Malvada Locura 3 (tercer relato de la serie Malvada Locura)

Malvada Locura-3
Tercer relato de la serie Malvada Locura

Autor: Vicent Cavalo
E-mail: vicentcavalo@gmx.es

Pasé tres días encerrado en la habitación de una pensión barata, fumando colillas y bebiendo aguardiente, sin desviar la mirada de un retrato enigmáticamente torcido sobre una pared sucia y destartalada, como la de una casa de muñecas tirada en la basura. Durante tres largos días me mantuve inmóvil frente al retrato de aquella mujer.

Tendría unos cincuenta años, hermosa, pero fría, con la mirada grave y huidiza como si deseara evitar algo o alguien que se encontraba allí, muy cerca de ella, acechándola. Sin embargo, pese a todo, se mantenía firme, posando, como si en el fondo deseara ser sorprendida.
No sabía qué tenia de excepcional aquel rostro, sencillamente me sentía hechizado, obligado a escudriñar obsesivamente cada rasgo, cada línea, expectante, extenuado, sumido en el delirio aguardando que en cualquier momento sus labios pronunciaran mi nombre, llamándome a su lado. Hasta que, por fin, desistí, enojado con su silencio pletórico y desafiante. Empecé a sentir que había algo de aberrante en todo aquello,en mí, en aquel rostro, en la propia habitación, en todo, pero sobre todo, en ella. Comprendí que estaba inmerso en una burla. Una burla fascinante, brillante y retorcida. Comprendí que las paredes, los muebles, yo mismo y cuanto existía a este lado de la tela, éramos tan sólo un intento frustrado frente a aquella otra realidad más exquisita y sabia, que emergía de aquel rostro que rehuía el mío como si yo fuera ese algo que la rondaba. Comprendí que lo que tenía enfrente, era la perfecta conclusión de un mundo que había sobrepasado sus límites.
Turbado, miré a mi alrededor, inquieto, con la sensación de que, pese al silencio y la quietud, algo se estaba desatando entre aquellas cuatro paredes. Podía sentirlo.
La realidad que nos rodea es un acontecimiento breve y fugaz que, allí, en aquella habitación había perdido su carácter momentáneo. El tiempo no transcurría, aguardaba. Yo, las paredes, los muebles, éramos en aquel instante detenido, en aquel punto de encuentro la tosca perspectiva de un mundo que ya no existía. Éramos una ilusión, un engaño y, sin embargo, yo, con aquel descubrimiento, me sentía más vivo que nunca. Me sentía como supongo que se se sienten los moribundos cuando, con su último suspiro el mundo se extiende un poco más allá de donde era posible que existiera algo. Tal vez eso fuera el Cielo. No sabía como había llegado, pero sí sabía que no era para quedarme.
Esperé, esperé durante tres días sin dejar de mirar aquel retrato torcido sobre la pared agrietada. Durante tres días esperé inútilmente un desenlace… una noche, me fui sin más, deseando olvidarlo todo.

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