Sagitario (Novela del Oeste) -2-

En las orillas del río Missouri, “Yupanqui” (el caballo del sheriff Mendoza Bolt) pastaba, pacificamente, mientras “Blanca” (la yegua de “El Solitario”, ayudante del sheriff) comía forraje amarrada al poste de madera de la Oficina de Telégrafos cuando, al levantar la cabeza, observó, como ya era costumbre en aquel lugar, la enorme galopada de la potranca “Flor”, con el borracho Sagitario montado encima de ella, bamboleándose de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, según soplaba el viento y sin apenas saber hacia dónde se dirigía la alocada potranca. Efectivamente, el gordísimo Sagi, completamente lívido, demacrado y con su tez cada vez más de color celúrico, terminó siendo llevado, por “Flor”, a la ciudad de Omaha.

Aquel mismo viernes, una vez que Mari Juana habíaa abandonado el saloon “Milboona” presa del odio y carcomida por la envidoa mientras comenzaba a planear y tramar un acto vengativo contra “La Chica”, ésta cantaba y bailaba mejor que nunca (si es que eso era posible), extasiando a todos los parroquianos; aquellos rudos vaqueros, pistoleros sin conciencia alguna y gentes sencillas del pueblo, más algunos extranjeros y algunas extranjeras que habían oído hablar de ella, de su arte y, sobre todo, de su belleza sin igual. Entre los parroquianos, en aquella hora de la madrugada, cuando el reloj de la iglesia hizo sonar la 2 de la noche, se encontraban, apoyados en la barra, el sheriff Mendoza Bolt y su ayudante “El Solitario”.

“La Chica” miraba hacia donde se encontraba Mendoza Bolt con una grata sonrisa en su rostro que, aquella noche, estaba más hermoso que nunca pues le afloraban sus famosos y sexys reflejos en las comisuras de su apetitosa boca.

Entonces fue cuando entró en el saloon “Milboona” un muy atildado y relamido galancete muy rubio platino él… muy bien repeinado él… muy grácil de gestos amanerados él… muy fino sombrero de fieltro él… y acompañdo de otros cuatro insignificantes personajillos de cuerpos esmirriados pero suntuosamente vestidos y engalanados de la cabeza a los pies. Estos cuatro personajillos se sentaron en las más lejanas sillas del recinto mientras el rubio platino se acercó hacia el lugar donde se encontraba el sheriff.

– Buena noche -comenzó el atildado rubio platino con una voz ciertamente afeminada.
– Buenas noches, galán.
– Se dice buena noche porque vivimos de día en día y no de días en días.
– Exacto, galancete. Algunos viven sólo el día de hoy y mañana ya no existen.
– Por lo que veo es usted el sheriff de este lugar…

Mendoza Bolt le miró de frente…

– Le deslumbra la estrella…
– Es verdaderamente interesante.
– Me refiero a la estrella que llevo a la altura de mi corazón y no a la que canta.
– Esto… claro… claro…
– Pues si está ya tan claro aclare ya el asunto…
– Verá, caballero, yo soy un mejicano de Tijuana y vengo a proponerle un plan…

Mendoza Bolt se dio cuenta, rápidamente, de que no utilizaba en su manera de hablar ningún acento mejicano y mucho menos del estado de Jalisco.

– ¿Qué clase de plan, galancete?
– Es bastante largo de contar…

Mendoza Bolt observó detenidamente el rostro del enclenque rubio platino y los bastos rostros de sus cuatro compañeros que, sentados al fondo del saloon, aunque vestían trajes muy elegantes, era muy fácil distinguir que eran bastos, ignorantes y groseros en sus ademanes y formas de hablar. Entonces le vino a la memoria un cartel de “Se Buscan” que había visto en la ciudad de Morelos donde había estado hacía un par de semanas.

– Espere un momento, galán.
– ¿Algo grave, sheriff?
– Nada que yo no pueda solucionar. Sólo serú un momento.
– Esperaré…
– ¡Ven conmigo “Solitario”!

“El Solitario” salió del saloon siguiendo a Mendoza Bolt, no sin antes haber lanzado una mirada de admiración a “La Chica” que seguía, de manera ahora imperturbable, cantando…

Una vez fuera del “Milboona” los dos representantes de la ley de Kansas City, Mendoza Bolt dio una orden a su ayudante.

– “Solitario”… si no me equivoco, y tengo buena memoria en cuanto a las imágenes se refiere… estos cinco ratas escuchimizados son asaltadores de bancos que están siendo buscados por el alcalde de Morelos. Se nota que no son mejicanos sino de algún otro país. Por lo pronto, si ves que sale alguno de ellos del saloon, le detienes y le enchironas.
– ¿Bajo qué cargos?
– Prevenir, “Solitario”, detenlos bajo el cargo de prevenir antes que curar.
– Jajaja… buen cargo, Mendoza… detener para detener…
– Eso es. Sólo necesitamos unas horas hasta que informemos al alcalde de Morelos. Si están por aquí hay que detener para detener lo que están planeando.
– Descuida, Mendoza, no hay problema.

En el tiempo en que estuvieron charlando, fuera del “Milboona”, Mendoza Bolt y “El Solitario”, resulta que el lindo Don Diego Moriles Mochales de Cabra había advertido el arte de “La Chica” pero sobre todo, ya que él de arte no sabía absolutamente nada, había advertido la increíble belleza de ella desde su cabeza hasta sus pies. Y se había quedado estupefacto y con la boca abierta sin darse cuenta de que Mendoza Bolt ya estaba de nuevo a su lado…
– Cierre la boca, por favor, porque le van a entrar los abejorros.
– ¡Caramba! ¡Me ha pillado desprevenido, sheriff!
– Entonces no se descuide tanto, galancete donjuan, y dígame cuál es el proyecto que me quiere contar.

Don Diego Moriles Mochales de Cabra, desconocedor de la charla mantendia entre Mendoza Bolt y su ayudante, hizo una señal a sus cuatro compinches y estos se acercaron a la barra en medio de la rechifla general de los parroquianos, ente los que destacaba, como siempre, Cisco King.

– ¡Esto parece hoy un desfile de modelos!
– ¡No comiences, Cisco!
– ¡No te preocupes, Mendoza, no son mis preferidos! ¡Los veo bastante esqueléticos y los esqueletos le dan alergia a mis pistolas!
– ¡Estos son mis lindos muchachos! -se engalló el rubio platino.
– Y yo que los veo bastante escuchimizados… ¿de verdad los ve usted tan lindos?… no es que entienda de hombres pero sé bastante de espantapájaros.
– ¡Jajaja!¡ ¡Muy bueno, Mendoza!
– ¡Te repito que no armes bronca, Cisco King! ¡Deja que estos lindos muchachos y yo seamos amigos!
– Ahora que saca a relucir el tema de la amistad, sheriff, tengo que decirle que aquí están lo más grandes hombres del Oeste! ¡No conocerá nunca usted tipos tan honestos, tan fieles, tan leales para con los compañeros y con los amigos, tan dignos, tan gloriosos defensores de las causas justas de los colegas! Se apellidan Baraja, Corchea, Gordillo y Parada y no traicionan jamás de los jamases.
– ¿No traicionan jamás de los jamases ni tan siquiera por un jamón?
– No me gustan los chistes fáciles, sheriff.
– Sigamos conociéndolos mejor…
– ¡Pronostico que van a llegar muy lejos gracias a su honestidad, fidelidad, lealtad para con los compañeros y amigos y, sobre todo, por su dignidad profesional!
– Caramba con sus angelitos. ¿Puedo saber hasta dónde van a llegar?
– Serán conocidos en todo Kansas, sheriff de Kansas.
– Ya cansas con tanto Kansas. ¿Puedo saber cómo te llamas tú, donjuanesco galancete?
– Me llamo Don Diego Moriles Mochales de Cabra, pero todos me conocen como “El lindo Don Diego”.
– Voy de sorpresa en sorpresa. Es un honor para Kansas City tener unos visitantes tan macanudos como ustedes cinco. Leales a los compañeros y amigos mil por mil… ¿verdad?…
– No lo dude. Tengo tanta fe depositada en mis lindos muchachos que doy la vida por ellos.
– ¡Atiza! ¡Eso sí que es tener fe! ¿Y no será que pones muy barato el valor de tu vida, lindo Don Diego?
– ¿Qué quiere decirme con eso, sheriff? ¿Es una amenaza?
– No. Solamente en un bello recuerdo de muchas historias pasadas. Me apellido Mendoza Bolt y soy descendiente del linaje de los Mendoza.
– ¿Como Hurtado?
– Veo que tiene buena cultura, señor Moriles.
– Muy poca, sheriff, muy poca, pero a Hurtado lo conozco bastante.
– ¿De alguna tesis literaria?
– ¿Tesis? ¿Qué es una tesis?
– Ya. Entonces digamos que de alguna historia literaria…
– ¡Eso sí, señor sheriff! ¡Tiene usted mucha más cultura que yo!
– Ni sé cuánta cultura tienes tú ni me interesa saberlo pero yo no tengo sólo buena cultura sino mucha mejor memoria…

Mendoza Bolt sólo sonreía levemente mientras hablaba y “La Chica”, a su vez, mostraba sin que apenas nadie se diese cuenta, una cierta inquietud al ver a Mendoza solo y hablando con aquel quinteto de personajilos esmirriados pero engalanados de la cabeza a los pies.

– Ahorita mesmo mis cuates tienen que irse a descansar de nuestro largo viaje. ¡Chuta!

Inmediatamente Mendoza Bolt se dio cuenta de que aquella expresión de ¡chuta! era propia de ecuatorianos y dedujo, con total facilidad, que los cinco atraca bancos eran de Ecuador y no de Méjico.

– ¿Un largo viaje desde Morelos por ejemplo, señor Moriles?
– ¿Cómo imagina usted que venimos de Morelos?
– Es solamente un juego de palabras. Solamente me lo imagino pero no tiene por qué ser verdad. Es que como Moriles y Morelos se pronuncian casi de la misma manera…
– ¡Vaya susto que me ha dado, sheriff! Creía que lo decía en serio.
– Parezco muy serio pero soy muy chistoso, “lindo Don Diego”. ¿Se puede saber a dónde van a descansar por las noches sus lindos cuates?
– ¡Chuta! ¡Al Gable!
– ¿Al Hotel Gable?
– Por supuesto que sí. Ellos sólo están acostumbrado a los lujos.
– ¿A costa de los demás? ¿Están acostumbrados a los lujos a costa de robarle a los demás?
– No sea usted tan malito, sheriff.
– ¿Quiere usted decir tan malo?
– Esto… si… perdón… pero es que viendo a “La Chica”… se vuelve uno muy dulce…

Mendoza Bolt adivinó que algo tenía que ver la visita de los cinco con la presencia, aquella noche, de “La Chica” en el “Milboona”.

– Espero que duerman como angelitos aunque tengan que pasar una noche bastante incómoda.
– ¿Cómo dice, sheriff?
– Lo digo por la cantidad de mariachis que rondan siempre por el Gable cuando llega el anochecer.
– No se preocupe por ello, mis cuates también saben cantar y aprecian el cante.
– Entonces que comience la fiesta…
– ¡Venga, compadres, no me sean pendejos y salgan ya de aquí, carajo!

Las expresiones de Don Diego Moriles Mochales de Cabra seguían confirmando a Mendoza Bolt que los cinco eran ecuatorianos y no mejicanos. Lo que no se esperaban los cuatro sujetos aquellos es que, una vez salidos del “Milboona” (aquella noche las puertas del saloon estaban batiendo el récord de abrirse y cerrarse), ya estaba “El Solitario” apuntándoles directamente a los ojos con sus dos pistolas de plata.

– ¡Caballeretes! ¡No se me asusten por favor! ¡Vamos a hacer una linda visita a la trena! ¡Si alguno intenta escapar le abro un nuevo ojo en la frente! ¡El tercer ojo del que tanto hablan los maestros tibetanos! Espero que tengan todos ustedes la suficiente inteligencia para saber de lo que les estoy hablando.

Sin decir ni media palabra, los cuatro forajidos (Baraja, Corchea, Gordillo y Parada) desfilaron hacia la oficina del sheriff donde fueron puestos entre rejas por “El Solitario” quien, una vez cumplida su labor, se sentó en la silla de la entrada alargando sus piernas hasta poner sus pies sobre el barandal de madera y, encendiendo un cigarrillo, se puso a fumar totalmente sereno y completamente tranquilo.

Mientras tanto, en el interior del saloon “Milboona”, Don Diego Moriles se había engallado y cantaba como un jilguero acompañando la canción de “La Chica” ante la estupefacción y el jolgorio de todos los parroquianos y parroquianas que bailaban sin cesar.

– ¡¡El viajó desde Alabama, con su banjo tan feliz desde ahi se fue a Luisiana, su amorcito estaba alli. Huvo lluvia en el camino, pero a él no le importó. Caminaba noche y dia y cantaba esta canción: ¡Oh Susana, no llores más por mí, Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti. Oh Susana, no llores mas por mi. Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti! En la noche tuvo un sueño, en el catrin que dormía vio a Susana en la montaña, en su eterna fantasia. Ella siempre estaba triste, y en sus ojos vio dolor; esperaba, noche y dia, el regreso de su Amor: ¡Oh Susana, no llores más por mí. Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti. Oh Susana, no llores más por mí. Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti. El viajó desde Alabama, con su banjo tan feliz. Desde ahí se fue a Luisiana, su amorcito estaba allí. Huvo lluvia en el camino, pero a él no le importó. caminaba noche y dia y cantaba esta canción: ¡Oh Susana, no llores más por mí. Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti. Oh Susana, no llores más por mí. Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti. Oh Susana, no llores más por mí. Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti. Viajaré desde Alabama, con mi banjo para ti!!
– ¡Bravo, Don Lindo, esto quiero decir señor Moriles! ¡Canta usted mejor que el gallo que avisó a San Pedro cuando Jesucristo fue detenido!

Don Diego Moriles Mochales de Cabra, se aclaró la garganta con un trago de manzanilla que pidió al camerero, el viejo Rolex, por el cual parecía no pasar, para nada, el tiempo ya que se le veía más joven que nunca.

– ¡Vaya preciosidad de chamaca, manito! -le dijo Don Diego a Mendoza Bolt que seguía a su lado.

Mendoza Bolt solamente sonreía.

– ¡Le apuesto lo que sea a que… ¡chuta!… yo me llevo a la cama esta misma noche a ese monumento de mujer!
– ¿Sabe usted que sólo tiene 16 años de edad?
– No importa. La ley hace la trampa y la trampa hace la ley…
– Pues tenga cuidado no vaya usted a acer en la trampa y la ley no pueda ayudarle a salir de ella.
– ¡Le apuesto lo que sea a que sí!
– Puede ser… inténtelo si tanto la desea. ¡Mire! Ya ha acabado su actuación y viene directa hacia acá.

Al lindo Don Diego Moriles Mochales de Cabra le temblaban los pies y las manos, sudaba la gota gorda, pero se controló como pudo.

– Verá señorita…
– Se confunde usted, no me llamo Vera.
– He dicho verá…
– Le había escuchado mal. Como pronuncia tan defectuosamente el idioma pues creí que había dicho Vera. ¿Qué desea de mí?
– Yo… esto… verá… si no le es moletia… si no le ofende… si no se enfada … en fin…
– ¿Quiere decir usted lo que le ocurre? -cortó el balbuceo “La Chica” que ya estaba en medio de los dos hombres.
– Bien… esto… no sé…
– ¡Pero arranque ya, galancete! -dijo con sorna Mendoza Bolt.
– ¡Jajaja! ¡Parece una carreta desvencijada! ¡¡Mucho ruido pero pocas nueces!!
– ¡Calla, por favor, Cisco King! ¡Dijiste que este tipo no era de los que tanto te gustan para usar las pistolas y espero que no las uses en toda la noche!
– Está bien, Mendoza. Sólo he intervenido para ayudarle un poco. ¡Le veo tan perdido que hasta me lo imagino con sotana!
– ¡Déjalo ya, Cisco King!

El lindo Don Diego se arrancó de repente como si fuera un flamenco en un ataque de locura mental…

– ¿Quisiera tomar conmigo esta noche una copita en el Bar Monkey’s? Le aseguro que tengo mucho dinero y luego podemos ir a…

Ella no le dejó terminar la frase. Simplemente sonrió a Mendoza Bolt y salió fuera del “Milboona” después de lanzar un besito volado a Cisco King, dirigiéndose al Morange Club para jugar una partida de póker antes de irse a dormir al Hotel Gable. “El Solitario”, sin cambiar de postura, la saludó ligeramente tocándose el ala de su sombrero. Ella no le dijo nada…

– Bueno, forastero… ahora usted y yo hablemos del proyecto que le ha traido hasta Kansas City.
– Pero… ¡chuta!… yo…
– ¿Le asusta la presencia de tantos hombres?
– eso… eso… eso es…
– Vayamos a mi oficina a tratar del asunto porque en este local está usted muy nervioso…

Salieron del saloon los dos hobmres y “El Solitario” se ocupó de meter en la misma celda en donde le esperaban sus cuatro compinches, al lindo Don Diego Moriles Mochales de Cabra y Halcón, puesto que su último apellido conocido era Halcón como había descubierto “El Solitario” de ciertos recuerdos que le llegaban a su mente.

– ¿Está bien acompañado, Halcón?
– ¿Como sabe usted lo de Halcón?
– Digamos que he viajado lo suficiente y he conocido a muchos pájaros carroñeros…
– Oigan… esto es un atropello mis cuates… ahorita mesmo me quejo a mi doctor abogado…
– No. Ahorita mesmo, como dice usted en lugar de decir ahora mismo que es más entendible entre los hombres, no se queja a nadie -le cortó Mendoza Bolt- total sólo es por un par de horas. Mi ayudante les dará la hora de salida…

“El Solitario” se dirigió hacia la cercana Oficina de Telégrafos.
– ¡Buenas noches, “Solitario”! ¿Cómo tú por aquí?
– Buenas noches, White. Al parecer la noche se le ha vuelto muy negra a alguien y quiero salir de dudas de por qué ha sido. Necesito enviar un mensaje al alcalde de la ciudad de Morelos.
– ¿Sabes hacerlo tú mismo?
– Por supuesto que sí. No es el primero ni el último telegrama que envío en mi vida. Tengo experiencia y sé hacerlo.

Y “El solitario” comenzó a enviar, por telégrafo, el aviso al alcalde de la ciudad de Morelos mientras su yegua “Blanca” le esperaba ya impaciente para poder caminar de nuevo hacia cualquier horizonte.

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