Mi carta

Esta es
mi carta de despedida.
Aquella
que nunca verás,
aquella
que no romperás.
Aquella
con la que llorarás, al fin.

Esta es
mi carta de despedida,
sin razón de vivir
es su autor,
desamor, su vida.

Esta es
mi carta de desesperación,
sin
atisbo de esperanzas,
sin
lágrimas ensangrentadas.

Rio Delta que nace entre mis senos,
cuyo mar,
resbala por mi espalda,
mar tempestuoso,
duele,
me ahogo…

Esta es
mi carta, la que no te enseñaré,
la que descubrirás sólo,
sin tener que leerla.

Te quiero, eres mi vida
pero, algún día
me ahogaré sin ti
en este mar trémulo y oscuro
que es la desolación.

6 comentarios sobre “Mi carta”

  1. Río Delta que nace entre mis senos,
    cuyo mar,
    resbala por mi espalda, me ha gustado mucho el cuerpo como carta viviente, como si…para poder leerte, solo bastase que te mirara.Cariños.

  2. Que triste, es una pena que deban escribirse estas palabras que desatan un grito desesperado en algun rincon de mi ser… a pesar de esto las celebro has hablado por mi…mis congratulations

  3. – Ella misma se cortó la cabeza, lo juro. Lo hizo justo frente a mí y pude ver como la sangre comenzó a manar igual a un volcán en erupción. Parecía un volcán, lo juro. El color de la sangre, la consistencia como magma, lo juro, me impresionaron demasiado para poder reaccionar. De un momento a otro desapareció toda su cabeza y en su lugar había una nube formada por gotitas de sangre. Tiene que creerme, la sangre parecía una nube o mejor dicho era como el humo de la lampara maravillosa cuando sale el genio, ¿lo ha visto? Tenía que haberlo visto, era imposible, la sangre volaba, ascendía como la Columna bíblica que acompañaba al Arca de la Alianza, lo he leído y estoy seguro que así se habría visto, era tan impresionante, tan divino, aquel humo rojo sangre fluyendo como una oración hasta el cielo, como una carta a Dios que dice: “No más, no más dolor, no más este morir lentamente”, lo juro por lo más santo. Era… era como ver a un río paticando con el sol, así ascendian aquellos chorros nube de sangre hacia al mediodía.
    – …
    – ¿No me cree?
    – ¿Qué quiere que le diga yo sólo soy un médico forense? No soy poeta, como usted aparenta. No me puedo imaginar lo que dice. Lo único que puedo decirle es relativo al cadáver y condiciones de la muerte.
    – ¿En serio? ¿Puede saber cómo murió sólo con ver el cadáver?
    – Básicamente, así es; aunque hay sus límites, como supondrá.
    – Claro, claro, estoy conciente. Pero, dígame, ¿podría aclararme una duda que tengo sobre la difunta?
    – Si está en mi área de conocimiento, con mucho gusto.
    – Sí, sí lo está. Dígame, ¿cuál fué la causa de su muerte?
    – No se necesita ser médico para ver que ella murió a causa de un desengaño y un corazón roto. No fue lo suficientemente madura para aceptar los revéses de la vida.
    – Ah!, ¿en serio? ¿Es su opinión profesional?
    – Por supuesto hombre, ¿qué no ha visto el cielo esta tarde? La puesta de sol era una carta suicida.

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