Éramos de caballería.

Andrés y yo éramos tan de caballería que hasta entrábamos en el estanco montados a caballo mientras la estanquera se quedaba mirándonos con la boca abierta. Era nuestra forma de rebasar la frontera del quicio de la puerta. Más allá del quicio desquiciábamos a los barrigudos jefes del Banco y a las viejas cotorras de los Negociados con nuestras camisetas “Rolling Skates” (amarillas las mangas, negro el fondo y el patín blanco) que hasta se hacían cruces viendo cómo sí era cierto que cumplimos con la palabra dada (y no como el miedoso de Fernando).

Es que Andrés y yo éramos dos verdaderos caballeros jugando con las damas de aquel damerograma que consistía en supervivir y pasar de la traición de “El Puñoenrostro” que lo poco que sabía de sindicalismo y política, si es que sabía algo, lo había aprendido de mi compañero y amigo, quien de ser independiente pasó a hacerse sólo un dependiente de mercaderías nada más.

Mariano “El Puñoenrostro” se apachingaba en la silla mientras Justo Fernández y sus adláteres se desgañitaban por convertirnos también a nosotros en “ugetistas” silenciosos. El líder de Mariano “El Puñoenrostro” era, ahora, el gran Don Justo… pero Andrés y yo seguíamos montando a caballo mientras pasábamos y repasábamos las filas, durante las manifestaciones, por ver si descubríamos alguna que otra chavala guapa que mereciese la pena ser vista y hasta poder decirles algún chiste más o menos bueno o más o menos malo (según fuese el carácter de la chavala y la ideología de las filas a las que pertenecían) o íbamos a cualquier lugar que topábamos (José Luis era simplemente silencioso) con nuestras famosas discusiones sobre la cuadratura del círculo o contábamos, a quienes nos quisiesen escuchar, historias tan increíbles como que éramos jugadores internacionales del pingpong de España o aviadores recién llegados de la Academia de Aviación de Zaragoza y otras cosas más raras todavía.

Era en esos inolvidables momentos cuando nos bajábamos del caballo para renovar nuestros cuentos e historias y, de paso, también ir renovando nuestro vestuario; él siempre con sus botas de viejo vaquero y yo con mis tenis (más modernos que sus botas por cierto) y nos lanzábamos el uno al otro una tal cantidad de historias para no dormir que no pegábamos ojo en toda la noche cuando, de vez en cuando, hacíamos alguna correría nocturna hasta por la calle Montera si era preciso, como si fuésemos toreros con montera en mano dando la vuelta a aquel carrusel o montando en coches de choque para asustar a las chicas más o menos “pijas” que se ponían como histéricas nada más vernos llegar con nuestra pinta de vaqueros de caballería al volante de aquellos biplazas que movíamos en el sentido opuesto a las agujas del reloj para asustarlas más todavía.

Caballeros por la Gran Vía o Mesón de Paredes… y a todo esto Paredes que está a punto de desmayarse sobre el mesón… pero no… esto de Paredes pertenece a otra historia en la cual Luis sustituyó a Andrés pero yo seguía siendo yo y la historia pertenece a la Academia del Rogelio, donde estudiábamos a veces y a veces hacíamos como que estudiábamos. Lo que pasa que ya es cuestión de un gallego llamado Colmeiro del que sólo sé que era compañero de Negociado de la chavala bonita llamada Amparo la Primera, cuando estaba en su gloriosa primavera. Pero esto lo dejo para otro día. Sí, amigo Luis, se llamaba Colmeiro quien te hacía sombra en la Academia de Rogelio.

Adiós.

2 comentarios sobre “Éramos de caballería.”

  1. Aclaración: No era Colmeiro sino Balseiro…. pero bueno… ahora Andrés y yo ya no somos de caballería sino que él es un trotamundos de la Fuencarral hacia abajo y yo soy un trotamundos de la Fuencarral hacia arriba. En otras palabras el se sigue buscando mientras yo ya me encontré.

  2. Mi caballo favorito no era el famoso “Chacal” sino “Cerros Verdes”… por aquello de dar un título más entusiasta a mi peródico de chapas. En fin… que de caballerías sabía yo algo muy importante: Alburquerque era un duque y Villapadierna era un marqués. El príncipe Bagration era, sin embargo, de los caballos de fuego, la Fórmula y todo aquello del caballito rampante. Y a todo esto estar en Babieca era como quedarse en blanco. Por eso yo adornaba a mi “Cerros Verdes” con fotografías a todo colorny hasta entrevistaba a los demás npara no olvidar que, una vez eliminadas las trampas, la Copa Fiocchi era de propiedad de mi padre y la gané yo. En “Cerros Verdes” está toda la historia de aquellos Juegos que eran más importantes que los de Londres; porque duraraon años enteros de mi primera infancia. Así que la historia de las chapas ocupa un lugar especial en mi día a día de los recuerdos tras los recuerdos y Walkowiak del Bonifacio quedó superado por mi Van Stembergen. No duelen prendas escribir la verdad; auqnue a los otros tres les duela donde más les duele. Abur. Cierro mi Diario por hoy.

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