Tarde atípica

-¡Ahí está el loco!- exclamaban al verlo caminar. No era para menos, ya que recorría las cales de un pueblo donde eran muy pocos los que no lo juzgaban, regando las flores de sus vecinos. ¿Quién no parece estar fuera de sus cabales al hacer lo que sea por los demás desinteresadamente?. Bueno, hoy en día los prejuiciosos tienen un abanico más amplio de productos en las góndolas de los supermercados más prestigiosos, desde homosexuales hasta anarquistas, desfilando como productos de primera necesidad para la sociedad, junto con las “tribus urbanas”.

Teodoro, más conocido como el “loco Chaplin” por su baja estatura, un chistoso bigotín y una muy arrimada a la vista forma de caminar (similar a la del difunto hombre de pantalla), hoy pasaría casi desapercibido, pero en aquel tiempo le tocó comérsela.

Día a día, el muy devoto, jubilado y peculiar personaje, recorría las angostas calles, deteniéndose en cada patio, y dejando al borde de la perfección cada uno de los pétalos de cada una de las flores de cada uno de los jardines. Si había gente, habían también tres cruces en el pecho de la misma en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Una vez lo vi en la vivienda que compartía mi madre con otros cuantos familiares. Me miró en un principio asustado, pero mi –buenas tardes- lo dejó menos tensionado ante mi presencia. –Cuando termine tome asiento por ahí, si no es mucha molestia, amigo-.
Asintió con la cabeza y emitió un tímido –ahora voy-.

Lo esperaba sentado, mateando sólo, a la vuelta, cerca de la capilla; el tiempo pasaba y decidí ver cómo iba en su arte, pero nos topamos antes. –Creí que se había ido, compañero-, dije con una leve sonrisa; respondió con el mismo introvertido y monótono tono un –no-. –Venga a ver-. Fui. Mis ojos se empañaron y la angustia me invadió, pero intenté disimularlo con un comentario positivo: -¡Qué postal!, ¡lo felicito!-. Evidentemente no pude, puso de manifiesto haber leído mi mente al preguntarme si se trataba de mi familia quien moraba ahí, a lo que respondí con un –sí, vamos que el agua enfría- agradecimiento mediante.

Ya sentados, compartimos mate y silencio, así como calidez, un sentimiento de vacío existencial y de igualdad con todos los seres del universo.

Se ponía el sol, y cada cual para su casa, luego de estrecharle la mano, y, más a lo lejos, hacerle un ademán de “hasta pronto”.

No lo he vuelto a ver a él, que ahora reside en un apartamento del Hospital “Alvariza”, en el pabellón psiquiátrico (según dicen). Tampoco logré ver nuevamente en tan impecable estado al nicho 1288 del cementerio de San Carlos.

Deja una respuesta