Rodeando al Extranjero (Novela) Capítulo 11.

Hacia las tres de la madrugada, el jerarca de los gitanos todavía seguía sin poder dormir. Sentado en el borde de su hamaca seguía pensando. No sabía cómo aquel Extranjero le había dado una verdadera lección de libertad. !A él!. !Al jerarca!. !Al todopoderoso de la tribu!. Contó mentalmetne hasta cien ovejas por ver si así le entraba el sueño. No pudo. Se preguntó a sí mismo si los gitanos eran tan libres como se autodenominaban ellos. Supo que no. Que no eran tan libres como decían. Sabía que de aquel Extranjero había aprendido algo: que los gitanos seguían siendo esclavos de sí mismos. Que todo su mundo a él le daba lo mismo, pero en el fondo no era así. Era difícil entender aquello. ¿Le importaba o no le importaba el mundo de los gitanos a aquel payo?.

El Extranjero decía muchas verdades sobre la vida gitana. Era un payo diferente.

Salió de la cueva a fumar otro puro habano. Las volutas de humo parecían círculos jugando a una especie de billar aéreo, como si toda aquella juventud vivida por él hubiese sido una juventud perdida en juegos de azar y dichos juegos de azar sólo hubiesen sido un absurdo vivir. Cuando se equiso dar cuenta el Extranjero estaba otra vez a su lado.

– No fue tan absurdo…
– Pero… ¿es usted capaz de conseguir saber lo que estoy pensando?.
– Es muy fácil. Me basta con mirarle fijamente a los ojos. Usted está pensando en su perdida juventud y lo está considerando una verdadera pérdida de tiempo. ¿Ve cómo no es tan absurdo?. Escuche. Hubo un escritor llamado Albert Camus que escribió una obra titulada “El Extranjero” donde todo acaba en un verdadero absurdo. ¿Piensa usted que yo soy ese Extranjero salido de las páginas de Camus?.
– Absurdo….
– Pues claro que sí. Es un absurdo. Yo no he salido de las páginas de Camus. Pero si lo mira desde otra perspectiva sí es posible. ¿Ve cómo lo absurdo no es a veces tan absurdo?.
– Yo de letras no sé nada. Si le digo la verdad soy analfabeto.
– No importa. Lo importante es que usted comprenda que, aunque en realidad su juventud y su libertad fueron dos absurdos… la suma de ambos absurdos deja de ser absurda…
– Me está usted volviendo loco…
– No. Sólo le estoy haciendo pensar que ha perdido usted muchas oportunidades de saber vivir….
– Pero estoy vivo y sano.
– Aparentemente sí. En realidad usted es un absurdo a lo Camus, o si lo prefiere de otra manera más compleja, es usted un kafkiano señor K.

El jerarca gitano estaba hecho un verdadero lío aunque luciese un hermoso sombrero andaluz cubriéndole la cabeza y tuviese en su mano la vara de mando. El Extranjero primero le decía que era un absurdo y ahora le intentaba demostrar que, sin dejar de serlo, podría ser lo contrario. Eso era. Que era un absurdo todavía con posibilidades suficientes de dejar de serlo o no serlo. Jamás nadie la había osado decir tales cosas ni pensar en tales cosas. Miró a los ojos del Extranjero. Tenían un poder sobrenatural.

– Yo ahora le pregunto una cosa a usted. ¿Es en realidad una libertad la vida de los gitanos?.
– Yo creo que sí… -respondió a media voz el jerarca- aunque usted me está haciendo dudar.
– Yo creo que no. Afirmativamente no.
– ¿Se atreve a poner en duda lo que dice la Historia?.
– ¿Sabe de verdad usted lo que dice la Historia de los gitanos?.
– Le dije que soy analfabeto. Sólo sé lo que me han contado otros antes que yo.
– La Historia es diferente a los cuentos. Además, la Historia es muchas veces una contradicción tan profunda como ocurre cuando habla de la libertad del pueblo gitano. Los cuentos, por otro lado, son solo historias… pero no la Historia… ¿me está comprendiendo ahora?.
– Pero… ¿y de dónde saca usted esos pensamientos?.
– Desde luego no los saco de los libros de Camus ni de los libros de Kafka, aunque algo de ellos he leído. Por eso yo, en contra de lo que ellos escribieron, le digo que usted no es un absurdo a pesar de todo.
– !Me va usted a volver loco!.
– Quizás lo estuvo usted antes de conocerme y ahora es cuando ha empezado ha comprender su lucidez mental.
– Los gitanos llamamos Reyes a los que tienen poder… para mí es usted el Rey de la Evasiones.

El Extranjero volvió a sonreír y sólo le dijo una palabra.

– Discúlpeme.

Y entró de nuevo en la cueva.

– ¿Discúlpeme? -pensó el jerarca -¿por qué me habrá dicho discúlpeme si lo único que ha hecho es decirme la verdad?.

Y ya totalmente cansado de darle tantas vueltas a su cabeza, tiró el puro habano a medio fumar, lo aplastó con su bota izquierda, entró en la cueva, se tumbó en su hamaca y comenzó a roncar mientras alguien observaba desde el lugar más profundo de la cueva. Era el benjamín de los churumbeles. Un niño de tan sólo siete años de edad. Aquella forma de roncar y toser se introdujo en la mente del niño. El Extranjero, que no estaba dormido todavía, pensó: “Eso es una consecuencia”. Y cerró los ojos.

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