Hoy me he levantado con ganas de pensar en la crítica y los críticos. Dicen que hay crítica constructiva y crítica destructiva, crítica participativa y crítica antiparticipativa, crítica buena y crítica mala, crítica bienpensante y crítica malsana, críticas de todo tipo y género pero yo quiero hablar ahora de una clase de crítica que no está expresada en ningún libro ni clasificada por el nombre que yo la doy. Es la crítica estimulativa. Y para hablar de ella me voy a retroceder a mis años de infancia.
Siendo yo muy niña todavía, pero ya con suficiente desarrollo de la conciencia y el sentido común, era por cuestiones familiares y sentimentales seguidora acérrima de un equipo de hombres adultos de categoría completamente amateur. Este equipo se llamaba La Gasca Club de Fútbol y estaba compuesto por una serie de jugadores de bastante calidad pero destacaban, por encima de todos, el número 8 y el número 10. Sin embargo ambos eran completamente diferentes.
El número 8 era muy abierto y comprensivo, tenía una personalidad tranquila y transmitía siempre buenas vibraciones a su alrededor. El 10, que era incluso un poco mejor que el 8 en lo futbolístico (era la gran figura del equipo) resultaba ser bastante odioso por una sobrecarga de vanidad y orgullo. De él decían que tenía una fuerte y firme personalidad (cosa que yo ponía en entredicho) y fue por eso por lo que le nombraron capitán del equipo. El equipo era bastante bueno y era uno de los favoritos para salir campeón, pero empezaron a llegar los partidos y las derrotas se sucedían una tras otra. ¿Cuál eras la causa de que perdiesen partidos que realmente tenían que haber ganado?. La clave, para mí, residía en el número 10, el capitán soberbio y egoísta, porque no hacía más que regañar a sus compañeros y dirigirles unas críticas feroces y zahirientes que les hacía daño a todos.
Aún recuerdo que había en el equipo un futbolista de muy poco talento para este deporte. Le llamaban Patolín y manejaba muy mal la pelota aunque ponía mucha voluntad y era todo pundonor. Fui testigo presencial de un hecho que fue crucial para el equipo. En el cuarto partido del campeonato (después de tres derrotas consecutivas) Patulín comenzó a tirar balones a la puerta contraria y todos le salían defectuosos. Entonces el 8 (el del buen carácter) no dejaba de animarle y decirle que siguiese intentándolo que estaba haciéndolo muy bien (la verdad es que estaba haciéndolo muy mal) pero el capitán, el 10 soberbio y orgulloso, comenzó a vituperarle en medio del campo de juego, a criticarle ferozmente y a decirle que no valía para nada.. El partido lo volvimos a perder pero el entrenador (que era un tipo muy inteligente) se dio cuenta del detalle y al partido siguiente le colocó el brazalete de capitán al número 8. Esto no gustó nada de nada al 10 que cogió tal enfado que ya no quiso volver a jugar en el equipo.
Resulta que se nos fue la gran figura orgullosa y altiva, feroz crítico contra sus compañeros a los que tenía totalmente agarrotados. ¡Y esa fue la clave principal de la transformación radical del equipo!. Dirigidos ya todo el resto del campeonato por el 8 de las críticas estimulativas (porque no hacía más que animar y estimular a sus compañeros) comenzaron a llegar las victorias y terminamos el campeonato en un muy digno tercer lugar de un total de 16 equipos. Yo estimaba, respetaba, quería y amaba mucho al jugador número 8 y todavía lo sigo respetando, estimando, queriendo y amando porque resulta que es mi papá.
Desde muy niña me gusta escribir. Sé que aún tengo 21 años de edad y tengo que mejorar mucho en mi escritura pero mi papá, el jugador número 8 de La Gasca Club de Fútbol, el de las críticas estimulativas, no sólo hace esa labor en el fútbol sino en todos los órdenes de la vida y eso hace que te esfuerces en ser mejor cada vez más (como ocurrió con Patulín que llegó a ser un gran jugador gracias a las críticas estimulativas de mi papá). Yo lo he comprobado en mi propia persona. Tengo 21 años pero gracias a las continuas críticas estimulativas de mi padre nunca he sufrido de ninguna clase de complejos, tengo la cabeza muy bien amueblada y estoy muy segura de lo que quiero y lo que no quiero, porque desde un principio recibí el aliento de él en todo lo que hacía (por ejemplo aún cuando escribiese fatal él me animaba a seguir, diciéndome que lo hacía muy bien y esto hacía que la siguiente vez me esforzara y escribiera mejor), Lo mismo ha ocurrido en los demás aspectos de mi vida.
Saco a relucir esto de la crítica estimulativa porque es algo que veo enormemente de positivo en el Vorem. El Vorem está construido de una forma agradable y estimulativa. Los comentarios no hacen daño por dañar o por destruir a quienes escribimos en esta página sino que son amables y estimulan a hacerlo cada vez mejor. Brindo por mi papá (el jugador número 8 del La Gasca Club de Fútbol) y brindo por todos los que comentáis y dais opiniones sobre los textos que leéis aquí porque lo hacéis de una forma tan altamente estimulativa que siempre dan ganas de seguir escribiendo. A nadie que empieza se le debe exigir que sea, de golpe y porrazo, Shakespeare, Cervantes o García Márquez y saber que hay aquí una gran cantidad de voremios y voremias que te leen y te comentan de manera estimulativa hace del Vorem un lugar especialmente agradable.
Brindo por mi papá, por los comentaristas del Vorem y por las críticas estimulativas.
Yo también brindo por tu papá, que me recuerda muchísimo al mío… le perdí hace tanto tiempo.
Qué suerte que ahora exista este espacio, y que tú te lo encuentres tan temprano en tu vida. Yo no me he podido “soltar el pelo” escribiendo hasta hace relativamente poco. Te animo a que sigas, tu texto mantiene el interés hasta el final.
Un abrazo, Carolina
Leo interesadamente tu reflexión. La entiendo con toda claridad y entiendo que te sientas feliz. Yo también brindo por todo lo que sea estimulativo… porque ahí, en el estímulo, crecen las ilusiones que se hacen realidad con el tiempo. Un beso Carolina.