Sucumbren las hojas bajo el peso de su silencio.
La ingratitud del tiempo seduce su unidad con el árbol
y desplegando su soledad, forman parte del silencio.
En ese acto, la mirada capta el gesto constante,
la sumisión arbórea y la ausencia de orgullo.
Cada hoja es un todo que renace en su agonía,
un declinar de mil soles o el purpurado nimbo sobre el cielo.
Descubrir la falta de egoísmo de cada árbol.
¿Dónde acudireremos en busca de suave sombra?
La misma noche acalla los gemidos de las hojas pisadas
en un sentir que llaman Otoño.
Las palabras caen del mismo modo.
En presentidos mensajes de una primavera ausente,
los verbos nacen del infinitivo exigente
inconsecuentes ya desde los labios macilentos de los oradores.
Las manos tiemblan al tocar la tierra,
abandonada en su esencia por la negación del árbol,
la ocultación de las verdades, la dolorosa mirada de mil cuerpos.
Mil hojas y mil cuerpos: doliente otoño donde las pisadas
abaten la indiferencia y siguen firmes un paso que nunca acaba.
La palabra, ausente de ese alma nacida o renacida,
reclama su naturaleza proverbial, su sanadora estirpe,
su sinrazón en boca de los poetas.
Llega, sin más, el anunciado tiempo de silencio,
donde la medida de la razón arrebata el pálpito
y nos condena a un silencio obligado colgado
sobre cada rama desnuda de los árboles callados.
¡Cuánto vacío en tu rpoximidad, ejercicio de desesperanza!
Me alcanza el rayo de cada instante en el penumbral estado
donde eternamente callado…
suspendo mi decir a cambio de mi ceguera.
Primero, un abrazo cordial, amigo Grekosay. Y después, dcirte que es, como siempre, profundo tu arte poético. Para mí es muy importante el centro focal de “los verbos nacen del infinitivo exigente” desde yo, con mi subjetiva forma de entender, creo que se abre el poema para pasar de las propuestas inciales a esas respuestas que buscamos. Ejercicios de desesperanzas que nos vuelven a calar en lo hondo de la filosofía humana, la verdadera filosofía de los que vagamos por los ámbitos literarios con “la razón arrebatada”. Un abrazote sincero, amigo, y me alegro verte otra vez por Vorem porque sigo recordando nuestros diálogos de pensadores que quizás no pensemos más allá de lo que somos pero que soñamos mucho más de lo que somos hasta que conseguimos ser lo que soñamos: El Milagro de la Transformación.