Lias y Severo

Era la última hora de la tarde, tras el monte de cristo rey la estepa refulgía entre bronce y rojo sangre. En lo alto la impresionante cruz del cristo de las lágrimas se veía rodeada de un haz de luz y creaba a sus pies una grotesca sombra ,como si fuera el vigilante de los pecadores del pueblo que se extendía a sus pies. Bajo la sombra y como si de una romería se tratara, un grupo de hombres gritaban y jaleaban a dos fornidos muchachos que estaban en posición de lucha en medio de un círculo. Las voces que se elevaban no eran precisamente cantos religiosos, entre insultos y gritos de “pégale””más fuerte””dale” “pelea,pelea” los dos jóvenes cruzaban miradas que destilaban odio e ira contenida.

A la derecha Antiquio Lorente doblaba pulcramente hacia arriba las mangas de su camisa de algodón blanco, sus movimientos eran pausados como si todo el rugido animal que tenia a su alrededor no le turbara en lo más mínimo, a pesar del calor ni una gota de sudor empañaba su inmaculada imagen de hijo de cacique, tan solo la vena que palpitaba en su sien izquierda daba a entender que no se encontraba tan sereno como parecia a simple vista. A la izquierda el otro joven Manuel Frutos había perdido los nervios hacía rato. Jornalero desde los seis años a fuerza de horas segando bajo el sol inclemente de castilla su tez aparecía quemada, de un color parecido al de las tejas recien salidas del horno. El aspecto de su ropa reflejaba su origen de labrador y su olor su condición de cabrero. Aun así su cara y sus manos estaban limpias por ser domingo, dia de misa. Su frente estaba perlada de sudor y los hilillos atravesaban sus prominentes mofletes hasta perderse en el cuello abierto de su camisa. Era como un toro desbocado a punto de arremeter furioso contra su enemigo. En el aire se respiraba tensión y sed de sangre. Entre los quince o veinte hombres allí congregados, un poco más apartados, con las cabezas juntas cuchicheaban el párroco y el alcalde del pueblo, tenian entre manos un problema difícil de resolver sin que hubiera daños colaterales y a pesar de los años que llevaban manejando los asuntos del pueblo jamás se habian encontrado con un conflicto semejante. Durante años el cacique, como si fuera un arrogante hombre del medievo, había hecho uso indiscriminado de una abominable costumbre, el derecho de pernada, sin que nadie hubiera podido oponerse. Su poder e influencia sobrepasaba incluso a los mandatos de la iglesia, por entonces ama y señora de la vida de sus fieles, pero hacia apenas seis meses el cacique había muerto y todo el pueblo respiró tranquilo con la esperanza que su hijo no continuara la tradición. Pero el destino quiso que por las venas de la nueva generación corriera la misma sangre envenenada del padre e hiciera uso de su despotismo con la recién estrenada esposa del joven Manuel. Por ese motivo se encontraban hoy reunidos bajo la cruz, una cruel ironía porque ni dios iba a poder evitar que esa tarde corriera la sangre. El ambiente era ya incendiario cuando el alcalde un personaje aparentemente anodino pero de mirada calculadora se dirigió a los presentes para intentar calmar los ánimos:
– Señores por el poder que me otorga el gobierno de la república tengo que comunicarles que esta pelea está fuera de la ley y que si no se retiran inmediatamente me veré obligado a llamar al alguacil para……
– Huooooooooohuoooooooohuooooooo cállese abuelo nadie le ha dado vela en este entierro… – los presentes gritaban a voz en cuello sin permitir que el alcalde lograra poner orden. El hombre a pesar de no ser muy alto poseía una fuerte voz de barítono que usó en ese momento para pedir silencio y en un arrebato de profunda lucidez propuso:
– Shhhhhh silencio, shhhhhh ¡!!!!!! He dicho que sileeeeeeeeeeencio¡¡¡¡¡¡¡¡ Vamos a ver – con una reverencia- señor Antiquio con su permiso y el de los presentes- dirigiéndose a la multitud infló su abultado pecho y dijo- exijo que como alcalde y juez de esta villania que se me otorgue el derecho a dirimir el conflicto entre el augusto señor Antiquio y el aquí presente maese cabrero. Propongo que como método para escoger al vencedor de la disputa en vez de usar los puños, se use la tradicional liana…..
– Eoeoeoeoeoeoeoeo siiisiiii siii a por la liana, vayan a por la liana……. –

La multitud vitoreo con fuerza la elección de la liana y sin dejar acabar el discurso al alcalde dos hombres se dirigieron prestos a sus casas en busca de un cordel robusto para empezar con la lucha. Se hizo un corro más grande dejando a los dos contrincantes en medio, uno a cada lado del alcalde que con una vara estaba marcando en el suelo la línea de separación. El cordel se extendió en el suelo para marcar la mitad exacta justo encima de la línea. Aquel de los dos contrincantes que pisara o traspasara esa línea seria señalado como el perdedor. Manuel y Antiquio caminaron hacia atrás sin dejar de mirarse a los ojos hasta tener a sus pies cada uno una de las puntas de la cuerda. Se agacharon, agarraron con las dos manos la liana y esperaron con la respiración contenida que la voz del alcalde les diera la señal. En el silencio sepulcral de la tarde se oyó el grito de – ¡!!!!!!! Ya¡¡¡¡¡¡¡¡¡- los dos jóvenes empezaron a estirar con fuerza, realizaban un esfuerzo hercúleo, los motivaba el odio mutuo. Aún así la ira convierte a un hombre sencillo en un titán vengador y poco a poco Manuel iba ganando terreno, atrayendo a Antiquio al borde de la vergüenza. Esfuerzo tras esfuerzo, paso a paso, gemido tras gemido, Manuel y su ira ganaban al orgulloso cacique. De lo que nadie se percató fue de que el párroco asustado por las posibles represalias de Antiquio si perdía, había realizado un corte imperceptible en la liana y que poco a poco está habia empezado a deshacerse.
Fuera del círculo un anciano medio sordo y su compañero de dominó medio ciego sonreian socarronamente y discutían sobre lo que ocurría en la lidia. El anciano medio sordo le gritó a su compinche – ! La lia se romperá ¡ – y el medio ciego le contestó – !eso se verá¡.
Finalmente la cuerda se rompió e hizo que los dos contrincantes cayeran sobre sus posaderas cansados y sudorosos. Para todo el pueblo quedó muy claro que la victoria moral era de Manuel y aunque Antiquio marchó ufano a su finca parece ser que el golpe en el trasero puso algo de cordura en su sesera y jamás volvió a utilizar el derecho de pernada.
Cuentas los ancianos que desde entonces la familia de Manuel fue conocida como “La lias” y a la de Antiquio como “Severa” escueza a quien escueza.

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