Rodeando al Extranjero (Novela) Capítulo 10.

El partido de fútbol, aquel domingo por la tarde, había resultado tan frío como el ambiente. Eso hizo que las hordas de los aficionados se enfervorizaran, se crisparan los nervios de todos los espectadores y comenzaran las luchas sin cuartel de los unos contra los otros. Durante toda la semana cierta prensa deportiva no había hecho otra cosa sino incitar a la violencia entre los más fanáticos de ambos bandos. Alguien salió con la boca partida y, a los veinte minutos de la segunda parte, hora fatídica siempre en los partidos de fútbol de máxima rivalidad, el árbitro, totalmente asustado por la violencia desatada en los graderíos y la tremenda tromba de agua que había anegado por completo al campo de fútbol haciendo que el balón no se pudiera mover más que escasos centímetros a pesar de las fuertes patadas de los futbolistas, decidió suspender definitivamente la contienda cuando el marcador todavía permanecía en un desesperante 0-0.

La crispación se adueñó de aquel dantesco escenario y las hordas de los vándalos comenzaron a destrozar todo lo que pillaron a su paso. La policía nacional no tuvo otro remedio que emplear la fuerza física para acabar con aquellos actos de brutalidad. Al final, el saldo fue de dos personas muertas, una por cada bando; treinta y siete heridos, doce de ellos de cierta gravedad; tres policías con heridas leves y trece vándalos detenidos y encerrados en la cárcel.

Eran ya las ocho de la noche cuando el Extranjero despertó de sus profundos sueños. El jerarca de la familia gitana le había estado observando mientras dormía.

– !Ha dormido usted poco pero profundamente!. ¿Podemos volver a hablar usted y yo?.
– Siempre que sea de algo importante, sí… pues en realidad cuando uno es extranjero en su propio país, sólo le importa lo que es interesante.
– Curiosa forma de pensar…
– No es un pensar, amigo, no es un pensar.
– Sigo sin comprenderle.
– Escuche. Usted tiene una gran familia ¿verdad?.
– Una esposa y diez churumbeles más unos cuántos primos y primas.
– Pues eso es interesante para comentar.
– Estoy empezando a comprender.
– Exacto. No es un pensar. Es un sentir.

En la cueva de los gitanos había ganas de bailar. La tormenta había cesado y la noche comenzaba a apoderarse del ánimo de todos ellos y ellas.

– Nosotros -comentó el jerarca- cuando llegan las ocho de la noche siempre cantamos, bailamos y danzamos… y no le pedimos permiso a nadie para hacerlo.

El Extranjero volvió a sonreír.

– Parte de la libertad.
– ¿Se refiere a que forma parte de la libertad o a que es de donde parte la libertad, o sea el inicio de la libertad.
– A que es el inicio de la libertad pero no es todavía la libertad. Ustedes los gitanos nunca han sido libres por mucho que lo vayan publicando por ahí. Pero de ese tema es mejor hablar en otro momento más oportuno.

El jerarca, de nuevo, se quedó pensando… hasta que acertó a encontrar palabras con las que dirigirse al Extranjero.

– Pero ¿de verdad es usted de aquí?.
– De aquí mismo.
– Entonces ¿desea bailar con nosotros?.
– Una noche no importa. Una noche con su familia es interesante solo para usted y su familia. No. Yo no bailo esta noche.
– ¿Eso significa algo? -intervino la mujer del jerarca con una expresión triste en su todavía bello rostro.
– Eso significa que hay familias que no saben lo que es la familia.

La mujer lloró y volvió a preguntar.

– ¿Cuál es su nombre?.
– Llámeme simplemente Extranjero. A veces eso es tener más identidad que el verdadero nombre de una persona. ¿Para qué sirve un nombre cuando se convierte en un simple número?.
– ¿Es que los nombres se pueden convertir en números?.
– Sí. A veces. Yo, por ejemplo, puedo ser el número 3…
– ¿Significa algo ese número 3 para usted?.
– Sólo que hay el 1 y el 2 por delante y el 4 y el 5 por detrás. O sea, algo sin ninguna importancia absoluta. Sólo es una relatividad casual. Por eso prefiero ser el Extranjero.

Y comenzó la fiesta gitana. El Extranjero sólo escuchaba aquellos cantes hondos de penas y dolores, sólo observaba aquel bailar como desesperaciones de funambulistas de circo y procuraba entender aquel danzar sin finalidad alguna nada más que el cansancio y la fatiga.

– Estoy borracho, amigo -se le acercó el jerarca de la familia gitana- estoy borracho y no puedo entender por qué.

El Extranjero volvió a mirar fijamente a los ojos del jerarca.

– Piense usted que emborracharse es cerrar las puertas al mundo. Quizás eso le haga meditar y tomar conciencia. Y ahora que le estoy hablando de pensar y meditar… ¿no es una incoherencia denominarse a sí mismos libres ciudadanos del mundo y cerrar la puerta al mundo perdiendo la libertad?. Debe usted saber que los borrachos son la antítesis de los seres humanos libres.

La delirante danza terminó con todos los gitanos y gitanas tirados por el suelo, completametne fatigados y aturdidos.

– !Es hora de dormir!. !Por favor, use usted mi hamaca!.
– No. Jamás. Esa hamaca es su única identidad y por eso la respeto; porque forma parte intrínseca de su propiedad privada. Es como con las mujeres. No me interesan en plural sino en singular.
– Eso no lo entiendo. Quizás sea que estoy borracho, pero no lo entiendo. Me parece que el que se contradice ahora es usted.
– Pues está bien claro. Para ciertos asuntos es necesario una pluralidad de mujeres pero tomadas de una en una… y para el asunto de la libertad y la familia, para ambos amigo mío, sólo me interesa una mujer y no mujeres varias. ¿Me ha entendido ahora?.

El jercarca de la familia gitana ya no prenguntó nada más. Se sentó en su hamaca con los pies colgando en el aire, como si su vida hubiese sido, hasta entonces, sólo un vacío nada más. Encendió un puro habano y se quedó mirando fijamente el techo de la cueva donde una araña tejía su tela. Se sentía como atrapado en la telaraña… mientras el Extranjero volvió a dormir y, una vez más, en el suelo. Como si fuese uno más de todos ellos pero diferente a todos ellos.

– ¿De dónde viene usted? -le susurró al oído una de las más jóvenes gitanas.
– Del mismo sitio que tú.
– ¿Usted sabe de dónde vengo yo?.
– Tú vienes, como yo, del interior del cuerpo de una mujer.
– ¿Pero cuándo nació usted?.
– Cuando un espermatozoide de mi padre fecundó a un óvulo de mi madre. Ahí nací yo. No nacemos, nadie, en ningún lugar geográfico. Eso es falso. Nacemos en el interior del cuerpo de una mujer y ese cuerpo de nuestras madres no es un lugar geográfico sino un lugar biológico.
– Entonces…. ¿usted y yo somos lo mismo?.
– Sí y no.
– No le entiendo…
– Sí somos lo mismo porque somos dos seres humanos pero la vida nos hace a todos diferentes; además de que, en este caso, tú eres una mujer y yo un hombre.
– Por cierto… ¿por qué no está usted con su madre?.
– Mi madre ya murió, pero no sé si fue ayer ni fue hace un año o si nunca ha muerto.

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