Los trece capullos (Novela Corta – Guión Literario de Cine).

Cuenca, 18 de abril de 1939.

En el humilde bar del Tío Eulogio, hace ya un buen rato que Onésimo Ledesma de Rivera y sus doce correligionarios están armando bronca mientras que, al fondo, en la penumbra, se encuentra un anciano tomándose una copa de anís para intentar olvidar…

– ¡Pon la radio, Eulogio1 -chilla, con su voz de afeminado histérico, Onésimo.

– Es que prefiero la paz del silencio.

– ¡¡Que te he dicho que pongas la radio, joder!! -grita ahora, con su voz de afeminado histérico.

El Tío Eulogio enciende el aparato radiofónico y, entonces, se escucha la vocecilla del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde.

– ¡Españoles, la guerra ha terminado!.

– ¡¡Bravo por La Victoria!! -se entusiasma Onésimo Ledesma de Rivera que, inmediatamente, se levanta y se acerca al mostrador.

– ¿Qué quieres ahora, Onésimo?.

– ¡Trae para acá una botella de Napoleón porque vamos a brindar todos!.

Eulogio, cansado ya de tanta parranda, intenta convencerle de que no lo haga.

– Onésimo… es mejor que te vayas a casa con tu mamá.

– ¿Intentas decirme que no soy capaz de beberme toda la botella de Napoleón de un solo golpe? ¡Como no me entregues la botella el que se la va a tomar de un solo golpe eres tú! ¡¡Venga esa botella o te acuerdas de mí para siempre!!

Al Tío Eulogio no le queda más remedio que acceder una vez más ante los caprichos de aquel niñato.

– Aquí está la botella pero me parece que hacéis mal.

– ¿Que nosotros hacemos el mal?

– Sí. Vosotros haceís el mal estando aquí cuando deberíais de estar en vuestras casas; porque hay hombres que juegan a ser niños y hay niños que juegan a ser hombres sin saber lo que es ser hombres.

– ¡Me parece que se va a rifar una hostia y tú, Eulogio, llevas todos los números!

El Tío Eulogio guarda silencio, mordiéndose los labios para no contestar, mientras Onésimo Ledesma de Rivera se acerca, con la botella, hacia donde están sus doce correligionarios.

– ¡¡Vamos todos a brindar por La Victoria, pero antes de eso cantemos todos al unísono como grandes camaradas que somos!!

Los trece, con sus aniñadas voces de hijos de papá, comienzan a cantar mientras Eulogio aprovecha la ocasión para apagar la radio que está emitiendo el himno nacional franquista.

– ¡¡¡Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer, me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver. Formaré junto a mis compañeros que hacen guardia sobre los luceros, impasible el ademán, y están presentes en nuestro afán. Si te dicen que caí, me fui al puesto que tengo allí. Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz y traerán prendidas cinco rosas: las flechas de mi haz. Volverá a reír la primavera, que por cielo, tierra y mar se espera. Arriba escuadras a vencer que en España empieza a amanecer. España una. España grande. España libre. Arriba España!!!

– ¿Queréis divertiros un poco, camaradas? ¡Vamos a divertirnos de lo lindo!

Onésimo Ledesma de Rivera deja de beber, deposita su vaso sobre la mesa y se dirige hacia el fondo del bar, allí donde se encuentra el desvalido anciano.

– ¡Hola, camarada! ¿Qué ? ¿Brindando por La Victoria?

El desvalido anciano levanta lentamente la cabeza y le observa detenidamente con los ojos todavía vidriosos por el anterior llanto.

– Mira, mocoso, yo sólo intento olvidar…

– ¿Mocoso yo? ¿Olvidar tú? A mí me parece que tienes ganas de sacar los pies de las alforjas. ¿Cómo te llamas, viejo?

– Pedro “El Tuerto”. Así me llaman todos por aquí.

Y es que el desvalido anciano es, realmente, tuerto del ojo izquierdo.

– ¿Y qué deseas olvidar, tuerto, si es que se puede saber?

– Mejor es que no lo sepas.

– ¿Que no lo sepa? ¡Vamos, vamos, desembucha viejo asqueroso!

– Escucha… yo no deseo nada… yo sólo quiero vivir en paz…

– Pues si no largas de inmediato, en vez de paz vas a tener guerra conmigo.

– No sé quién eres ni me importa… pero la guerrra ya ha terminado…

– Yo soy, para ti y no lo olvides jamás, el gran excelentísimo señor don Onésimo Ledesma de Rivera y claro que la guerra ha terminado… pero ahora empieza el baile de la fiesta nacional…

– Deja ya las cosas como están -le aconseja el Tío Eulogio.

– ¡Tú no te metas donde nadie te llama y que sea la última vez que te aviso, Eulogio! -vuelve a chillar, con voz de comadreja, Onésimo Ledesma de Rivera.

– Está bien, Onésimo; pero no veo qué daño puede hacerte un anciano que sólo quiere olvidar.

– ¡Eso es lo que yo quiero saber! A ver, tuerto, ¿que deseas olvidar?

A Pedro “El Tuerto” no le queda más remedio que contestar.

– Es una historia de las muchas más que han sucedido durante estos tres últimos años. No tiene nada de interesante.

– ¿Haciéndote el interesante conmigo?

– No. Ni me quiero hacer el interesante contigo ni soy interesante para nadie. Es mejor que no te cuente nada.

– Entonces… ¿quieres que te cuente yo a tí las cuarenta en bastos?

Onésimo Ledesma de Rivera hace crujir los nudillos de sus manos estrechando la una contra la otra.

– Mire usted, don Onésimo, yo sólo quiero tener la fiesta en paz.

– ¡Pues empieza a largar o de verdad que vas a tener fiesta!

A Pedro “El Tuerto” no le queda otro remedio…

– Yo sólo tenía un hijo pero ya no está aquí…

– ¿Qué? ¿Un hijo rojo acaso?

– No. Un hijo muerto.

– ¡Así que un hijo muerto, jajajajaja! ¿Cómo ha muerto? ¿Acaso de una gripe mal curada?

– Escuche usted, don Onésimo.

– Eso es. Llámame de usted porque soy todo un caballero.

– Que le digo que quero vivir en paz.

– Entonces… dime de qué murió tu hijo.

– Murió en la batalla de Brunete y no quiero decir nada más.

– Pero yo quiero escuchar quién lo mató.

– Fue solamente una bala perdida…

– ¿Tu hijo fue una bala perdida has querido decir?

– No. Mi hijo era un hombre honrado al que le mató una bala perdida.

– ¿Quién disparó esa bala? ¿Nosotros los azules o vosotros los rojos?

– Soy demasiado anciano. Ya no puedo distinguir bien los colores. No sé diferenciar entre el azul y el rojo. No recuerdo nada sobre los colores. Cuando era niño me gustaban todos… ahora no me gusta ninguno porque no los recuerdo bien…

– ¿Quieres que te ayude a recuperar la memoria?

Onésimo Ledesma de Rivera volvió a hacer crujir sus nudillos estrechando una de sus manos contra la otra.

– De verdad que no importa.

– ¿No importa saber algo tan interesante como distinguir el azul del rojo? ¿No me digas que has perdido tanta memoria histórica?

– Tengo demasiada memoria histórica. Por eso deseo olvidar. Y ahora… ¿puedo seguir bebiendo en silencio?

– Sólo si me dices de qué color era quien disparó esa bala.

A Pedro “El Tuerto” no le queda otro remedio más que mentir.

– Fueron los rojos.

– ¡Eso está bien, tuerto! ¿Y dónde has dicho que lo mataron?

– En la batalla de Brunete.

– Entonces… ¿quieres venir con nosotros a brindar por La Victoria?

– Yo lo único que quiero es la paz. Dentro de unos momentos tengo que acudir a la huerta porque ya no tengo a nadie que lo haga por mí.

– Así que tienes una huerta… ¡qué interesante!

– No es mía, sino del señor obispo; pero tengo que cuidarla para poder comer.

Onésimo Ledesma de Rivera queda, por un momento, en silencio y mirando de soslayo al pobre anciano… hasta que, de pronto, se le ocurre algo que él considera verdaderamente gracioso.

– Me parece que tienes el pelo bastante largo, tuerto.

– Suelo esperar a que crezca lo suficiente para ir al peluquero. No tengo bastante dinero como para ir una vez al mes.

– Pues me parece a mí que es de mujerzuelas llevar el pelo tan largo. ¡Míranos a nosotros! ¡El pelo como Dios manda! Así que tendré que hacer algo porque mis camaradas están esperando a que seas un hombre de verdad.

– ¿No puede usted dejar de molestarme? Sólo necesito el silencio. Nada más pido el silencio.

– ¿Cuánta cantidad de silencio, tuerto? Ahora ha llegado la hora de que los azules hablemos. ¿No eres tú también azul?

Pedro “El Tuerto” se muerde los labios y calla.

– ¡¡Eulogio!!

– Escucha, Onésimo… déjale ya en paz…

– No. Si en paz le voy a dejar. Lo único que necesito es unas tijeras. ¿Tienes por ahí unas tijeras?

– Que ya está bien, Onésimo…

– No. Estará bien cuando yo le haya arreglado el pelo.

Los doce correligionarios de Onésimo Ledesma de Rivera empiezan a vitorearle.

– ¡Está bien, camaradas, está bien! ¡Aplaudir sólo cuando acabe la faena! ¡Esta es la fiesta nacional y a los berracos bragados como este tuerto es necesario pelarles como Dios manda!.

– No cites tanto a Dios, Onésimo… no es bueno mezclar a Dios en todo esto…

– Pues resulta, Eulogio, que este buen caballerete está trabajando al servicio del señor obispo así que sí es bueno ahora recordar a Dios. ¡¡Venga acá esa tijeras!!

– Las únicas tijeras que tengo sólo sirven para destripar los peces, Onésimo.

– Pues mucho mejor, porque este caballerete parece una mosquita muerta de miedo pero debe ser un pez muy gordo.

– Escuche, señor… si es que usted es un señor que mucho lo dudo… yo no tengo ninguna clase de miedo porque no he tenido nada que ver con la guerra. Soy demasiado viejo para eso y, como ve, si es que tiene buena vista porque me parece que es usted más corto de vista que de cerebro que ya es decir, no soy ningún pez gordo porque estoy bastante flaco del hambre que me hace pasar su querido obispo porque hasta es posible que usted sea quizás su querido.

– ¡¡Tú te callas, tuerto!! ¡En la guerra todos hemos tenido que raparnos! ¡Esto es como una película de cine sobre los esclavos de Egipto! ¿Has visto cómo los esclavos de Egipto siempre aparecen calvos del todo? ¡A ti te ha tocado perder porque todos los rojos como tú sólo sois unos perdedores! ¿Te gustó ver morir a tu hijo? Pues eso… ahora viene la fiesta nacional y en la fiesta nacional siempre se les pela a los más valientes. ¿No eres tú un valiente, tuerto? ¡No me digas que no eres un valiente! ¡¡Venga acá esas tijeras, Eulogio, y no quiero volver a repetir la orden!

En vista de cómo se estaba poniendo de nervioso e iracundo el tal Onésimo Ledesma de Rivera, era mucho mejor obedecer… así que el Tío Eulogio cogió las tijeras y se acercó a la mesa donde estaba sentado el pobre anciano.

– Onésimo… ¿por qué no tenemos ya la fiesta en paz?. Déjalo. Sólo es un pobre hombre que no hace daño a nadie.

– Pues resulta que a mí no me gusta que me mire un tuerto porque da mala suerte.

– Como sigas así, Onésimo, de verdad que algún día la suerte va a dejar de sonreírte.

– Me parto de risa, Eulogio, me parto de risa. Ja, ja y ja. Me parto de risa ver los pocos pantalones que tienes. ¡Sólo eres un flojo sentimental! Pero siéntate a su lado para ver algo sensacional.¿Cómo quieres que te corte el pelo, tuerto, a lo taza o a lo tazón.

– Onésimo… ¿por qué no celebras La Victoria de otra manera más humana?

– ¿No es humano un acto de caridad como pelarle al tuerto de manera gratuíta? En cualquier peluquería por lo menos le costaría el otro ojo. Le cobrarían un duro. Así que se ahorra cinco pesetas. ¿Es o no es un acto de caridad? ¡Y basta ya de parloteo innecesario! ¡¡Comienza el espectáculo, camaradas!! ¡Venid todos para ver la excelsa faena de un matador!

Los doce correligionarios, casi beodos del todo, se acercaron a la mesa donde Pedro “El Tuerto” se encontraba ya verdaderamente atemorizado; pero con el suficiente valor como para responder.

– ¡Si quieres matarme hazlo ya! ¡No voy a implorarte nada! ¡Solo tienes que clavarme las tijeras en el corazón! Pero no te voy a implorar nada te vuelvo a repetir para que me escuches con toda claridad. ¿Has entendido bien, imberbe? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! ¡Matásteis a mi hijo y con eso me quitásteis la vida; así que considera que vas a matar a alguien que ya está muerto!

Aquella reacción de Pedro “El Tuerto” hizo que Onésimo Ledesma de Rivera perdiera todo su aplomo e, iracundo de nuevo, comenzó a darle trasquilones al cabello del desvalido anciano; envalentonado ante la presencia de sus doce correligionarios que no hacían otra cosa sino vitorearle a cada trasquilón que daba.

– ¡¡Qué gozada!! ¡¡Qué gozada despelar a un bravucón!!

Después de dejarle todo el cabello totalmente destruido por la cantidad de mechones sin orden ni sentido alguno, y ante las carcajadas de sus doce correligionarios, Onésimo Ledesma de Rivera se decidió a dar el toque final a su “hazaña”.

– ¡Ya sólo queda convertirle en obispo! Eulogio… ¡trae una taza de café y una de esas tizas que usas para anotar las cuentas sobre el mostrador!

– ¿Es que ya no tienes suficiente con este escarnio, Onésimo?

– ¡Trae la taza y la tiza o te esquilo a ti también, borrego!

El Tío Eulogio no tuvo más remedio que cumplir este nuevo mandato porque vio que peligraba también su cabello.

– ¡Ten! ¡Aquí tienes la taza y la tiza!

Los doce correligionarios de Onésimo Ledesma de Rivera comenzaron a jalearle ya totalmente embriagados.

– ¡Ahora se va a producir el milagro! ¡Váis a ver cómo un tuerto rojo se convierte en un obispo de Dios!.

Poniendo la taza sobre la coronilla de Pedro “El Tuerto”, trazó con la tiza un círculo perfecto, apartó la taza tirándola contra el suelo, la taza se hizo añicos, y Onésimo Ledesma de Rivera comenzó a trasquilar, con sumo cuidado, el círculo dibujado en la coronilla de Pedro “El Tuerto”. Al final de su cobarde acción se jactó de ello.

– ¡Ya eres obispo, tuerto, ya eres obispo! ¡Te nombro el obispo de los necesitados! ¿Qué te parece ahora Franco? ¿Verdad que Franco es Dios? ¡Vamos, obispo, vamos! ¡¡Di bien en alto que Franco es Dios!!

Pedro “El Tuerto” no dijo nada y Onésimo Ledesma de Rivera le dio una bofetada en su carrillo izquierdo.

– ¡Cómo eres obispo ya has aprendido lo que es una hostia! ¿Quiéres más hostias o con una ya has tenido suficiente?

– ¡Déjale, por favor, Onésimo! ¡Ya es suficiente escarnio!

– Escucha, Eulogio… ¡es la última vez que te consiento que intervengas cuando estoy aplicando justicia!… ¿comprendido?

– Quiera Dios que no tengas que arrepetirte algún día, Onésimo…

– ¿Arrepentirme yo? ¿Arrepentirse un falangista auténtico? ¡Gracias a los falangistas auténticos tú puedes seguir viviendo! ¿Así nos lo agradeces, Eulogio? ¿Así agradeces que hayamos evitado que los rojos te quitaran tu negocio? ¡Desgraciado!

– Está bien, Onésimo, muchas gracias… pero déjale ya…

– No me llores como una pepona, Eulogio. Y tú… ¡obispo!… ¡Dí bien claro y bien alto que Franco es Dios!

Pedro “El Tuerto” se dio cuenta de que peligraba su propia vida.

– Franco es Dios.

– ¡No lo has dicho con total convicción! ¡¡Di bien claro y bien alto que Franco es Dios!!

– ¡¡Franco es Dios!!

– ¡Acabas de salvar tu vida, obispo! ¿Ves cómo Franco hace milagros? Luego se deduce que si Franco hace milagros es que Franco es Dios. ¡Ya está!. a ver, Eulogio… ¿cuánto te debemos?

– Teniendo en cuenta de que es un día tan señalado en la Historia de España, sólo me debéis doce pesetas por todo.

– ¿Cómo has dicho?

El Tío Eulogio se dio cuenta…

– Perdona, Onésimo, lo que quiero decir es que teniendo en cuenta que hoy es el Día de La Victoria… esto… ejem… no debéis nada de nada… estáis todos invitados gracias a Franco.

Onésimo Ledesma de Rivera no se dio cuenta de la ironía del Tío Eulogio.

– Está bien… está bien… aceptamos tu amable invitación. ¿Cuántas botellas te quedan de Napoleón?

– Todavía me quedan tres botellas y media.

– Para que veas que soy generoso y te estoy agradecido por la invitación, la media te la puedes meter por donde te entre… asi que trae para acá esas tres botellas enteras.

– Es que… ¡me han costado bastante dinero, Onésimo!

– ¿No quieres invitar a coñac a tus amigos los falangistas auténticos?

– Está bien, Onésimo… ahora mismo te entrego las tres botellas.

– ¿Me las entregas a la fuerza o has querido decir que me las regalas con gusto?

– Esto… te las regalo… con muchísimo gusto… y espero que os siente bien…

– ¿Acaso insinúas que no sabemos beber?.

– No. Ya he visto que sabéis mamar mucho. Ya sabes que mamar es saber beber como hombres y por eso sois unos perfectos mamones.

Onésimo Ledesma de Rivera estaba tan ufano de sí mismo que siguió sin darse cuenta de las ironías del Tío Eulogio.

– Perfecto, Eulogio. Es muy bueno tener alegría y buen humor en un día como hoy. ¿Te cuento un chiste mientras me las regalas?

El Tío Eulogio, temiendo de que también le trasquilara el pelo a él, le entregó rápidamente las tres botellas de coñac Napoleón y, los doce correligionarios falangistas auténticos, todos ellos imberbes y de mentalidad más corta que un mono en fase de primate, dejaron al solitario Pedro “El Tuerto” y se fueron hacia el mostrador.

– Escucha. Eulogio; esto es un rojo hablando con un obispo. El rojo le dice al obispo ¿tiene usted pasión por algo señor obispo?. Y el obispo le contesta tengo pasión por la pasionaria porque es la flor más linda de mi cementerio. ¿Qué te ha parecido el chiste, Eulogio?

Ante el silencio del Tio Eulogio, los doce correligionarios de Onésimo Ledesma de Rivera comenzaron a vitorear a éste y, en medio de carcajadas que sonaban a cacareos de gallinas, agarraron las tres botellas.

– ¡Vámonos de aquí, camaradas! ¡¡Cantando todos al unísono!!

Y los trece falangistas auténticos salieron del humilde bar del Tío Eulogio cantando…

– ¡¡¡Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer, me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver. Formaré junto a mis compañeros que hacen guardia sobre los luceros, impasible el ademán, y están presentes en nuestro afán. Si te dice que caí, me fui al puesto que tengo allí. Volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz y traerán prendidas cinco rosas: las flechas de mi haz. Volverá a reír la primavera, que por cielo, tierra y mar se espera. Arriba escuadras a vencer que en España empieza a amanecer. España una. España grande. España libre. Arriba España!!!

2 comentarios sobre “Los trece capullos (Novela Corta – Guión Literario de Cine).”

  1. Gracias por tu lectura y tu comentario, Marian… pero a lo largo de sus seis capítulos todavía van a cantar algo más… jejeje… y que conste que está basada en hechos reales y nada de ficticios. En fin. Memoria Histórica se llama ahora cuando antes se llamaba Formación del Espíritu Nacional. Cambian los siglos, Marian, cambian los siglos y ahora podemos escribir tales maravillas que en aquel tiempo era imposible imaginar aunque, vuelvo a repetir, está basado en hechos reales como la vida misma.

Deja una respuesta