Sin palabras pero con letras sueltas, sin decirlo y casi sin saberlo. Sin presentirlo y persuadiendo. Sin buscar. Sin encontrar ni desencontrarse; como quien intenta medir la existencia con un baremo desconocido.
¿Es válido atrevernos a recorrer el camino que nos trae al presente anacrónico de las palabras y su musicalidad?
La dialéctica de la verdad nunca pudo llegar mas lejos que un suspiro. Y el diáfano sentir muere cada instante amalgamado en dulces sonrisas y truncas miradas. Así como el desván más lejano y fantástico donde la vida resguarda mucho más que su soberbia decadencia. La imagen fija del egocentrismo humano. Y el despotismo de lo que no se dijo intentó traspasar un cuerpo entero, absorto e impoluto, haciendo desbordar la sangre purpúrea y caliente hasta desplomarse.
Y desaparecer.
Quizá algunos ojos encuentren la fortuna trascendental y exquisita de poder verse reflejados en la pausa simétrica del otro. Cual desafío para el destino.
Seríamos más sabios así.
No se trata de de-construir realidades, ni inventar idiomas, ni cambiar lo que queda, ni quedarme en lo que cambio. Sólo querer hacerlo. Sólo transitar. Recorrerlo.
¿Dónde quedan las huellas?