Tánatos

Había encontrado los colores aquellos que en un momento había perdido,
y pensó hasta desarmarse las ideas, por qué había transcurrido tanto tiempo
en soledad. Sin una máquina de triste sonrisa, sin un poema medieval, sin una
historia dantesca. Con una aguja de reloj cristalizada en la frecuencia de su aliento, con un pestillo entreabierto: con una luz apagada.
La capa la cubría hasta el suelo, disfrazando de noviembre las acercas desnudas de soledad, recorriendo el camino que no se recorre sino se regresa. La gruesa capa de ruina de añil robó los llaveros, tiró ceniceros, apagó los braseros, desvistió ángeles pordioseros de una ciudad que nunca imaginó existir.
El jefe era Tánatos, llevaba las flores: tres secas, dos rojas, sin moño ni fin.
Quedaba un perfume impregnado en los dedos; que por debajo de la capa asfixiaba a quien yo fui.

Un comentario sobre “Tánatos”

  1. Precioso texto que habla de alguien que fuiste como antesala de lo que eres. Yo te presiento mujer cristalizada en los alientos de las luces encendidas (más allá de las luces apagada de Tánatos. Aliento. Aliento para seguir sintinedo de la manera profunda que sientesw. Un beso, Celeste.

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