Tierra, agua… y mar.

Ella hace y yo deshago. Ella me coloca todo en su lugar. Yo comienzo con mis tareas y, al final, todo es un caótico desconcierto donde yo me entiendo perfectamente pero ella se pierde como un laberinto de imposible salida. Y entonces ella vuelve a colocarlo todo en su lugar y entonces soy yo quien se pierde en tan perfecto orden… hasta que comienzo a trabajar nuevamente y se produce la catástrofe caótica donde yo navego a mis anchas. Y vuelta a recomenzar… pero los dos tenemos buen humor y todo se arregla con una caricia y la salida al teatro o con un beso y la visita a la discoteca. Y es que ella es profundamente terrestre y yo tremendamente aéreo. A veces consigo llevarla a mis nubes y ella goza con lo imprevisto. Otras veces ella me baja al suelo y yo disfruto con el caminar. Y cuando queremos conjugarnos definitivamente penetramos ambos en la mar, donde ella ablanda su estructura con las olas y yo consolido mis alas con la sal. Quizas sea cierto eso que dicen de que los extremos opuestos se atraen poderosamente o quizás sea simplemente, solo y simplemente, que estamos irremediablemente enamorados los dos, como los locos, sin saber por qué y sin preguntarnos por qué y sin analizar por qué…

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