Tú estás a mi lado

Hacía un año que Ana tuvo aquel accidente que la condeno de por vida a perder la vista, desde entonces David su esposo se volvió su sombra la protegía y cuidaba con inmenso cariño, siempre le decía -“no te preocupes todo estará bien, sólo es cuestión de tiempo”. Mientras la abrazaba cariñosamente y depositaba un beso en su mejilla. Así pasaron los días, las semanas, ella se sumergió en una nube de depresión, lloró, gritó, al tiempo que nacía un nuevo sentimiento “la autocompasión” al saberse incapacitada y considerarse un estorbo para todo aquel que la rodeaba.

Se hizo a la idea que, aunque su corazón se llenará de ira y dolor sólo existía una gran verdad… “nunca recobraría la vista”, pero también sabía que el amor que la unía a David era más fuerte que todas las tempestades que estuvieran por llegar…. Un día llegó él, con un bastón especialmente mandado hacer para ella, pensado para adaptarse a su mano y no lastimarla, fue un gran regalo ella lo acepto llena de emoción, así poco a poco y con su ayuda se fue acostumbrando a su nueva vida.

Mientras para David cada día era un nuevo reto para iluminarse y poder iluminar a su esposa, comenzó por inscribirla a un curso especial para aprender a leer y desarrollar nuevas habilidades, pero…. Se le complicaba la vida al ir a dejarla e ir a traerla, así que con mucho tacto pensó en plantearle la situación a Ana, no era fácil pues de solo pensarlo se le encogía el corazón. Llegó el momento de hacerlo a ella le horrorizó la idea y comenzó a llorar con amargura –“David, ¿Por qué me haces esto? Me quieres abandonar lo sé, ya no me amas”. Ella no podía ver pero los ojos de él estaban inundados de lágrimas al tiempo que sus palabras hacían un nudo en la garganta. Suspiro hondamente y casi en secreto le dijo –“Por qué te amo, quiero que intentes, que vuelvas a ser la misma de antes, que confíes en ti y sepas que eres capaz de ser autosuficiente”. La abrazó y beso, – “Te prometo que viajaré contigo en el autobús las veces que sean necesarias hasta que tú aprendas a hacerlo sola, cuando estés lista te dejaré hacerlo, sólo entonces ¿de acuerdo?”. Ella no muy convencida acepto. Los siguientes días él tomaba su portafolios y la llevaba del brazo, por el camino le explicaba el recorrido hasta llegar a la parada del autobús, le enseño especialmente a utilizar el sentido del oído para poder distinguir en que lugar se encontraba. La ayudo en todo lo que pudo, hasta que finalmente llegó el gran día, Ana y David salieron juntos de su hogar pero en la parada del autobús, después de tantos días recorriendo el mismo camino juntos, había llegado el momento de tomar caminos diferentes, él abrazo cariñosamente a la mujer que por diez años ha sido su amiga, compañera y gran amor mientras le susurraba al oído –“todo estará bien, tú puedes… suerte cariño”. Se despidieron con un beso.

Durante el camino ella dejaba caer lagrimas gratitud, por la lealtad, paciencia y amor que David le había demostrado, más aún en esta nueva etapa de su vida… Así comenzaron a transcurrir los días, cada uno era una nueva aventura e historia que compartir, descubría que cada día lo hacía mejor, llegó el viernes, mientras pagaba su pasaje el conductor éste le dijo “Que afortunada es usted, al tener alguien que la cuida tanto…” Se quedo quieta no sabía si se refería a ella, se decidió a preguntar “¿Se dirige a mi?”. –“ Sí, he observado que todas las mañanas cuándo usted aborda el autobús, al otro lado de la acera se encuentra un señor con un portafolio en mano que le cuida hasta que usted toma asiento, cuándo esta seguro que usted esta fuera de peligro, deposita un beso en la palma de su mano y sopla dirigiéndolo hacia usted, al tiempo que le dice adiós”. Ana, no lo podía creer era David, sus lágrimas resbalaron por sus mejillas, era la felicidad que la hacía llorar, aunque ya no lo podía ver físicamente, pero sentía cada instante su presencia. Era afortunada, muy afortunada pues él con sus atenciones y cuidados le había dado un regalo tan poderoso como la vista, el amor que es capaz de poner luz dónde hay oscuridad .

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