Porque nada es para siempre.

Horas, en las que el corazón se hace poesía.
Momentos de ausencia, inclinación al suéño.
Despiertan las palabras para habitar los espacios del decir,
del escribir silencios, como escalones hacia ninguna parte.
Nadie escucha estos latidos, lentos, proclives al descanso.
La mirada se ausenta y se transforma en acomodada nada,
sólo la brisa, desgajada de su propio orgullo, es tibia y densa a la vez.
Mis manos no ocultan su cansancio intemporal.


Las palabras siguen siendo las sirenas que cantan desde las rocas,
que abaten con su lujuria el poderío de los barcos.
La oscuridiad se aleja, por no ser vista ante la luz creciente.
Mil primaveras han surgido de la misma maceta
y ahora regresan.
Porque nada es para siempre
siempre sigue siendo nada.
No incomoda a nadie el decir con palabras
lo que el corazón oculta, por temor a ser mirado.
Se escucha una misma canción.
Alguien canta, y en ese juego de noche, canto y luz,
la vida pasa entre las páginas de libro,
entre los brazos llenos de ternura,
en las miradas que se cruzan entre la vida y la muerte.

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