MONÓLOGO EN LA CEGUERA

Lento el caminar sobre el camino. Aquí, desde donde puedo divisar la nada, soy yo, sin eje vertebral, sin razones, sin argumentos, pero insisto en ser yo. Duermo entre la caridad de las horas y el ritmo del desasosiego. Habito entre las sombras de las palabras, porque presiento su afán de ser constantes, de fluctuar en mi mente, de desvariar en la dirección precisa. ¿ Interrogo a mi Presente ? Sería vanidad, vanidad doblegada a una estética de cráneo y vela, de silencio y laceración: la vida es el centro mismo de la mirada hacia arriba o hacia abajo…Equivocarse. Los pasos lentos se agolpan, se acumulan como habiendo sido el ritmo de un cuerpo cansado. Allá nadie dice nada…Te observan, te desvinculan del olor de sus rosas de plástico. Insisto en ser yo, minúsculo, observador de la ceguera humana, de lo transitorio, de lo que esbozan las caridades de sonrisa y paloma sobre el dedo. Y allá…en lo más alejado de la esperanza me siento yo como un regalo desvinculado del miedo.
Las horas laten. Palpita la insinuación, somos una forma de palabra articulada a su propia imagen, perpetuos meritorios en la escena del gran teatro del mundo.

Un comentario sobre “MONÓLOGO EN LA CEGUERA”

  1. Monologar… ¡qué hermoso descubrimiento para llenar las horas del silencio y de la soledad con palabras nacidas de lo más interno de nuestras conciencias!. Monologar. ¡Verbo para sostener nuestros propios “yo” en medio de las oscuras vanidades de los “egos”! Caminar lento no es caminar despacio sino caminar sintiendo. ¡Y qué placer resulta ser esto de monologar en voz alta con nosotros mismos, con nuestro Espíritu y con esa mujer -chavala inolvidable- para sentirnos vivos y andar con los ojos más allá de lo que “ellos” se imaginan! Aquí, en la nada donde nadan los venerables de los coloquios, el soliloquio es la grandeza de los humildes. Yo he visto batallas de cegueras contra cegueras y, en cualquier lugar, siempre puedo monologar para sentirme vivo. Un abrazo cordial, Greko. Como dices tú, las horas laten y yo añado que en nuestro interior son las palabras mejor articuladas. Por eso en el gran teatro del mundo nuestros monólogos son los que nos elevan a la categoría de excelentes. Quienes crean que es vanidad yerran como se equivocan los que hablan de sus vanidades con quienes escuchan sus vanidades.

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