Una vida en el mundo (Novela) Capítulo 10

Black

– ¿A dónde vas tú, negro? ¿Qué hace un negro como tú en un lugar como éste?
– Soy un ciudadano pacífico y tengo derecho a bailar.
– ¡Los negros no pueden bailar en esta discoteca!

Me entran ganas de lanzarle un puñetazo en la boca pero prefiero dialogar con este mamarracho. Creo que los negros tenemos también la capacidad de dialogar y se lo voy a demostrar.

– Escucha bien, compañero, comprendo que tengas envidia…
– ¡Qué estás diciendo, negro! ¿Yo tengo envidia de ti?
– Sí. Tienes envidia de mí pero quiero hacerte comprender. La envidia es consecuencia de dos procesos psicológicos: el deseo y la comparación. El envidioso es un enfermo mental que no consigue nunca mantener el equilibrio emocional. Debes ser consciente de que eres un enfermo mental.

Me ha salido de repente, de lo hondo de mi corazón. Me ha salido de repente y parece que a este gorila no le interesa, para nada, saber que un negro le de lecciones de cómo tiene que ser un humano y de cómo no tiene que ser un humano. Veo su cara de estúpido, de cretino, de anormal, y me dan ganas de atizarle ese puñetazo que se está mereciendo por su sonrisa cínica.

– No es que quiera llevarte la contraria, negro… sino que no deseo hablar contigo porque ya se sabe que los negros y la pesca al tercer día apestan.

Me esfuerzo por aguantar las ganas de romperle la cara para siempre.

– Recuerdo a un buen amigo mío blanco. Según él en este mundo hay tipos de personajes muy curiosos: los xenófobos…
– ¿Los qué?
– ¡Se me olvidaba que estoy intentando dialogar con un ignorante pero déjame terminar! Los tres tipos anormales son los xenófobos, los racistas y los machistas. Según mi buen amigo blanco, los únicos seres humanos que no son ni xenófobos, ni racistas, ni machistas… son los millonarios, los artistas y los inteligentes.
– ¡Me estás cabreando, negro!
– Espera que te lo explique por ver si puedes tener luces suficientes dentro de tu cerebro, gorila de discoteca. Los millonarios no son ni xenófobos, ni racistas, ni machistas… porque se casan sin tener en cuenta ninguna de estas cuestiones; Los artistas no son ni xenófobos, ni racistas, ni machistas… porque se casan sin tener en cuenta ninguna de estas cuestiones y los inteligentes no son ni xenófobos, ni racistas, ni machistas… porque se casan sin tener en cuenta ninguna de estas cuestiones. Te lo he explicado de forma sencilla para que puedas, al menos, pensarlo. ¿Quiénes son xenóbonos, racistas y machistas en este mundo? Si no lo son los millonarios, si no lo son los artistas y si no lo son los inteligentes… ¿quiénes nos quedan sin ninguna clase de dudas?

Pone cara de estúpido; algo así como si no comprendiera que un negro pueda ser mil veces superior a él.

– ¡Lárgate ya, negro!
– Soy un ciudadano libre de este país y tengo iguales derechos que cualquier otro ciudadano libre de este país. Da la casualidad de que yo soy negro pero da la casualidad de que soy millonario, soy artista y soy inteligente. ¿Es por eso por lo que me tienes envidia? Sólo quiero decirte, porque me aburro hablando contigo, que los blancos como tú deberíais saber que todos los seres humanos tenemos la sombra negra. Así que déjame entrar y tengamos la fiesta en paz porque resulta que puedo destrozarte pero prefiero seguir la senda de la paz. Como dijo Nelson Mandela: El arma más potente no es la violencia sino hablar con la gente.
– ¿Quién diablos es Nelson Mandela?

Le vuelvo a mirar su cara de imbécil.

– Un negro que llegó a lo más alto que puede llegar un ser humano.
– ¿Un negro en lo alto de un ser humano o un negro en lo alto de un árbol?
– Te hago saber que, según mi buen amigo blanco, la violencia es propia de un ser cuyo cerebro nunca ha evolucionado desde la época de los primates y que su cuerpo jamás ha bajado de las ramas de los árboles.
– ¿Como tú por ejemplo?
– Me miro a mí y te miro a ti, comparo y veo que el gorila eres tú.

Sigue interponiéndose en mi camino cuando ya decido entrar a la discoteca; así que no me queda más remedio que darle un pequeño empujón para que me deje el paso libre. ¿Es esto ser libre? ¿Es esto ser iguales? ¿Es esto ser civilizados? No puedo responderme a mí mismo. No me dejan responderme a mí mismo. Cuatros manos de piedra me han sujetado por detrás y el energúmeno de la lujosa discoteca se abalanza sobre mí dándome golpes en la cabeza, en el pecho, en el abdomen. Hago esfuerzos por mantener la calma pero no deja de darme golpes tras golpes aprovechando que estoy atado por sus esbirros. Cada golpe que recibo es una desilusión más que entra en mi corazón como un cuchillo afilado; cada golpe que recibo es un desengaño más que machaca a mi alma como un martillo pilón. Hasta que comienzo a perder la conciencia y escucho entre la bruma de mi pensamiento.

– ¡Negro cazado, negro apaleado!

Los tres gorilas se ríen a carcajadas cuando llega el patrullero de la policía y me ponen los brazos atrás colocándome las esposas. ¡Otra vez los brazos atrás! Intento explicar pero me obligan a guardar silencio, a introducirme el coche aplastándome la cabeza contra el capó y a entrar en la celda sin poder soltar ninguna palabra pero soltando sangre por las cejas, por la nariz, por la boca. ¡Otra vez la desilusión de mi corazón y el desengaño de mi alma!

– ¿De qué país eres, negro?
– ¡Soy un ciudadano libre!
– Señor policía… debes de decir señor policía…

Me entran ganas de romper las rejas y me aferro a ellas.

– ¡Soy un ciduadano libre, señor policía!

La única contestación que recibo es un porrazo en las manos y un poco de sangre comienza a salir de mis nudillos mientras me escupe en la cara. Así que me arrincono en un lugar de la celda sin poderlo comprender. Intento comprenderlo pero no puedo. Cierro los ojos y escucho en mi interior…

– ¡Hoy yo tengo un sueño!

Cierro los ojos para poder ver mejor. Es horrible que para poder ver mejor algunos hombres, por ser negros, tengamos que cerrar los ojos. Cerrar los ojos y hundirnos en la negritud de nuestra piel, en la negritud de nuestro anhelos, en la negritud de nuestra condición humana. Los veo con total nitidez. Los negros arrastran sus pies, encadenados unos con otros, mientras el látigo restalla en nuestras ensangrentadas espaldas. Quisiera poder ver algo más bonito como cuando paseo por las calles en plena libertad y observando a las chavalas que se cruzan en mi camino lanzándome una sonrisa pero no puedo… el látigo sigue restallando en nuestras ensangrentadas espaldas y me duele el cuerpo. No me duele tanto el cuerpo sino la desilusión de mi corazón y el desengaño de mi alma. Ellos cantan y yo sólo escucho…

– ¡Hacedle fotos, tomadle las huellas, si se resiste rompedle la cabeza, la rutina de siempre. Estos cerdos tienen que aprender quien es aquí el que manda, que pase miedo entre cuatro paredes, decidle que no moleste!

De repente se abre la puerta de la celda y entra el de siempre, el que conozco de siempre con su sotana negra, como si yo fuera todavía un chiquillo al que hay que corregirle, una tras otra vez, a golpes. ¡No! ¡No quiero hablar con el de la sotana negra porque soy un negro y estoy cansado de tanto rezar a los santos de los blancos!

– ¿Qué ha sucedido ahora, hijo mío?
– ¿Hijo suyo? ¿Yo soy hijo suyo y por eso lleva la sotana negra para que no lo olvide?
– No quise decir eso… hijo mío…
– Puede usted tener todos los hijos que quiera con las negras que su Dios se las permita… pero prefiero ser la resurrección de Kunta Kinte… así que no me venga con sermones de santos blancos porque el Dios en el que yo creo no tiene santos de ningún color sino que tiene amos y esclavos. No sé si usted me está entendiendo.

El de la sotana negra lanza un exabrupto vergonzante, algo así como ¡negro cabrón!, y se marcha violentamente. ¡Otra vez la violencia! ¡Otra vez la desilusión de mi corazón y el desengaño de mi alma! Busco refugio en mi buen amigo blanco… y le oigo, les escucho, le estimo… porque me gusta cómo habla de la libertad sin miedo… sin tener miedo a lo que le digan los demás…

– Un día más para sentir tu nombre Sensación; para notar que aún bullen las savias de las buganvillas y que, en medio de la luz, bajo el potente halo de los filiformes rayos plateados del amanecer, todavía hay algo por lo que sentirse capaz de reemprender la marcha hacia la Primavera. Un día más para querer descifrar las incógnitas impresas en las hojas del acanto, en las barandas del resplandor, en las metáforas del sueño. Un día más para salir en búsqueda de un poco de horizonte e ir hasta la próxima estación de los aconteceres. Un día más para vivir sin miedos.

Me lo imagino sentado en su mesa de escritor soltando sentimientos hacia personas como yo, hacia seres humanos que sentimos la necesidad de perder el miedo para poder vivir en libertad. Por eso es mi buen amigo blanco. Y hasta sonrío cuando le recuerdo, en medio de la fiesta general, decirme “la pregunta no es ¿qué piensan los racistas? porque la pregunta debe ser ¿los racistas piensan?”. Y de pronto se me escapan las carcajadas, aplastado como estoy en el último rincón de la celda y siento impulsos para ponerme de nuevo en pie. Y tal como he aprendido de él, me pongo en pie una vez más, sigo soltando carcajadas, y repito el poema que me ha enseñado alguna que otra vez en nombre de Almafuerte: “Si te postran diez veces, te levantas otras diez, otras cien, otras quinientas; no han de ser tus caídas tan violentes ni por ley han de ser tantas”. Y mis carcajadas ya son explosivas.

– ¡Deja ya de reírte, negro asqueroso! ¡Ya puedes salir libre!

No acierto a comprender…

– ¿Ya puedo salir libre?
– ¿Además de negro eres sordo? ¡Alguien ha pagado la fianza!

Me dispongo a salir sin decir nada pero no puedo evitar la pregunta.

– ¿Quién ha pagado la fianza por mi libertad?
– ¡Ni lo sé ni me importa! ¡Debe haber sido alguien que no sabe de verdad cómo sois lo negros!

Pienso en mi grande y buen amigo blanco…

– ¿Y cómo somos los negros?

Estoy ya en la puerta dispuesto a salir por el pasillo, pero me detiene poniéndome su sucia mano derecha en el pecho.

– ¿De qué país eres, negro?
– Yo no quiero problemas con nadie porque sólo estoy de paso; pero tengo los mismos derechos humanos que usted, señor policía.

Su respuesta es dar otro porrazo más contra mi espalda…

– Negro de paso, garrotazo.

No entiendo. Sólo me queda una pregunta que es como una queja para su conciencia…

– ¿Por qué?

Pero él está tan embrutecido como los gorilas de la discoteca de lujo.

– Porque la raza negra es la peor de las razas humanas que existen. Si no fuese por vosotros, los de la raza negra, todos seríamos más dignos.
– Perdone, señor policía, pero los humanos somos una sola raza. Las razas diferentes sólo son propias de los animales.
– ¿Me estás llamando animal?
– Le estoy diciendo que se mire a un espejo para ver qué es lo que tiene usted que no tenga yo.

Se queda mirándome como si no supiese de qué mundo es ni a qué mundo pertenece. Así que camino por el largo y estrecho pasillo pensando en mi grande y buen amigo blanco. Estoy paseando junto a él, por la ribera izquierda de un río. Le escucho mientras admiro su sonrisa…

– Me emociona recordar a los amigos y a las amigas de la infancia y de la juventud y me emociona vivir la amistad en mi presente… porque la amistad es tan importante que hasta transmite pensamientos paralelos. El compañerismo se busca, la amistad se encuentra y el amor nos sorprende pero ninguno de estos tres sentimientos se deben mendigar.

Saco un par de cigarrillo. Le regalo uno y los dos seguimos caminando por la orilla izquierda de su querido río mientras soltamos el humo de la paz. Le sigo escuchando y no pierde su sonrisa…

– En cuanto a la amistad, que no se mendiga sino que se encuentra y se enlaza en nuestro sentimiento de forma natural, es importantísimo que nunca, bajo ningún concepto, la rompamos. Es como el vino. Cuanto más añejo mejor sabor deja en nuestro ánimo. Sin la amistad nos volveríamos locos de tristeza y sería imposible sentir el compañerismo y el amor. La amistad verdadera es esa palabra que se da y se mantiene a pesar de los pesares… pero existen muchos humanoides que se comportan como las suciedades de un cuarto de baño. Hacen su necesidad utilizando al amigo o a la amiga y, una vez ya sin dicha necesidad, toman la amistad, se limpian sus ambiciones con ella y la tiran por la cañería del desagüe de las emociones. Sucia manera de entender la amistad. Sucia manera impropia de quienes van por la vida alardeando de don de gentes, de gentes de importancia porque han pateado el trasero del amigo y de la amiga después de haberlos utilizado para el menester de cumplir una necesidad tan sucia como sus propias conciencias. En las tuberías de los desagües de muchos lugares secretos de bastantes seres humanos están, estancadas, aquellas amistades que un día les sirvieron para limpiarse con ellas el trasero de sus necesidades.

El ejemplo de mi grande y buen amigo blanco me hacer volver a soltar carcajadas. Y es que sabe poner muy bien los ejemplos.

– Pero la verdadera amistad perdura… y perdurará siempre mientras existan dos corazones limpios enlazados por esa cinta de colores que es el arco iris de nuestras verdades. Los amigos sinceros y las amigas sinceras jamás tiran por el caño de las tuberías a sus amistades como si de papel higiénico se tratase; porque para los amigos y las amigas de verdad, la amistad, como el vino añejo, es algo tan agradable de saborear, que les dejan ocupar un lugar privilegiado dentro de los sentimientos de su puro corazón.
– Entonces… ¿has sido tú quien ha pagado la fianza?

Pero ya no está a mi lado. Se ha evaporado en el horizonte y estoy otra vez paseando, solitario, por los arrabales de esta ciudad tan desconocida para mí. Un grupo de imberbes, desharrapados y pordioseros, me están lanzando piedras mientras chillan como comadrejas.

– ¡Negro y ladrón son la misma condición!
– ¡Un negro apesta hasta echándose la siesta!
– ¡Los negros tienen tan mala suerte que lo mejor para ellos es la muerte!

Ellos son mendigos y yo soy millonario. Salgo corriendo para huír de esta absurda realidad. Las piedras rodean mi cuerpo pero hay algo así como un escudo protector que impide que me den con alguna de ellas. Esto les enfurece más. Esto les encoleriza más. Esto les hace odiarme más. ¿Será esto el odio del que me habla mi grande y gran amigo blanco? Supongo que sí pero ya sólo recuerdo que una especie de mano invisible desvía todas las piedras y que los pobres e infelices racistas se marchan airados por no conseguir hacer diana con mi cuerpo. Y yo solo, otra vez solo, en mitad de la noche, miro a la luna. El recuerdo de mis compatriotas muertos por culpa del odio racial me engulle por completo y me pierdo entre los pasillos del gran aeropuerto.

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