Venecia ha sido llamada “La Dominante”, “Serenísima”, “Reina del Adriático”, “La Ciudad del Agua”, “La Ciudad de los puentes” a lo largo de los siglos. Se respira en ella una atmósfera especial mientras se camina por sus calles y se cruzan sus canales por los innumerables puentes.

Venecia en general y la Piazza de San Marcos en particular son auténticamente mágicas de noche. Cada café de la plaza tiene en el exterior un estrado con su correspondiente orquesta y la música de un lugar a otro es totalmente diferente, sin interferirse entre sí dadas las dimensiones de la Piazza. La Basílica de San Marcos es bizantina y tiene un estilo de una gran belleza, muy opulento y recargado, que ha hecho que se le llamara “La Iglesia de Oro”.

Dar un paseo en góndola, mientras se escucha el canto de los gondoleros y se surca el agua color esmeralda claro de las aguas de la laguna, (algo más turbia en los pequeños canales, desde luego) es uno de esos placeres de los que no debe uno privarse. Cruzar la laguna para ir a Murano a ver las antiguas fábricas de cristal es algo muy interesante.

La primera vez que fui a Italia lo hice por visitar Florencia y no creía que me atraparía tanto Venecia. Es en esta última ciudad donde me encontré con el corazón más ligero, al igual que en Verona.

He leído en algún sitio que Venecia ya no se hunde, al parecer los últimos tests que han hecho desaconsejan ciertas intervenciones que tenían previstas para el mantenimiento de la ciudad. Al parecer, los pilotes de madera sobre los que se sustentan los edificios no se descomponen dentro del agua. Así que disfrutemos del encanto de esa bella ciudad sin pensar, por el momento, que tendrá un fin inmediato.