SECUESTRO.

Mi vida transcurría normal entre el circo de la vida diaria. Trabajo, escuela, familia, y amigos, girando y girando en una rutina que a todos nos atrapa, pero que habremos de añorar cuando un ser extraño te arranca impasible de ella, te arrebata lo que conoces y te introduce en un hoyo negro.
Caminaba tranquila pensando en cosas que hoy parecen tan lejanas, tan inverosímiles. Mi cabeza que flotaba en las nubes impidió que mis ojos estuviesen atentos del peligro que circundaba. Y aunque lo hubiesen estado, mi fragilidad ante esos monstruos me hubiese hecho perder la batalla por la libertad.

Estiré mi mano para abrir la puerta del coche, y de pronto, mi vista perdida se tiño de negro y unas manos fuertes y abominables sofocaron mis auxilios y me arrebataron del mundo exterior.

No recuerdo mucho del camino hacia el infierno.

Mi mente era un revoltijo enfermizo, ahogado en temor, en incertidumbre. En el fondo, una retorcida esperanza de que la pesadilla que era tan real, tan palpable, terminara en un instante.

Nunca pasó.

Honestamente nunca pensé conocer el infierno. No sería la mejor persona durante mi corta vida, pero aun era joven y podía cambiar. Sabía que podía cambiar. Le rogué a Dios que me sacará del infierno. Pero olvide que la principal característica del infierno es qué, una vez que entras en el, nunca más puedes salir.

La negra soledad en el pequeño espacio en el que viví los siguientes tres meses me hubiese asustado en mi otra vida. Ya no. Era mi único consuelo, mi respiro del miedo tan intenso que carcomía mis huesos, se atoraba en mi garganta y hervía mi sangre. Entonces, la mente se retuerce y se abren puertas que nunca antes conociste.

Imagine mi muerte de mil sangrientas maneras. Comparaba el dolor de los golpes y del abuso que vivía en ese horrendo lugar con lo que habría de venir. Me torturaba el dolor de mis padres, de mis hermanos. Creo que no hubiera preferido estar en su lugar. Al menos yo sabía dónde estaban ellos, que se encontraban bien. Sabía que no los volvería a ver. Enardecía en mis entrañas el odio y el coraje hacia la injusticia del mundo, hacia el horrible final de una vida que no alcance a vivir.

Pensé en el amor pasional que no alcance a sentir, en los hijos que no pude tener, en la profesión que no llegue a ejercer, y en todas esas cosas que no logre decir. La vida había terminado y mis fuerzas y cualquier vestigio de esperanza, esa que nunca me había abandonado, se fue desvaneciendo con cada golpe, cada tortura, cada maltrato que recibía por parte de mis captores.
Poco a poco fui perdiendo parte de mi humanidad, y de haber estado en la situación correcta, nada me hubiese detenido al herir a aquellos malparidos, aquellas lacras de la humanidad que tanto daño me hicieron y seguirían haciendo a cambio de unos cuantos papeles impresos con la cara de personalidades o presidentes. Mi vida por esos papeles.

Los rezos voltearon su cara hacia la muerte en lugar de la vida, y solo pedía el fin. Aun así, sabía que ni siquiera eso me haría descansar, pues no podría morir en paz con el tormento del sufrimiento eterno de mi familia. Ni la vida ni la muerte resolvían el ciclón de mi alma.

El día del fin, ya no quedaba nada de mí. Era una bolsa de huesos ya casi sin carne, falta de varios dedos a causa de la tortura, cubierta en golpes con las costillas rotas, sin corazón, ni sueños, ni esperanzas, ni sentido común, nada. Mi mente ya no hablaba. Y el fin llegó desde el fondo de un agujero negro en forma de bala, y como a un animal enfermo, fui despojada de mis signos vitales, lo único que seguía ahí.
Hasta el segundo final mi interior se regía por una guerra, en donde un lado pedía a gritos la libertad del martirio, mientras que el otro, a pesar de todo, se aferraba a la vida con el temor propio de la muerte.

La decisión se tomo sin mí, y escuche en medio de la transición como planeaban en abandonar mi cuerpo sin vida en un lugar remoto, en donde nadie me encontraría jamás. Me quise quedar, pero fue inútil. Me fui llena de odio, coraje, y terror.

Y hoy, hoy ya no me encuentro entre el mundo podrido de los vivos. Tampoco en la tranquilidad del de los muertos. Hoy sigo aquí, sin tregua, mi alma siguiendo de cerca cada infame movimiento de aquellos que arrancaron mi vida desde los cimientos, que me despojaron de toda ilusión y confianza en la humanidad, y que hoy circulan y delinquen en plena impunidad. Mi ser flota sobre ellos observando cada enfermo movimiento, cada asesinato, cada secuestro, cada golpe, cada tortura. Es inútil. Mi presencia no los inmuta. El coraje y desdén que siento por lo impune de su delito me quema lo poco o nada que queda de mí, me consume y es eterna, tanto como esta muerte prematura. No me queda más que esperar en silencio qué su propio reloj se detenga y qué por fin, aquí, en igualdad de condiciones, pueda cobrar mi venganza.

2 comentarios sobre “SECUESTRO.”

  1. Trágico relato lleno de patetismo y drama y, sin embargo, !qué bien has definido la escena llena de conciencia y sobrenatural disposición de ánimo!. El tema es duro pero el trato que has hecho del relato lo ha convertido en muy intereante. Felicitaciones.

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