Los susurros del atardecer

Esteban se nota cansado de sentir siempre la presencia de un vacío crepuscular en sus caminares sedientos de la vida. Diana ha desaparecido ¿para siempre? Escondida en esa impasible fuga de ser alcance infinito; tan infinito alcance que no es posible retenerla en el corto abrazo del espacio de sus anhelos. Y es por eso por lo que Esteban viene a escuchar los susurros del atardecer junto a la fuente nacarina que hay en el jardín del parque donde unos pavos reales despliegan sus plumajes de mil ojos azules. Es azul ya el tiempo. Es azul también la composición pictórica que Esteban está plasmando en el lienzo con sus pinceles llenos de nostalgia. Es azul el recuerdo.

Mientras pinta bajo las ramas del castaño donde ha aposentado sus fantasías, Esteban humedece sus ojos con el sentimiento. Diana se ha ido y no volverá y aquel bodegón de manzanas verdes con uvas de color añil que tenía previsto regalarle como obsequio a sus labios de miel se empolvará en la vieja buhardilla de los girasoles en flor. La bohemia gastada en noches de lu9na llena también es ahora azul. Mientras tanto, las agujas del sueño ya no remuerden al alma del artista que ahora se dedica, solamente, a recordarla tal como la vio por última vez, desnuda en el sacrosanto lienzo de sus fantasías.

Los susurros del atardecer inundan de mensaje aulico el pensamiento de Esteban. Él adormece las tintas rosas del parterre con un azul tornasolado que ensombrece con pinceladas de poesía inmersas en el sentimiento pesaroso de haberla perdido entre las innumerables jornadas del destino. Los susurros del atardecer le llegan procedentes de la otra orilla del mar, del otro lado del parque, del otro borde de la vida, de la otra atmósfera silente en que ella ha entrado para encontrar un sueño más metódico que el de su existencia misma. Por eso le surgen a Esteban, en medio del paisaje, unas suaves pinceladas de femenina sonrisa azul que impregna en el lienzo a manera de barcarolas en medio del jardín.

Esteban sabe que Diana ¿ya nunca volverá? Porque es imposible detener la guadaña del tiempo. El tiempo ha segado ya la cosecha y ahora Esteban se dedica a pintar escenas azules para seguir llevándolas, junto con un ramo de violetas, a la tumba donde Diana descansa entre los ecos del profundo sueño. Después, Esteban recoge el caballete, se adentra en la espesura del parque y espera… espera sentado junto a la fuente nacarina del parterre de las rosas a que las sombras del atardecer acompañen a los susurros con un gesto de esperanza milagrosa. Quizás Diana no esté tan lejos como parece y pueda volver a renacer entre los limoneros en flor y los miles de ojos azules de los plumajes de los pavos reales.

Un comentario sobre “Los susurros del atardecer”

  1. Muchas veces las ocsas ocurren por factores ajenos a nuestros deseos y cicunstancias…pero volverán las segundas oportunidades,aunque quizá no en esta vida…
    que belleza…
    Mil besos,crix.

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