Al llegar a aquella calle, nada la sacó de su ensimismamiento.
Nada que la perturbara.
Nada nuevo.
Mientras paseaba por en medio de la carretera, esquivando aquellos charcos que olían a gasoil y a dejadez, aquellas piedras de antiguas ruinas y fiestas, detectó por primera vez algo que la hizo estremecerse.
Allí, al final del callejón umbrío, que en otro momento no había más que parecer una copia de cuantas calles tenía recorridas, un personaje taciturno la observaba en la oscuridad.
Tenía aproximadamente su altura, la ropa negra al igual que ella y un rostro distante que apenas dejaba entrever alguna luz de ánimo. Al mirarla tan parsimoniosamente y ver su inquietud compartida, decidió acercarse a ella. A la única persona que parecía haber por aquellos alrededores.
Movió un pie lentamente y, miedosa de que sus miradas se encontraran demasiado tiempo, puso su atención en observar como sus piernas respondían a sus pasos y, renqueante, se acercaba a aquella chica.
No quería correr, aún.
No tenía prisa.
Por un momento paró y levantó la mirada. Seguía mirándola, allí, parada. Miró al suelo y sonrió. Sonrió débilmente con una sonrisa de media luna apenas perceptible, pero lo hizo. Como en mucho tiempo no lo había hecho.
Al volver la vista a su rostro, allí seguía. Quieta. Imperturbable. Caminó hacia ella, esta vez sin dejar de mirarla, y al poco tiempo apenas las separaban medio metro.
Pensó en iniciar una conversación, en preguntar quién era, que hacía allí. Pero su cabeza no parecía querer hacerlo, y ni siquiera puedo abrir la boca ante el deseo irrefrenable de hablar.
Por última vez lo pensó y decidió, al menos, sentir su calor: sentir su aliento, mecerse bajo el calor de un abrazo, siquiera una caricia. Se acercó por última vez y sus rostros quedaron apenas separados por unos centímetros escasos. Sonrió, y al hacerlo el rostro de la chica se tornó borroso e indefinido, y la sonrisa que pensaba haber visto devuelta desapareció con él.
No comprendía. Asustada, bajo la mirada. Sentía que se le revolvía la barriga, y casi sollozando respiró profundamente y volvió a mirarla. ¡Su rostro había vuelto! Su felicidad volvió por una fracción de segundo, antes de que el rostro se volviese borroso de nuevo.
Y a cada halo de aire que expulsaba, ocurría lo mismo. Una y otra vez…
Una y otra vez…
Alcanzó a ver su propio rostro reflejado que lloraba una lágrima, mientras caía al suelo, agotada en su soledad, y la luz diáfana de la luna que apenas alumbrara el último resquicio de su mirada se apagó. La oscuridad tragó sus ojos…
El encuentro consigo mismos lo has transmutado en una escena cinética que contiene bastante de misterio y bastante de filosofía personal. Logras, con todo ello, presentar un relato que gira en forma circular sobre su propio eje. Me gusta el proceso que has desarrollado. Sigue adelante. Lo haces muy bien. Unm abrazo ismael.