Mr. Hyde

Nació el último de cinco hermanos, todos varones. En cuanto su madre notó que “aquello” comenzaba a cuajar en su vientre, hizo todo lo que los rumores heredados, avalaban la expulsión rápida del engendro; perejíl, saltos, golpes…, nada sirvió de nada.

Lo primero que vió la criatura, fue: una madre atormentada y desgraciada; un padre anodido que ocultaba cualquier exhibición o conato de cariño que hiciese el amago de apodersa de él; y cinco hermanos que sólo sentían indiferencia, por ellos mismos, entre ellos mismos y en especial por sus progenitores . En ver lo que gobernaba, malograba, y decidía la vida de cada de los seres de aquella familia… tardó un poquito más; la pobreza, la miseria, la escasez y la penuria.

Sufrió el primer síncope cuando áun no había cumplido los seis años. El maestro de la escuela de la aldea dónde sobrevivían, fue quien le llevo a casa. El hombre tuvo que disimular a duras penas, las náuseas que le provocaba el hedor que destilaba aquella casa de adobe, la pestilencia que emanaba la figura de aquella madre y la podredumbre que expandían cada uno los míseros utensilios que parecían adormilarse en aquella morada.
Entró con el niño en brazos; desmayado, con los ojos en blanco y balcuceando sonidos y palabras ininteligibles. La madre se lo arrancó al maestro con infinita desgana, y no pudo ocultar el asco reflejado en su rostro al tenderlo en uno de los camastros como quien deja caer un saco de patatas. De haber sido un saco de patatas, lo hubiese tratado hasta con cándor.
El maestro se alejó de inmediato sin haber cruzado con la madre una sola palabra. En cuanto ella estuvo sóla, se sentó en uno de los pocos taburetes que había en la estancia y miró a su hijo tumbado sobre el colchón, que ahora tenía los ojos cerrados y parecía dormido; y todo lo que le venía a la cabeza lo farfullaba en voz alta; “eres el mismísimo demonio”, “estás maldito”, “nunca tuve que haberte parido”, “cualquiera de tus hermanos me sirve más que tú” “en cuanto te ví , supe que llevabas al diablo dentro”, y un interminable puñado de tropelias indescifrables. Sentada frente a su hijo decidió, que jamás volvería éste a la escuela, que nunca volvería ella a sentirse tan avergonzada por haber traído al mundo un ser tan extraño y diabólico.

A lo largo de su corta vida sufrió la criatura multitud de ataques similares, que casi siempre comenzaban tras algún hecho, palabra, insulto o desprecio que dañara su ilimitada sensibilidad, y las pocas manifestaciones que precedían a aquellas posesiones diabólica no dejaban para su madre lugar a dudas de que su hijo era la mismísima reencarnación de Satán; masticaba sin tener nada en la boca, le subía la temperatura hasta abrasarle la piel, de su garganta salían multiformes incongruencias, su piel se enrojecía como el fuego, vomitaba y se hacía pis encima. Su madre, aprovechaba cada uno de estos sucesos para , sin titubear, volver a escupir por su boca la misma retahíla de siempre; “eres el demonio”, “solo has venido al mundo para amargarnos la vida a todos” y una ristra de exclamaciones que variaban solo de forma y nunca de contenido.

A punto de abandonar el muchacho la adolescencia, se estrenaba una película en el primer cine construído en el pueblo más grande de la comarca. Sus hermanos llevaban tiempo ahorrando para
asistir al estreno, del cine y de la primera cinta que verían proyectada, y él, estuvo recogiendo cuando nadie le veía, puñados de orégano que su padre vendió por él, para que pudiera asistir a tan sonado evento, como lo harían casi todos los jóvenes de los pueblos colindantes

Era un película muda; “Dr.Jekyll y Mr. Hyde”, de un tal John S. Robertson, el cine estaba abarrotado y nadie pestañeaba. Devoraban todos con tal intensidad, tanto las imágenes como la trama… que nadie se dió cuenta que “el maldito” estaba sufriendo casi al final de la película, el último y fatal ataque de su vida.
Le llevaron a una de las dependencias del Cuartel de la Guardia Civil, dónde, después de avisar al médico, éste dictaminó la causa de la muerte del muchacho sin ápice de dudas, y así se lo comunicó a los padres, que en aquel momento acababan de entrar, avisados por el hijo mayor, en lo que se suponía era una especie de enfermería.
– No saben cuanto lo siento, dijo el galeno, la muerte del chico se podía haber evitado. Ha sufrido un ataque de epilepsia y se ha ahogado con su propia lengua. Una pena, porque sólo con sujetarle un poco y sacarle la lengua… el pobre chaval, no hubiera muerto.
Lo que su madre escuchó, entendió o quiso entender, solo lo sabrá ella, porque los únicas palabras que pronunció fueron:
_ Si lo he sabido siempre señor doctor; nació con el mal dentro de él. Mejor así para todos.

Dakota

6 comentarios sobre “Mr. Hyde”

  1. Transformaciones extrañas inundan la literatura de personajes convertidos en señales furibundas. Tu relato es un Hyde convertido en Jekyll que hace meditar sobre la testarudez humana de dar por inevitable los conjuros del mal. Pidamos a la vida algo más de imagen recreativa. Me gustó la trama. Como siempre, dakota, un beso de tu amigo. Que Mr Hyde nos pille de pie en la trastienda del viaje…

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