Una vida en la encrucijada, capitulo 4

Capítulo 4 – Chantajeando a mis abuelos.

No lo pensé más. Aproveché la ausencia de mi padre – que estaba trabajando en el campo – y salí directamente hacia la estación de tren como alma que lleva el diablo.
Sólo llevé la poca ropa que tenía, algo de dinero que sustraje a mi progenitor para poder pagar mi pasaje y algunos alimentos para consumir en el viaje.

Subí al primer tren que pasó sin importarme el destino del mismo; lo único que pensaba en aquel momento era poner la mayor distancia posible entre los dos. Tenía demasiado miedo y la certeza de que si me encontraba me mataría.

Durante el viaje, y ya un poco más tranquilizado, no paraba de pensar en mi hermana Natalia. Hacía mucho tiempo que nada sabía de ella, y mi padre tampoco se había preocupado ni en recordar que tenía otra hija. Debía de estar bastante crecidita, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde que la dejamos con los abuelos. También ignoraba cómo estos la habrían tratado. Pero conocía su carácter y su mal genio y sabía que no lo estarían haciendo nada bien. A todo esto pensé que disponía de una buena ocasión para hacerle una visita, ya que el tren pasaba por el mismo pueblo.

El problema residía en cómo justificaría mi viaje, pero ya inventaría algo que les pudiera convencer. Lo importante para mí en aquel momento era abrazar a mi hermana y a mis abuelos, después descansaría de aquel penoso viaje y, por supuesto, comería algo ya que con las prisas me llevé poco de casa y lo consumiría – con toda seguridad – durante el trayecto.

Por fin el tren arribó a la pequeña estación del pueblo. Me apresuré en apearme, ya que contaba con unos escasos cinco minutos para bajar al andén antes de que el tren prosiguiera su marcha. Otras tres personas descendieron conmigo y cada una se fue por su lado, acompañadas de amigos o familiares que habían acudido a recogerles.

Aunque mi padre hubiera avisado a alguien de mi escapada, estaba seguro de que mis abuelos no sabrían nada: los medios de comunicación que había en aquella época se reducían a cartas que se escribían y que siempre llegaban tarde. Así que en caso de que mi padre les hubiera escrito, no podían haber recibido la noticia por falta de tiempo.

Muy tranquilo y despreocupado, emprendí el camino que conducía a casa de mis abuelos. Hacía un rato que había salido el sol cuando empecé a sudar, ya que era verano y el calor era abrumador; pero a parte de las molestias, me abrumaba la emoción pensando en la sorpresa que les iba a dar.

No tardé en divisar la casa, pero a pesar de mi ilusión, me atenazaba el miedo de que no creyeran mis embustes para justificar mi visita. Por la cuenta que me traía no podía decir la verdad. El mal – si se podía llamar así – ya estaba hecho y lo único que me importaba era salir de la mejor forma posible para mí del paso que había dado.

Apenas me acerqué a la puerta de la casa cuando el perro me olfateó y empezó a ladrar con cara de pocos amigos. Al oír los ladridos se asomó una niña – que reconocí como mi hermana –intentó calmar al animal haciéndole ver que se trataba de un amigo. Nos miramos fijamente a los ojos y le dije:
– ¿Que no me conoces, Natalia? Soy tu hermano José – sin mediar más palabras corrió junto a mi lado llorando y me abrazó emocionada al mismo tiempo que salían de la casa mis abuelos.

Me besaron con asombro, ya que les extrañó que un niño de mi edad hubiera hecho aquel largo viaje sin ningún motivo grave. Pronto salí del paso mintiendo y asegurándoles que todo había sido idea de mi padre, debido a que nuestra economía andaba mal y a que estábamos pasando hambre. Les calmé advirtiéndoles de que – quitando este asunto de la escasez de alimentos – todo marchaba bien, aunque también les hice saber que necesitábamos dinero urgente, y que en caso de recibir su ayuda debería retornar al día siguiente. Por supuesto aceptaríamos alimentos sin problema alguno, pues cualquier facilidad que llegara a mis manos, sería bien recibida por mi estómago.

No cabe duda alguna de que fue un día de suerte: picaron el anzuelo gracias a mi abuela, que era muy considerada y sensible e intervino a mi favor. Mi abuelo era tan tacaño que le importaba bien poco sus hijos. Aun en contra de mi voluntad me vi obligado a engañarles, pero cuando uno está completamente desesperado, debe recurrir a artimañas de este estilo con tal de salir adelante. No disponía de medios para sobrevivir; necesitaba ayuda para salir de este callejón sin salida, aun siendo completamente consciente de que estaba mal lo que hacía. Cuando la vida no nos conduce por un camino de rosas, cada uno recurre a su ingenio y, en mi caso, no dudé en recurrir a la picaresca con mi propia familia.

Todo salió bien y al día siguiente fui acompañado a la estación de tren por mi hermana y mi abuelo, y desde luego no de vacío: para aquella época de tanta escasez de recursos me dieron bastante dinero, y un buen paquete de comida. Sobre todo no dejaban de insistir en que tuviera mucho cuidado, no fuera a perder el dinero que tanta falta nos hacía. Para más seguridad, mi abuela fue precavida y me hizo un falso bolsillo donde guardar las monedas. Luego lo cosió para que nadie se diera cuenta del truco. De todas formas nadie podría imaginar que un niño de tan corta edad pudiera llevar tal cantidad en metálico, pero toda precaución era poca y mi abuela quiso curarse en salud para que su aportación económica se mantuviera a buen recaudo sin levantar la mínima sospecha.

Mi hermana no paraba de llorar mientras que esperábamos el tren; en cambio, mi abuelo permanecía serio e impasible como si la cosa no fuera con él. Mi pensamiento ya estaba lejos de aquel pueblo y de aquella estación, pensando en un porvenir sin proyecto alguno y sin tener claro qué rumbo seguir. De momento me vería obligado a subir al tren que se dirigía a la población en la que vivía mi padre, ya que el abuelo me había sacado el pasaje en esa dirección. Sin embargo, una vez iniciada la marcha, ya decidiría lo que podría hacer. El silbato del tren avisaba de su pronta llegada, de manera que empezamos a despedirnos con abrazos y besos para – poco después y una vez detenida la máquina – subir a uno de los vagones, situándome en una de las ventanas. Desde allí pude observar a mi hermana, que aún continuaba llorando y me decía adiós moviendo repetitivamente su pañuelo. El tren se puso en marcha y poco a poco los fui perdiendo de vista.

Traté de abrirme paso por el pasillo de aquel vagón maloliente en busca de un asiento para sentarme, pero los pocos que había ya estaban ocupados, así que no me quedó más remedio que permanecer de pie a la espera de que se quedara algún asiento libre: tardé en conseguir una plaza debido a que no éramos pocos los que queríamos ocupar un sitio, de manera que antes de que alguien hiciera un ademán para dejar su asiento, éste ya estaba comprometido.

Después de llevar una hora de pie, una señora se apiadó de mí al percatarse de mi malestar. Ésta me hizo una señal para que me acercara, y levantándose me dijo: “¡Siéntese joven yo me apeo en la próxima parada y ya casi hemos llegado!”. Le agradecí mucho su gesto, ya que mis pies estaban doloridos de tanto estar de pie. Al fin pude sentarme.

Miré con disimulo a mis compañeros de asiento, ya que entre ellos había varios jóvenes que molestaban a los viajeros cantando canciones eróticas, prohibidas en aquella época de dictadura y represión. En frente mío había un matrimonio mayor, y en sus caras se podía ver reflejado el desagrado por la osadía de aquellos jóvenes.

4 comentarios sobre “Una vida en la encrucijada, capitulo 4”

  1. Esperaba este capítulo con interés, una vez leido, ya me tienes esperando de nuevo. Se me va a hacer largos los dias ahsta el próximo.
    Me gusta la historia, menos mal que has avisado, pero parece que seas tú el protagonista.
    Un abrazo amigo Alborjense.

  2. Hola amiga:
    Te doy las gracias por tu comentario y por tu interés en leer esta historia de vida, en cuanto a lo que dices que parece que sea yo el protagonista, tengo que decirte que es de alguien muy cercano a mí y su sangre también corre por mis venas, de hecho algunos fragmentos de su vida los viví junto a el y en siguientes capítulos entro yo en esta historia como su amigo Ricardo.
    Un beso y un gran abrazo fraternal Alborjese

  3. la vida se me está haciendo historia viva y vívida con tu relato amigo alborjense. Espero más entregas. Es sumamente interesante lo que cuentas y está lleno de vivencia pura y neta. Me gusta cómo relatas las peripecias de una vida hecha humanidad entera…

  4. Hola amigo:
    Por supuesto que lo que yo escribo esta escrito en mis neuronas, y es por lo que lo puedo escribir sin gran esfuerzo, ya que fui testigo de estas vivencias. La historia de vida de nuestro amigo José la conozco, como conozco la palma de mi mano, he incluso en algunos capítulos que están todavía por pegar figuro en su historia como su amiga Ricardo.
    Muchas gracias por tu seguimiento y por tu comentario y un gran abrazo fraternal Alborjense

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