Al llegar el alba el Extranjero se levantó silenciosamente para no despertar a nadie. Salió de la cueva y encendió un cigarrillo. Alguien le tocó en el hombro derecho. Era el jerarca de la familia gitana que no había podido apenas dormir ni una sola hora.
– ¿Se va usted ya?.
– Aquí no tengo mi Destino.
– ¿Por qué me dijo usted discúlpeme cuando estábamos hablando anoche?.
– ¿Ha observado usted a los animales?.
– !Muchas veces!.
– Por eso se lo dije.
– Sigo sin entender nada.
– Cuando un animal mata a otro animal siempre le pide disculpas.
– !Jamás oí decir tal cosa!.
– Porque jamás entendió usted la vida de los animales.
– ¿y ahora?..
– Ahora… ¿se atreve usted a subir conmigo a la cima de la montaña?.
– No. Tengo mucho miedo.
El Extranjero volvió a repetir la misma palabra.
– Discúlpeme.
Y comenzó lentamente la ascensión hacia la cima de la montaña.
Pronto, en un recodo del sendero, encontró a otro anciano sentado en una roca y llorando a lágrima viva.
– ¿Por qué llora usted?.
– Lloro porque me he quedado solo.
– ¿Completamente solo?.
– Completamente solo.
– A veces la vida es así. Creemos tener el amor de todos y en realidad sólo nos ama la sombra de nosotros mismos.
– ¿La sombra de nosotros mismos? – preguntó el anciano mientras se secaba las lágrimas con el dorso de sus manos.
– ¿Sabe usted que todavía le queda mucha vida por delante? -se limitó a contestar el Extranjero.
– !Pero si yo ya tengo noventa años de edad!.
– ¿Y qué son noventa años de edad?.
– Yo creo que mucho.
– Pues se equivoca.
– ¿Noventa años de edad es poco?.
– Le vuelvo a insistir que sí. Verá. Dele la vuelta al número y se quedará en cero nueve. El cero a la izquierda, que no vale nada, bórrelo de su mente y conviértase en un chaval de nueve años de edad.
– ¿Y de qué me sirve eso?.
– Espere. Haga lo que le digo. Conviértase en un niño de nueve años de edad. Baje a la Gran Ciudad. Busque un asilo. Se lo digo de verdad. Allí encontrará a su compañera.
– ¿Una compañera en el asilo y con sólo nueve años de edad?.
. Eso he dicho.
El anciano, que ya había dejado de llorar, se levantó rápìdamente.
– ¿Pero usted me asegura de que en el asilo encontraré a una compañera que quiera vivir conmigo?.
– Se lo aseguro totalmente. Atienda a lo que le voy a explicar.
El anciano puso todos sus sentidos para atender.
– Piense que usted es Adán. Piense que el asilo es el Paraíso. Piense que ella es Eva. Y la encontrará.
. !Dios mío!. !Puede ser una utopía pero me ha devuelto usted las ganas de vivir!.
– Sólo una cosa más.
– Diga. Diga. Nadie me ha dado en esta vida tanta Esperanza.
– Eso es. Llámela Esperanza cuando la encuentre. No importa cómo se llame en realidad; pero usted llámela siempre Esperanza.
– Espero que los perros no me ladren -se atrevió a bromear el anciano.
El Extranjero sonrió ante aquella broma.
– No se preocupe por los perros. No les haga caso. Le ladrarán sólo por envidia… pero nada más… ya sabe usted que los perros que ladran mucho nunca se atreven a morder…
El anciano estaba completamente contento y comenzó a bajar hacia la Gran Ciudad para buscar el asilo.
– !Y no se olvide de llamarla siempre Esperanza! -le gritó de lejos el Extranjero.
– !No lo olvidaré!. !Se lo juro!. !Tan cierto como que Dios existe que jamás dejaré de llamarla Esperanza!. !Y le compraré un vestido verde para bailar juntos aunque los perros me sigan ladrando!.