos! -gruñó el repugnante enano verdoso mientras recogía los dos gruesos volúmenes y los colocaba en la estanteria rotulada como “Libros de Brujería”.

Eran los dos primeros tomos de “La Biblia de las brujas: los ocho Sabbats de las brujas y ritos de nacimiento, casamiento y muerte”

– !!Quién anda por aquí!!.

La voz del repugnante enano era chillona, de tono grave y tormentosa para los oídos de cualquier ser humano. Aquella voz no podía ser otra cosa que la de otro humanoide. Eso es lo que pensaba Paúl mientras contenía la respiración.

El Zurdo siguió buscando alumbrándose con su superlinterna y con la pistola de rayos láser preparada para hacer uso de ella.

– !!!Cuando te encuentre te voy a pulverizar!!!. !!!Sal de ahí inmediatamente!!!.

Paúl cogió el primer libro que encontró a mano (“El almuerzo desnudo” de Bourrough) y lo lanzó al suelo. Aquello hizo que el repugnante enano disparase inmediatamente. El libro quedó hecho polvo y reducido a cenizas. En ese mismo instante Paúl surgió repentinamente ante la deforme figura de El Zurdo y le atizó, con su mano derecha, un “upper knockout” a la altura del hígado. Esto hizo que al Zurdo se le escapase la pistola, que cayó a los pies de Paul, mientras se encogía levemente debido al puñetazo recibido en pleno hígado. Paúl seguía recordando sus clases de boxeo elemental y, rápidamente, sin pensarlo dos veces, lanzó un fuerte crochet de izquierda a la mandíbula del enano que, de repente, se desplomó noqueado en el suelo. La linterna, desde el suelo, alumbraba un rincón de la biblioteca donde se encontraba un enorme montón de cuerdas y trapos.

Paúl siguió actuando con la mayor celeridad posible. Se dirigió hacia las cuerdas y encontró dos maromas. Suficientes para atar de pies y manos al repugnante enano verdoso. Así lo hizo. Ató y anudó los pies de El Zurdo. Despues, lentamente, ató y anudó las manos del enando poniéndoselas a la espalda. Por último, razonó que era posible que diese avisos chillando con aquella diabólica voz y, sin perder más tiempo, cogió un trapo de color negro (eran trapos que se usaban como servilletas en los restaurantes nocturnos de aquella zona) y se lo metió en la asquerosa boca de aquel ser inhumano atándolo también con una de aquellas gruesas maromas. Terminada la acción, cogíó la pistola y la linterna y se dirigió hacia la puerta de la biblioteca que se econtraba derribada por la brutal patada que le había dado el enano verdoso.

En la calle, Arthur seguía esperando a que sonasen las tres de la madrugada. El reloj de una cercana iglesia sonó. Eran las dos y media y pudo contemplar que su propio reloj estaba perfectamente sincronizado. Pero tenía frío y dentro del coche se aburría… así que decidió entrar en un bar nocturno llamado “La Caverna” para tomarse un whisky que le hiciese entrar en calor.

“La Caverna” se encontraba casi enteramente vacía. Se acercó a la barra donde servía un grueso hombretón de unos 90 kilos de peso y pidió su whisky. Sorpresivamente, a su lado, se encontraba Peter, el amigo de Paúl. Arthur le reconoció en seguida pues era un joven de la muy alta clase social que había aparecido numerosamente en los diarios deportivos del país.

– Perdón, joven… ¿no es usted Peter Smith Thompson?.

Peter estaba ya completamente borracho…

– Si… soy yo… pero la culpa de todo la tiene la luna…

Arthur se dió cuenta, rápidamente, de que aquel joven estaba desvariando.

– Mire usted…
– Llámame si quieres Arthur. Ese es mi nombre.
– Mira Arthur… mira la luna…

Arthur le siguió la corriente.

– Si. Está llena.
– Pues eso… la culpa… la culpa de todo… la tiene la luna…
– Espera Peter. ¿Quieres que llame a una ambulancia?.
– Una ambulancia… una ambulancia… yo sólo quiero ser un payaso…

Arthur seguía comprendiendo que aquel joven desvariaba.

– Si… un payaso de esos que hacen llorar… ¿sabías que los payasos hacen llorar?.
– Está bien. Pero tú lo que tienes que hacer ahora es dejar de beber y marcharte a casa. Si quieres puedo llamar a un taxi.

– ¿Taxi?… ¿Taxista?… El taxista estaba muerto… Y yo también… Yo quiero ser taxista… quiero ser taxista…
– ¿Qué taxista estaba muerto, Peter?.
– ¿Taxista?… El taxista soy yo… El muerto soy yo… El payaso soy yo…

A Arthur se le iluminó la mente. Resulta que allí, codo con codo, se encontraba ante Peter; el amigo íntimo de Paúl al cual había abandonado en el momento más peligroso de su vida.

– !!!El taxista soy yo!!! -gritó a pleno pulmón Peter.

Los poquísimos parroquianos que se encontraban en el bar miraron hacia la pareja formada por Arthur y Peter.

– Cállate Peter. Deja de hacer tonterías. Es mejor que llame a un taxi y que te vayas a tu casa.
– !!!La luna!!!. !!!La culpa la tiene la luna!!!. ¿Tú eres mi amigo?.
– Claro que soy tu amigo -le siguió la corriente Arthur.
– !!!Yo soy el muerto!!!.
– Escucha Peter…
– !!!Yo soy el muerto!!!. !Amistad!… ¿Quién quiere ser amigo mío?… ¿Tú?… ¿Tú ers mi amigo?… !!!Otro whisky para este hombre que también está muerto!!!… Yo te invito… amigo… !!!La culpa la tiene la luna!!!. !!!Yo soy el payaso!!!. !!!El taxista muerto!!!…

Arthur decidió acabar ya con aquel asunto. Tomó al débil Peter con sus brazos, lo fue llevando, poco a poco y mientras los pies de Peter se arrastraban por el suelo, hacia la puerta. Un viejo parroquiano de “La Caverna” le ayudó en la tarea abriendo la puerta y cogiendo a Peter por los pies.

– !!!Dejadme!!!. !!!Dejadme ser el muerto!!!…

Pasó un taxi y Arthur lanzó un silbido. El taxista detuvo el automóvil ante “La Caverna”.

– Yo no llevo a borrachos en mi taxi. Lo siento.
– !Espere, buen hombre! -exclamó el viejo parroquiano- No se preocupe; yo voy con él. Conozco su domicilio. Es el famoso beisbolista Peter Smith Thompson. Le llaman “Brazo de Oro”. Es conocido en todo el país más por sus millones que por su forma de jugar.
– !Ah!. Si es así, de acuerdo, súbanse los dos en el asiento trasero. Sé cual es la dirección de este supermillonario joven.
– Gracias -le dijo Arthur al viejo parroquiano de La Caverna.

Y mientras el taxi tomaba rumbo hacia el domicilio de Peter, Arthur volvió a entrar al local a tomar, tranquilamente ya, su whisky.

En aquellos instantes, Paúl salió de la biblioteca y se encontró con un largo pasillo alumbrado con bombillas rojas. Apagó la linterna por si alguien podría ver su potente luz y, guiándose solo por la minúscula luz que salía de las bombillas, siguió adelante con la pistola. Era muy importante andar en completo silencio. ¿Quién sabe cuántos humanoides podría haber allí? -se preguntó a si mismo. Y a cámara lenta fue, sigilosamente recorriendo el largo pasillo…

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