El negro de su cabello admiré
y sus perfectas facciones contemplé.
Tenía unos ojos tan marrones,
que parecían pintados con crayones
Su sonrisa hermosa develaba
unos dientes blancos cual porcelana.
Y una dulce voz que sonaba a canto,
que en cada palabra enseñaba encanto.
El destino nos había presentado,
y yo me quedé tan anonadado
que pregunté quién me había conquistado.
Dulcemente aquella mujer divina
me dió a conocer que era mi vecina
y que tenía por nombre Carolina.