No somos puntos estáticos ubicados en un plano inamovible. Somos seres en acción aun hasta en los momentos en que permanecemos inertes. Todo lo que hacemos, todo lo que decimos, todo lo que pensamos, todo lo que sentimos y hasta todo lo que callamos produce unas consecuencias que nos van determinando.
No somos una inamovible roca en el cosmos de nuestra existencia. Somos una corriente continua de fluida interpretación. Nos interpretamos mucho más de lo que somos conscientes. Alguna vez nos detenemos momentáneamente pero sólo es para confirmar que nuestra existencia sigue girando, incesantemente, en torno a múltiples esferas. El mundo no es una esfera única. Es un conjunto infinito de esferas dentro de cada mente humana.
Todo lo que hay fuera de nosotros tiene una refracción dentro de nosotros y todo lo que hay en nuestro interior tiene su reflejo en lo que existe más allá de nuestro límite corpóreo. Quizás sea que cada ser humano posee una doble versión de sí mismo: lo que es y lo que representa.
En este espectáculo existencial que llamamos vida somos, en verdad, caracterizaciones continuas que van transformando nuestro ser desde un conspicuo origen apriorístico hasta un infinito final. No nacen estas caracterizaciones cuando aparecemos en la vida ni acaban cuando salimos de ella.
Muchísimos millones de segundos antes de que realicemos una de nuestras transformaciones dicha transformación ya se está elaborando dentro de nosotros; y muchísimos millones de segundos después de haberla experimentado aún sigue latiendo en el exterior de nuestros límites. Es por eso que la voluntad de un ser humano va más allá de cualquier medición posible.
No podemos medirnos con exactitud y nadie nos puede interpretar con absoluta veracidad. La verdad de un ser humano no existe. Lo que existe en un ser humano es una incógnita continua que se va plasmando en acciones, comunicaciones, pensamientos, sentimientos y silencio… hasta que un día cualquiera nos miramos al espejo y nos damos cuenta de que, en realidad, lo que contemplamos es sólo una aproximación diluida de nosotros mismos. Diluida y fragmentada.
Ni los hombres y mujeres más sólidos y seguros de sí mismos que hayan podido existir o existen en la vida son totalmente capaces de saber cuál va a ser su próxima interpretación y el significado de cada reacción humana no se puede comprender hasta que esa reacción ha terminado su periplo. ¿Pero cuándo termina el periplo de una reacción humana si pensamos que nos hay nunca una reacción suelta sino encadenada a otras múltiples reacciones?.
Somos mucho más que simplemente materia y espíritu. La dimensión de nuestra composición humana va más allá de esos dos límites porque, en realidad, somos una dimensión en perpetua continuidad que se va engranando en un universo de dimensiones enigmáticas para nuestro conocimiento finito. Por eso cada ser humano es un verdadero enigma hasta para sí mismo; algo así como un puzzle de tan inmenso número de piezas que si nos deconstruyeran sería imposible volver a reconstruirnos de la misma y exacta manera a la que antes fuimos.
Imborrables de nuestra realidad y probablemente tan irreales como ella, no podemos nunca llegar a saber dónde está la suprema esencia del ser. Por eso sólo podemos movernos en hipótesis alimentadas en la perplejidad de lo desconocido. Y quizás por eso, pudiera ser posible (que no lo afirmo ni lo niego) que exista alguna especie de Ser Superior que realmente nos comprenda.
Me atrevo a olvidar consciente mi “protocolo” verbal en cuanto a comentarios se refiere, e intentaré expresar lo que mi mente me dijo millones de segundos antes de escribir mi primera sílaba: ¡Cojonudo¡. Grandes ideas expresadas de una forma brillante.