El penúltimo viernes de aquellos tres largos meses de la primavera en Kansas City, “La Chica” faltó a la cita con el saloon “Milboona” sin previo aviso. El propietario del local, un tal Johny “Firewater”, estaba sumamente nervioso antes las insistentes peticiones de los parroquianos y las parroquianas alliíreunidos.
– ¿Qué hago, “Rabioso”, qué hago para complacer a toda esta gente?
– Sólo se me ocurre una idea pero no sé si será buena idea o mala idea.
– ¡Dame una idea, por favor, dame una idea y que sea lo que Dios quiera!
– He aprendido que Dios no se mezcla en estos asuntos.
– Está bien. No roguemos a Dios pero dame una idea, por favor.
– Lo único que puedes hacer es encontrar a alguien que la sustituya.
Johny “Firewather” no tuvo más remedio que improvisar un “casting” para contratar cantantes y bailarinas que quisieran la oportunidad de estrenarse y dar un salto a la fama. Sólo acudieron dos que había enviado, ladinamente, la bruja Mari Juana desde la localidad de Omaha. La cantante era una muy gorda (con cara porcina) y se llamaba Ángela de Saint-Pierre, nativa de la Isla Martinica, mientras que la bailarina era una esquelética y flacuchenta mujer, entrada ya en años, llamada Merceditas “La Rechina” (nativa de Cantón y de ahí el sobrenombre con el que se la conocía). Ambas rondaban ya los 40 años de edad, y hasta los 50 años de edad, o incluso más de 50.
– ¡Va a ser un fracaso, “Rabioso”, me da la sensación de que va a ser un fracaso!
– Alguien quiere acabar con la fama de tu saloon, Johny.
– Pero no queda otro remedio que intentarlo. Los parroquianos y las parroquianas siguen exigiendo un espectáculo digno. Espero que todo salga bien.
Todos los parroquianos y parroquianas quedaron atónitos ante aquel bodrio de espectáculo patético, grotesco en grado superlativo, porque la martinica Ángela, además de su gordura, cantaba horrorosamente mal y la china Merceditas estaba dando una imagen denigrante intentando llevar a cabo, con sus huesos a punto de saltar por los aires en mil pedazos, el “baile del vientre”. Todos y todas comenzaron, ya hartos de aquella pantomima propia de una inocentada o una mascarada burlona, a abuchear, a silbar y a pedir en voz cada vez más alta hasta llegar a un infernal griterío, la presencia de la sexy y escultural “Chica”. La cuestión se agravaba todavía más cuando se supo que aquel viernes tampoco estaba en el local, el sheriff Mendoza Bolt, ni “Alguien”, ni “Adri Els”, ni “Aro Int” para echar la culpa a alguien más o menos responsable de aquel fiasco. Sólo se encontraba, como autoridad competente, el nuevo ayudante del sheriff, el voluntarioso Pierre “Rabioso” Snakes, que sudaba gruesas gotas por su frente ya que veía que el asunto se le podía escapar de la manos de un momento a otro.
“Rabioso” pensó, por un momento, en la escena de la turba soliviantada que había escuchado narrar, el viernes pasado, a Mendoza Bolt y decidió actuar disparando tres tiros al aire.
– ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Todos los allí reunidos quedaron, por un momento que a “Rabioso” le pareció una eternidad, en silencio pero regañando entre dientes los unos con los otros.
– ¿Qué es todo esto? -clamaba el ranchero Sam Cannon.
“Rabioso” se dio cuenta de que o él se imponía a los demás o los demás se imponían a el. Recordaba aquella añorada juventud en la que era el mejor boxeador de todo el Estado de Kansas. Pero ahora ya no valían los puños aunque ganas tenía de propinarle un directo a la madíbula de Sam Cannon, un piñazo que le hiciese perder todos sus dientes.
– ¡Calma, Sam! ¡¡Tenemos que esperar a que llegue Mendoza Bolt!!
¿Qué sucedía con “La Chica”, Mendoza Bolt y los tres libidinosos y grasientos avaros? Lo que sucedía es que se encontraban en el Casino del “Morange Club” jugando unas partidas de póker o, mejor dicho, jugaban los cuatro hombres y “La Chica” sólo era espectadora que estaba cumpliendo a las mil maravillas el perfecto plan trazado por Mendoza Bolt y que consistía en que ella coqueteara prudentemente con los tres “viejos verdes” haciéndoles beber whisky tras whisky… con lo cual les iba aturdiendo sus cerebros y así no se daban cuenta de las cartas que tenían en sus manos mientras ella se acercaba a escasos centímetros de ellos para ponerles más nerviosos de lo que ya estaban y, viendo los naipes de los rivales de Mendoza Bolt, hacía señas convenidas con éste para que el sheriff conociese el juego que llevaban los codiciosos y avarientos personajes. Mendoza Bolt y “La Chica” formaban una gran pareja en todos los sentidos físicos e intelectuales.
Jugaban al póker precisamente porque Mendoza Bolt les había apostado a que, si alguno de ellos le ganaba en el juego, podrían libremente irse a la cama con “La Chica”, desvirgarla y dormir toda la noche con ella. La oferta resultaba ser tan apetitosa para el apetito sexual de los tres ambiciosos avaros que habían aceptado rápidamente, sin pensárselo ni dos veces, y sin darse cuenta de la trampa que les habían tendido entre Mendoza Bolt (que sonreía pícaramente a “La Chica”) y “La Chica” que, a pesar de todo y del gran triunfo que estaban obteniendo, se la notaba algo así como muy nostálgica y muy lejos de aquel lugar. Mendoza Bolt pensaba que ella quizás estuviese añorando a su familia… o por lo menos era lo más lógico pensar que le estaba sucediendo…
Todos los asiduos y asiduas al “Morange Club” que vieron aquellas partidas tan rápidas, nunca podrán olvidar como, en brevísimas dos horas, los tres codiciosos personajes fueron totalmente desplumados y perdieron, en aquella madrugada, todas su súper millonarias fortunas amasadas tras haber arruinado a muchos inocentes. Fue tal la decepción que sufrieron “Adri Els” y “Aro Int” que decidieron, al unísono y unidos por sus desgracias, subirse a la primera tartana que pasó en el amanecer y en la cual se montaron sin saber cuál sería su destino final… mientras que el judío y avaro “Alguien” decidió, desesperadamente, suicidarse colgándose él mismo con su ancho cinturón, con hebilla de oro, de una encina que había encontrado en el humilde huerto de un hombre pobre llamado Lázarus… al cual le tenia aprisionado por las infames deudas que había contraído con el implacable banquero que ahora colgaba con los pies bamboleándose en el aire.
Mientras todo esto había ocurrido en el Casino del “Morange Club”, en el saloon “Milboona” se mascaba la tragedia. Se podía sentir en el enrarecido ambiente. Las protestas de los parroquianos y las parroquianas volvieron a surgir con mayor violencia e iban, minuto tras minuto, aumentando. Comenzaron a llover huevos podridos y tomates más maduros de la cuenta que lanzaban los humildes labriegos que se habían gastado todas sus ganancias del mes para apreciar, con sus propios ojos, la extraordinaria belleza de “La Chica”. Ahora era un incontenible desmadre y una bronca tan monumental que “Firewater” ya no sabía dónde esconderse sin atreverse a dar la cara. Sólo rezaba en su despacho del piso superior.
“Rabioso” se veía impotente para acabar con aquel ambiente como de guerra civil que se había ya desatado entre todos mientras las mujeres huyeron del saloon ante la ferocidad de los hombres. “Rabioso” disparó otra vez tres tiros al aire…
– ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Pero en esta ocasión la masa de aquellos iracundos hombres no guardaron silencio alguno sino que, por el contrario, los disparos lanzados por “Rabioso” los enardeció todavía más. “Rabioso” volvió a repetir los tres disparos al aire.
– ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Aumentaron los lanzamientos de huevos podridos y tomates pasados contra la martinica Ángela y la china Merceditas… pues la irritación de todos era ya incontenible y, de manera especial, en cuanto al pistolero Cisco King se refería. Y fue Cisco King quien, finalmente, prendió las llamas de la tragedia cuando gritó a pleno pulmón.
– ¡¡¡Fuera de aquí, brujas!!! ¡¡¡Iros ya de Kansas City, adefesios!!! ¡¡¡Esto es una estafa!! ¡¡¡Queremos que salga “La Chica”!!!
– ¡¡¡Esto es una estafa!!! ¡¡¡Que me devuelvan mi dinero!!! -gritó el granjero que había tenido la idea de llevar los huevos podridos y los tomates pasados de fecha de caducidad que ya llovían de todas partes y contra todas las partes.
– ¡¡¡Estafa!!! ¡¡¡Estafa!!! – comenzaron a gritar todos desesperadamente.
Las “mujeres de la noche” que se encontraban por las calles, oliendo lo que estaba sucediendo en aquel local, se marcharon rápidamente a sus casas, hogares y hoteles, para no ser víctimas de aquellos hombres ya totalmente fuera de sus controles razonables. ¡Todos habían perdido la razón y el “Milboona” era lo más parecido a una casa de locos totalmente descontrolados e incontrolables! “Rabioso” lo intentó por tercera vez.
– ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Aprovechando el maremágnum que se estaba armando en el ambiente, la Ángela y la Merceditas salieron descolgándose por la ventana del servicio higiénico y, saltando la cerca que delimitaba los jardines colindantes al “Milboona” y oliendo a suciedad, se perdieron en la oscuridad de la noche para no volver jamás a aquella ciudad. Habían salvado sus vidas solamente por un milagro de Dios. Pero ellas no estaban por agradecer nada.
– ¡Corre, Merceditas! ¡Corre!
– ¡En cuanto pille a la Mari Juana la despellejo viva!
– ¡Procura que no te despellejen a ti estos salvajes!
Los perros ladraban de manera tan escandalosa que los vecinos de Kansas City no tuvieron más remedio que salir de sus camas, con el sueño totalmente cortado, por ver qué extraño suceso estaba ocurriendo en la ciudad. Por todas partes se oían voces asustadas y los caballos, totalmente fuera de control, coceaban contra las tablas de madera de los establos
– ¡Dios mío qué está sucediendo! -clamaba un anciano asomado a la ventana de su hogar.
– ¡¡Parece el fin del mundo!! -respondía otro anciano asomado a la suya.
– ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Los disparos de “Rabioso” ya no surtían efecto alguno y sus amenazas de meter a todos en la cárcel gritando un desesperado ¡la próxima vez tiro a matar! a nadie les importaba un rábano porque ya todos comenzaron a cruzarse puñetazos a diestro y siniestro, dirigidos a las mandíbulas de quienes se encontraran más cerca. No eran los unos contra los otros, sino todos contra todos y sin raciocinio alguno. El rifirafe era ya incontenible. Algunos salían despedidos a la calle por las puertas del saloon pero, ya tirados en la calle, se levantaban con mayor fiereza, se sacudían el polvo de sus ropas, y volvían a entrar como centellas que de nuevo se sumergían en la vorágine de la refriega general. Algunos cogían, del bar, botellas de ron, ginebra y whisky, y se dedicaban a dar botellazos en la cabeza a todos los que pillaban a su alcance. Otros hacían lo mismo con las sillas del local.
Pronto, una vez ya cansado de tantos puñetazos, el asunto se agravó mucho más cuando aparecieron los primeros cuchillos y después las pistolas. ¡Cuánto echaba de menos, “Rabioso”, en aquel momento de zarabandas mortales, a Mendoza Bolt y su capacidad innata de detener cualquier pelea!
Cisco King ya estaba disparando a matar, desesperado en primer lugar por la ausencia de “La Chica” y, en segundo lugar, por salvar su propio pellejo. Y, efectivamente, Cisco King mató a tres hombres. Entonces fue cuando todos comenzaron a dejar de pelearse y corrieron a cobijarse tras el mostrador, tras las mesas tiradas al suelo, tras cualquier mueble que encontraban como refugio ante el fuego que despedían las armas del pistolero más famoso de todo el Estado de Kansas… hasta que una bala perdida, disparada por la pìstola de alguno de aquellos hombres asustados, destrozó los pulmones de Cisco King.
De pronto se creó un inmenso silencio como de cementerio. Todos vieron cómo se desangraba, lentamente, Cisco King. Y decidieron salir a la calle y correr, montados en sus cabalgaduras, hacia sus viviendas, sus granjas y sus ranchos. El resultado de la pelea fue de tres hombres muertos y Cisco King tan malherido que sólo podía arrastrarse por el suelo hasta que consiguió, sin la ayuda de nadie, salir por la puerta para derrumbarse en la calle; allí donde había vivido toda su infancia, allí dónde tantas veces había sobrevivido en aquella dura sociedad. En la calle, en su verdadero y único hogar, se desplomó todo lo largo que era. Las tres nuevas muescas para su pipas modernas, de último modelo, ya no las podría marcar en las cachas de ellas. “Rabioso”, en un acto de compasión, quiso reanimarle y devolverle a la vida. ¡Imposible! ¡Dios no estaba allí para hacer un milagro porque aquello no era cosa de Dios sino del mismo Diablo! Breves minutos después moría Cisco King tras hacer una última confesión cuando ya estaba en brazos del entristecido “Rabioso”. Fue como el último secreto de su despiadada vida.
– Amigo… gracias… por todo… pero… por favor… dile a “La Chica”… de mi parte… que yo también ansiaba poseerla…
Y murió.
Cuando Mendoza Bolt llegó al saloon, Cisco Kid había ya dejado de existir, mientras en su lujosa habitación del Hotel Gable, la cada vez más bellísima “Chica” sentía en su alma una profunda nostalgia y, tomando una guitarra, comenzó a acompañarse mientras cantaba una canción “country”…
– Hola extraño. Pon tu mano amorosa en la mía. Eres un extraño pero tú eres amigo mío. Levántate y llévame a trabajar contigo, todoterreno. Yo estoy fuera de tu vida pero quiero entrar en ella. Pasas y me saludas con tus manos pero te necesito cerca de mí porque tus problemas son los míos aunque no tengas ni un centavo…
Y se quedó dormida pensando en la libertad de las verdes praderas que divisaba desde la ventana.