Tengo una amiga. Bueno, tengo algunas amigas y amigos más, pero a la que me refiero es especial. A lo largo de los años he ido conociendo a muchas personas, en su mayor parte en ambiente laboral, que es, a mi modo de ver, una prueba de fuego para cualquier amistad. En ese ambiente la conocí a ella y a su marido.
Esta amiga en particular es sobre todo leal. Me ha dado buena prueba de ello a través de los azares de la vida. Ha estado a mi lado, sin agobiar, en mis peores momentos, se ha enterado, no por curiosidad sino por interés, de mis asuntos, nunca ha intentado convencerme de nada que yo no quisiera ver por mí misma aunque ha expresado su aprobación cuando ha visto que yo era razonable. Ha sentido mis pesares como yo he sentido los suyos. Ha sabido acompañarme, a veces desde la distancia, por teléfono, haciéndome sentir que estaba ahí.
Como a veces ha leído lo que escribo y le ha gustado, me ha sugerido ella misma que le dedique un pequeño texto.
Ella es una mujer feliz, no ya porque la vida sea benigna con ella y tenga un marido y unos hijos estupendos, sino porque “sabe” ser feliz. Y porque reparte esa felicidad alrededor como cuando yo la conocí, de jovencísimas, yo recién casada y ella aún soltera.
Cuando se compara la trayectoria de esa amistad con otras que no han podido superar el paso del tiempo, es cuando más se aprecia y se está orgullosa de poder decirlo muy rotundamente: tengo una amiga.
Brindo por esa tu amiga concreta Carlota. Hazla llegar nuestro mensaje de que la amistad es la consigna más ennoblecedora de los seres humanos. En vorem la presencia de tu amiga es una aproximación al eje primordial de lo que se llama felicidad. Que tu amiga sepa que aquí hay un contexto donde su amistad hacia tí tiene un acto de presencia imborrable.