Los buitres son insaciables.

Estaba sentado con la Gaviota, jugando con ella en el sofá… cuando volvieron a llegar los duros del barrio; compañeros nada más pero no amigos verdaderos.

– Diesel… tenemos un campeonato de billar a punto de comenzar. Nos interesa mucho que tú participes en ella. Es una competición por clubes barriales y nos falta un jugador.

Yo observé los ojos del Tigre Gimi repasando toda la anatomía vestida de la Gaviota Roja. Ella seguía en silencio escuchando nada más.

– Espera un momento Tigre Gimi. Lo primero que vamos a hacer es salir todos de esta sala y pasar al comedor…

– ¿Por qué?- protestaron todos, incluido el Tigre

– Porque a mí me sale de las narices… ¿pasa algo?…

El Tigre Gimi, con la ira reflejada en su rostro, hechó una última mirada al bellísimo rostro juvenil de mi Gaviota y a su extraordinario cuerpo (!cómo la odio!… y al mismo tiempo !!cómo la deseo!!) pensaba en su interior…

Una vez los cuatro sentados alrededor de la mesa del comedor (mientras Ella tomaba una novela mía y la comenzaba a revisar por ver la manera, si era posible, de corregir algo antes de enviarlo para el Premio Planeta), se inició el conciliábulo aparentemente amistoso…

– !Verás Diesel! -comenzó, como siempre hacía, a intervenir El Califa -Es necesario que juegues en el equipo de nuestro club porque nadie es capaz de dar esos efectos que consigues transmitirles a las bolas.

– !Escucha Califa!. !Eres como el correveidile que señaló a los romanos quién era Jesucristo cuando le apresaron para llevarle a la crucifixión… así que mejor cállate… que estás mucho más entendible cuando estás callado…

El Tigre Gimi estaba como ausente. Intentaba por todos los medios rememorar en su cerebro el bellísimo rostro juvenil y aquel extrtaordinario cuerpo de aquella chiquilla de 16 años que seguía, tranquilamente, repasando y corrigiendo y aumentando la riqueza idiomática de la novela que, conjuntamente conmigo, iba a presentar al Premio Planeta.

Entonces se produjo un lento pero tenso silencio que rompió, como era costumbre en él, El Fantini:

– Diesel. ¿Cómo pueder ser que una chiquilla de tan sólo 16 años te domine de esa manera?.

– Sabes mucho de mujeres… ¿verdad Fantini?

Fantini enrojeció… mientras el Tigre Gimi se desesperaba por conseguir recordar el rostro y el cuerpo de Ella. Imposible. Era del todo imposible. Como si alguien lo hubiese borrado totalmente de su pensamiento, le era imposible volvar a recordarla. Por eso su ansiedad de poseerla a toda costa le hacía hinchársele las venas de su cuello.

– Tigre… ¿quieres un vaso de agua?.. te veo indispuesto… -le dije con sinceridad.

Tigre Gimi no decía nada. Sólo le estaba fallando el corazón de tanto desear libidinosamente a aquella chiquilla de 16 años. De repente cayó al suelo como si un rayo le hubiese partido en dos.

– !Venga, vosotros dos!. !Recoger a este Tigre de pacotilla y llevarlo al hospital antes de que sea demasiado tarde!.

– !Échanos una mano!. !Está demasidado pesado!.

– Ni os echo una mano ni pienso perder un sólo minutos más escuchando vuestra oferta.

Tigre Gimi estaba deseando que le transportaran por el salón donde la preciosa Gaviota Roja estaba terminando de anotar las últimas correcciones al texto de la novela. Tigre Gimi deseaba volver a verla una sola vez más y !!poseerla!!… !!!devorarla como un buitre insaciable!!!.

– !Eh!. !Esperad un momento!. !Que parecéis la Comitiva del Padre Sepúlveda!. !Por ahí no pòdéis salir!.

– ¿Porqué? -protestaron ahora, al unísono El Califa y El Fantini?. Tigre Gimi, a pesar del ataque cardíaco que se le estaba avanzando no deseaba otra cosa sino devorarla costase lo que costase…

– !Por allí!. !Salid los tres de inmediato por allí!.

– !Pero si esa es la salida del personal de servicios!. ¿Nos vas a hacer eso a nosotros, tus mejores amigos del barrio?.

– Por supuesto que si… bailando hacia allí… salid haciendo el paso de la oca… o siqueréis podeís hacer la marcha de los pingüinos… !pero salís por allí!.

Mientras tanto Tigre Gimi empeoraba más del corazón cunato más intentaba recordarla. !No podía!. !!Era del todo imposible!.

– !Al menos deja que vaya yo al salón!…

– ¿Por qué motivo?.

– Para llamar a una ambulancia porque sino el Tigre se nos muere. Y no hemos traído ningún teléfono móvil.

Metí la mano derecha en el bolsillo trasero del pantalón y saqué un móvil que yo jamás había utilizado. Era totalmente “virgen” por llamarlo de alguna manera.

– !Toma!. !Os lo regalo a los tres!. !Pero a la orden de ya salís y llamáis desde la calle!.

Al final pudieron Califa y Fantini sacar al gordo Tigre Gimi por la estrecha puerta del servicio doméstico. Fantini hizo una llamada urgente al Hospital más cercano.

Fue inútil. El Tigre Gimi había dejado de existir.

Volví al sofá donde mi Gaviota Roja acababa de completar la novela y, en medio de la penumbra, comencé lentamente a desnudarla…

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