Cada vez se iba poniendo más de moda las costumbre de que todos los rudos vaqueros y los desalmados pistoleros se hiciesen apuestas, con fuertes cantidades de dólares por medio, en el enfrentamiento de echar pulsos los unos contra los otros. Pulsos que les hacían sudar la gota gorda. Incluso llegaron, los más osados, a echar pulsos con cuchillos afilados de por medio que a los perdedores, si no retiraban sus brazos a tiempos, se les clavaban en la carne. Y toda esta bárbara costumbre se debía a ganarse el privilegio de piropear a “La Chica”, con permiso de Mendoza Bolt, pero con el consabido control impuesto por el sheriff de, a lo sumo, llamarla ¡preciosa! o ¡bombón” o, como mucho, ¡tía buena! o !maciza! pero nunca más allá bajo el castigo de no dejarla trabajar ningún viernes más. Todos aceptaron la ley de Mendoza Bolt sin rechistar porque para ellos contemplar a “La Chica” merecía más la pena que estar todo el santo día jugando a las cartas o hablando de cosas del ganado, de las granjas o de las pésimas comidas que tenían que comer en los ranchos. Media hora viendo, cada viernes, cantar y bailar a “La Chica” era lo mejor que les sucedía en sus vidas.
Para que se cumpliese con la orden dada por el sheriff Mendoza Bolt estaba, sobre todo, Pierre “Rabioso” Snakes, con sus dos pistolones arcaicos y ya obsoletos pero que todavía servían para poder matar a los insolentes. El mandado de Mendoza Bolt, para esto de los piropos controlados, era para “Rabioso” como si lo hubiese dado el mismísimo Abraham Lincoln en persona.
Uno de aquellos viernes, casi a finales de la primavera, “Alguien” le ofreció a “La Chica” una inmensa fortuna en dólares, pero ésta no hizo absolutamente ni caso a la misma. Y “Alguien”, el judío y más famoso avaro banquero de todo el Oeste, comenzó a desesperarse al igual que les sucedía a los millonarios “Adri Els” y “Aro Int”, los cuales tampoco conseguían otra cosa que la indiferencia de aquella preciosidad de 16 años de edad que cada vez se crecía en sus artes de cantante y bailarina. Todo era una desesperación e impotencia para los codiciosos “Alguien”, “Adri Els” y “Aro Int”, cuyos nombres verdaderos eran los de Jakobus Solomon Shylock, Adrielo Stephane Smith Elson y Aroíne Trelaney Delaney respectivamente y quienes esa noches estaban más bebidos que nunca.
– ¡Es del todo imposible que una niña de tan sólo 16 años de edad rechace una oferta tan multimillonaria que cualquier mujer juiciosa jamás rechazaría!
– ¡Viejo “Alguien”! ¿Se ha mirado usted alguna vez al espejo?
– ¿Qué quieres decir con eso de viejo, “Adri Els”, cuando tú ya estás totalmente calvo y luces canas hasta en los pelos de tus sobacos?
– ¡¡Eso no me lo dice nadie que quiera seguir vivo por muy anciano que sea, brujo chivo!! ¡O retira lo que ha dicho pidiéndome perdón públicamente o le arranco todos los pelos de su barbilla de cabrón, que es usted más cabrito que el mismísimo Sileno!
– ¿De qué chileno me estás hablando, impotente?
– Es usted ya tan reviejo que no escucha bien con ninguna de sus dos orejas. He dicho Sileno y no chileno. Y me estoy refiriendo a ese viejo gordo y raro sátiro de la Antigua Grecia que era considerado un dios menor de la embriaguez… porque hasta para ser un borracho es usted tan mezquino y avariento como su compadre banquero León Gato Tigre que todos conocemos como “El Chileno Enajenado”. Y si se enojan usted y él por lo que digo, mejor que mejor, porque las verdades son las verdades sean las edades que se tengan y el lugar donde se haya nacido. ¡En todas partes cuecen habas y de todo hay en la viña del Señor y aquí tenemos que aguantar la avaricia de “El Chileno Enajenado” y la de usted, cascarrabias al que le viene tan bien el sobrenombre de “Alguien” que hasta parece habérselo puesto el mismísimo Satanás!
– ¡Dejad de pelear entre los dos y a ver si conseguimos encontrar alguna idea con la que convencerla para que se venga a la cama al menos con uno de nosotros tres!
– Deja de soñar ya tantas idioteces, “Aro Int”.
– ¡Dejen de decir tantas majaderías los tres! ¡Como me llamo Pierre Snakes y como me dicen “Rabioso” que si no salen ustedes más rápidos que la diligencia del amanecer les agujereo sus pieles de canallas! ¡¡A la calle los tres y a ver si la próxima vez son capaces ustedes, avaros de mierda, a no emborracharse más de la cuenta, o dejan de venir para siempre al “Milboona”!! ¡¡Son ustedes la hez de la sociedad de Kansas City y es un deshonor para la fama de este saloon que vengan ustedes a empinar el codo a este lugar!! ¡Si no saben ustedes cómo se liga a una mujer hermosa dedíquense a ligar con las monas de Gibraltar que todavía quedan bastantes, bastardos, que sólo son ustedes unos bastardos de mierda nada más!! En el nombre de mi querida y recordada Katy, a la cual unos desalmados ricachones como ustedes la asesinaron después de violarla repetidamente, si no se van de inmediato de aquí en este momento les convierto en tres coladores ¡¡¡Largo del “Milboona” so cerdos!!!.
“Rabioso” no perdonaba, a ningún poderoso adinerado que encontraba en su camino, el cruel crimen cometido con su pequeña y única hija hacía ya 10 años antes, cuando ella sólo tenía 6, y en el momento de echarlos fuera “La Chica” acababa de terminar su actuación.
– No bebas tanto, “Rabioso”, no bebas tanto. Para ser el ayudante del sheriff no tienes que beber tanto. “El Solitario” nunca bebía ni una gota de más.
– ¿Echas de menos a “Solitario”, “Chica”?
– Me acuerdo de él. Me acuerdo de las sonrisas que me regalaba sin decirme nada.
– ¡No puedo olvidarlo ni olvidarla, “Chica”! ¡¡Ella se parecía fisicamente a ti como si fuéseis dos hermanas gemelas y ahora tendría tu misma edad!! ¡¡¡No puedo olvidarlo ni olvidarla!!! Siempre que me encuentro con gentes de esa calaña me dan gana de asesinar sin ninguna clase de conciencia. Es tanto mi dolor que nunca jamás quise tener ningún otro hijo.
– Entiendo que la amabas mucho y comprendo tu dolor. También me pasa a veces a mí.
– ¿Es que estás enamorada de alguien?
– No lo sé. Todavía no lo sé, “Rabioso”… y por eso también a mí me da rabia esta clase de vida que tengo que soportar.
– ¡Te juro que mientras yo esté vivo ninguno de esos bastardos que todo lo miden a través de sus dineros va a volver a molestarte si no quieren salir del “Milboona” con los pies por delante y camino del cementerio!
– Hasta la semana que viene, Pierre. Y no pongas nunca en peligro tu vida por mi culpa.
– ¡Ella se llamaba Katy! ¡¡Mi pequeña Katy!! ¡¡¡Algún día vengaré su muerte!!!
– Tu niña ya está en el Cielo, Pierre. No necesita venganza alguna sino que tú sigas viviendo por muchos años al lado de la Justicia.
– Adiós, “Chica”. Hasta el viernes…
Pierre “Rabioso” Snakes dio otro trago.
– ¡¡Por todas las culebras de la Tierra que me cargo a más de uno!!
– Tranquilo, “Rabioso”, tranquilo. De las culebras me encargo yo.
– ¡Hola, Mendoza! ¿Tenemos algún trabajo que hacer? ¿A quién quieres que me liquide?
– Tienes que saber dominar mejor los nervios para ser un buen ayudante de sheriff. Para ser como “El Solitario” hay que tener mucho valor. Le echo de menos. Sabía controlar siempre sus emociones y cumplía a la perfección mis órdenes sin mostrar ninguna clase de vacilaciones pero sabiendo siempre controlar. Necesitas controlar, “Rabioso”, necesitas controlar.
– ¡Estoy seguro de que “El Solitario” nunca perdió a una niña de 6 años de edad violada y asesinada por gentuzas de esas que por tener dinero creen que pueden hacer lo que les da la real gana!
– “El Solitario” es soltero y no tiene ninguna amante escondida. No creo que tenga esa clase de dolor que tú tienes pero…
– ¿Hay algún misterio que descubrir?
– No estoy seguro… pero creo que “El Solitario” encierra algún misterio.
– ¿Quizás es un forajido encubierto y dando la imagen de correcto ciudadano?
– No tiene por qué ser eso…
– ¿Qué quieres decir, Mendoza?
– Que la marcha de “El Solitario” sin previo aviso no es normal cuando se sabe cómo actuaba siempre. Va en contra de la lógica.
– ¿Es que hay alguna lógica en este maldito Viejo Oeste?
– Tranquilo, “Rabioso”. Te voy a contar algo…
– ¿Algo relacionado con pistoleros sin alma?
– No. Algo relacionado con cobardes si corazón.
– Si me sirve de consuelo…
– Quizás te sirva, “Rabioso”, quizás te sirva.
– Cuenta, Mendoza.
– Sucedió en Ulysses. Era yo solamente un muchacho de tan sólo 12 años de edad. El alumno más destacado de la humilde escuela de Ulysses. Me encantaba todo lo relacionado con las leyes y tenía la intención de ser un gran abogado cuando fuese mayor de edad. Tenía una preciosa profesora llamada Florence Red que me animaba continuamente a seguir con mis estudios. Predijo que un día alcanzaría la fama de ser un gran justiciero.
– ¿Y cuál es el problema, Mendoza Bolt? Que yo sepa ya eres famoso…
– El problema es que no soy lo que quise ser.
– ¿No estás del lado de la Ley?
– Pero no de la forma en que yo quería.
– Continúa, Mendoza, parece interesante.
– Fue un día de feria en Ulysses. Como te dije antes yo sólo tenía 12 años de edad. El asunto es que, en medio de la fiesta abarrotada de personas, unos bandidos asaltaron el Banco y, al ser descubiertos en su fuga, se produjo un brutal cruce de disparos entre los representantes de la Ley de Ulysses y los forajidos que, al final, lograron esconderse de tal manera que nadie supo donde se encontraban. Los que lideraban la turba, enajenados por completo, buscaron por todos los callejones y encontraron a un pobre hombre que temblaba de la cabeza a los pies. Vi con mis propios ojos de niño cómo aquella muchedumbre, de manera salvaje, comenzaron a linchar al pobre viejo que gemía y juraba que era inocente. Tras el linchamiento lo colgaron de una encina a la entrada del pueblo con un letrero que decía: “Por los que no volverán”. En la refriega de los disparos habían muerto dos mujeres y un niño. Una de aquellas dos mujeres era la preciosa profesora llamada Florence Red que tanto me animaba a que yo llegara a ser uno de los abogados más famosos de toda esta nación.
– ¡Simplemente hicieron justicia popular!
– El asunto es que se descubrió, días más tarde, y cuando todavía el cuerpo de aquel viejo colgaba de las ramas de la encina, que se trataba solamente de un vagabundo llamado “Innocent” como llegaron a reconocer muchos de los que le habían linchado y colgado sin compasión alguna. Les pudo más la sed de venganza, aunque fuese contra un pobre desgraciado que sólo pedía misericordia, que reconocer que habían fracasado en el esfuerzo por atrapar a los verdaderos malhechores.
– ¡Dios mío! ¡Qué horror! ¿A tanto puede llegar la bajeza de los seres humanos?
– Cuando un pueblo entero se convierte en masa, en turba sedienta de venganza, se llegan a cometer asuntos de este calibre tan bajo en lo ético, en lo moral y hasta en lo social. Por eso decidí no seguir estudiando por más tiempo y empecé a entrenarme en el manejo de las armas y, una vez mayor de edad, llegué hasta esta ciudad de Kansas City dispuesto a ser el justiciero que me pedían ser el recuerdo de Florence Red y la agonía del pobre “Innocent” con el que yo había tenido algunas conversaciones sobre la vida, sobre la alegría de vivir hasta el último momento de nuestras existencias. ¿Comprendes ya, “Rabioso”, por qué no eres el único ser humano que sabe lo que es ese dolor profundo del que tanto hablas?
– ¡Caramba, Mendoza, siempre creí que por tu condición social serías incapaz de sentir de esta forma!
– ¿Porque desciendo de familia muy adinerada no puedo ser humano?
– Perdona, Mendoza Bolt…
– No midas nunca a una persona por las circunstancias que rodean a una persona.
– Empiezo a comprender…
– Pues abandona ya la costumbre de beber para olvidar y comienza a pensar que ahora trabajas para la Ley pero no para la venganza.
Mendoza Bolt guardó silencio..
– Perdona, Mendoza, pero… ¿quiénes fueron la otra mujer y el niño que murieron en la balacera?
– Mi propia madre y mi hermano pequeño.
– ¡Dios mío! ¿Por qué permites estas tragedias?
– No. Te equivocas “Rabioso”. Dios no tuvo nada que ver en el asunto ni tampoco en la muerte de tu pequeña hija. Dios no se pasa la vida haciendo maldades.
– ¿Tu padre vive todavía?
– Vive y se casó de nuevo. Por eso me marché de Ulysses.
– ¿Por qué eres tan humano, Mendoza Bolt?
– Porque no tengo más remedio que serlo si no quiero convertirme en un animal.