Silencio de verano con toda Ella entre mis brazos (reedición)

Después de tanta espera, con las armas del combate hechas pedazos de sueño deshilachados por las cortinas del humo y las fumarolas de las farolas nocturnales, con el corazón hundido en el ámbito de todas sus presencias, cuando el otro se embarcaba en fiestas palaciegas y placeres de celofanes engalanados con cintas de colores, yo me encargué de encender todas las horas de las esquinas y allí, calentándome con poemas a la lumbre de los cenáculos del viento, rodeado de empedernidos perseguidores de sueños imposibles e inventándola historias de tómbolas diarias, donde reunir los cromos de Amsterdam era ejercicio tan rotundo como crear parábolas entre las coristas de alguna barra de fanáticas perseguidoras -a las que había que driblar en el área de los penaltys para no ser cazado como un sonámbulo- me empeñé en darla, ya en solitario asaltante de la fortaleza, el ultimatum de su rendición sin contraofertas.

Estaba solo ante la niebla… estaba ella más allá de los geranios del sueño… y era necesario asaltar las tapias del jardín para robarla el beso (!Todas las geografías aprendidas en las horas del atardecer se reunían en una sola selva donde ya no quedaba ningúna presencia salvo la suya y la mía!).

Así que, pudiendo acercarme más allá de todo lo previsto, perdido ya el otro en los festejos de la encantadora burguesía de los fáciles placeres y los parabienes del alcohol, yo disipé toda mi memoria, excité su fantasía de mujer echa niña y dibujé un contorno de frutales propuestas con su cara morena enmarcada en una trigueña piel… esperando que asomase al torreón de la virginal fortaleza, que estaba aureolada de enredaderas y plantas silvestres, y busqué el momento oportuno para embarcarla en el sentimiento de nuestro lugar favorito: allí donde me rozaba todos los veranos queriendo o sin querer…

Y ella apareció, sonriente y deliciosa, para, en el silencio de todo aquel verano, quedarse entre mis brazos, ser besada infinitamente y darme aquella victoria que tanto anhelábamos los dos.

Desde entonces ya he olvidado todas las historias de piratas y ahora me dedico a escribir pentagramas de luz en la bronceada piel de su corporal presencia… sin más meta que cumplir todos sus caprichos a cambio de robarla todas sus esencias.

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