Sara.

Triste princesa Sara,
cuando leo la escritura
de tu sana mente clara,
me alejo por la llanura
apoyándome en mi vara,
y siento con amargura
que tu cuerpo se alejara,
al recordar con dulzura
tu aroma a tomillo y jara,
pues vivo yo en mi locura.

No pretendo hacer semblanza,
ni que el viento mi alma esparza,
mas yo no pierdo la esperanza,
de incumplir con la ordenanza,
a tu imagen y semejanza,
partiendo por ti una lanza,
sabiendo que tu alma ensalza,
volar libre como una garza,
y en un mar de bonanza,
navegar en lontananza.

Tus ojos iluminan el camino,
de mi amistad fraternal,
que andando voy peregrino,
en el escenario marginal,
siguiendo el andar paulatino,
de tu alma virginal
en este mundo sibilino,
de mi amistad fraternal,
aunque parezca cansino
será en versión original
y porque será su sino,
confluiran en su final.

Al sentir tu sencillez,
mi corazón se reanima,
llenándose de timidez,
si tu aliento se aproxima,
respirando suma placidez,
si nuestro pensamiento rima,
notándose mi rigidez,
cuando tu cuerpo se arrima,
y para no llegar a la vejez,
lo nuestro con mi marcha termina.

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