Vereda de Alcohete.

Salgo de casa a las 8 de la mañana y comienzo a camimar, con mi taleguilla de color rojo al hombro, en busca de nuevas experiencias vivenciales. Busco pistas que me sirvan para aumentar mis conocimientos de caminante. Cuando ya la marcha se hace lenta pero segura encuentro los carteles anunciadores que me sirven, vaya que sí me sirven, para anotar en mi Diario impresiones históricas y culturales. Leo y apunto.

El término municipal de Yebes es de orografía irregular, con multitud de vaguadas y barrancos a excepción del lado orientado al norte.

Al oeste y bordeando la linde que separa el enclavado de Alcohete de Guadalajara discurre la Cañada Real de las Matas, que en tiempos llegaba hasta la mismísima Puerta del Sol de Madrid. El 16 de diciembre de 1970, una Orden del entonces Ministerio de Agricultura aprobó la clasificación de las vías pecuarias existentes en el término de Yebes. Con una anchura de 20,89 metros, la vereda de Alcohete discurre aún hoy por las proximidades del sanatorio psiquiátrico y conecta con la Cañada Real Galiana que transita por las cercanías del Poblado de Miraflores.

A diferencia de las cañadas, que atraviesan provincias y tienen un ancho mínimo de 90 varas, las veredas comunican varias comarcas de una misma provincia y miden 25 varas. Estos caminos reales trashumantes por los que circulaban miles de cabezas de ganado bovino, caprino y lanar en busca de pastos invernales, han sucumbido a manos de la desamortización y la expansión urbanística. Bajo la gestión del Real Consejo de la Mesta, gremio ganadero de la Corona de Castilla que en 1273 instauró Alfonso X el Sabio, las vías pecuarias tuvieron durante siglos una importancia capital, no sólo para la actividad económica sino como difusoras de tradiciones y conocimientos. Este intrincado sistema de comunicación se completa con cordeles, descansaderos, caminos azagadores y contaderos. De aquella tupida red de caminos pecuarios apenas quedan hoy 125.000 kilómetros, que equivale al 1 % del territorio español, unas 450.000 hectáreas.

Esparcidos por el monte, el término de Yebes conserva corralas de piedra de planta circular con apriscos adosados que servían para resguardar al ganado y que denota la importancia de los rebaños que tuvieron en el pueblo para el sustento familiar. Los más característicos tienen incluso su propio nombre, como los “Del Sacristán” o “La Palera”.

Ante mí se abre la presencia de la vereda de Alcohete y me adentro casi un kilómetro hacia su interior mientras escucho el piar de los gorriones y me encuentro con varios ejemplares de encinas. Por un momento me da por pensar…

Leo, a mi vuelta, otro cartel cívico cultural. El término municipal de Yebes está plagado de encinas, una especie característica de La Alcarria y que salpica los llanos mesetarios de esta comarca. Muchas de ellas presentan grandes perímetro troncales y densas copas que evidencian una longevidad centenaria. La organización ecologista ADENA ha difundido la edad de muchos de esos ejemplares que, en algunos casos, llegan a los 500 años. Las chaparras más importantes se pueden contemplar junto a la carretera Nacional 320, así como en las calles del campo de golf de Valdeluz.

El desarrollo de Valdeluz ha respetado la ubicación de estos árboles de la familia de las fagáceas. Antes de urbanizar la zona se realizó un estudio de las distintas especies que había en los terrenos afectados y se elaboró un estudio de cada una de los ejemplares de encinas de las que se descubrió su centenaria edad. Esa salvaguardia hacia uno de los árboles más representativos de España y de mayor valor ambiental, ha permitido resguardar in situ los pies de carrasca que estaban repartidos según el Plan de Actuación Urbanística. En algunos casos incluso se modificó el trazado de las calles para integrarlos en glorietas y plazas y, en la medida de lo posible, como árboles de parques y jardines.

Regreso hacia la población de Valdeluz recordando al Tío Cruz. Me introduzco en la piel de Cruz y me lo imagino siendo muy joven, solamente un zagalillo nada más, con su talego de pan con chorizos al hombro mientras guía su humilde hato de ovejas. Me siento trashumante y observo el paisaje hasta que llego a los tres lagos y vuelvo a ver a los patos saliendo a tomar el sol. el Sol ya se ha levantado cuando llego a la Cafetería Valdeluz. Sigo recordando al Tío Cruz con su pesada carga de zagalillo pastoril y me penetra en el cerebro el clásico silbido que los conductores y guardadores de ganados lanzan para avisar a los perros que deben reunir a las ovejas. Veo a “Toby” caminando a mi lado y mirándome a los ojos. En los ojos de “Toby” descubro la inteligencia animal que, muchas veces, supera a la idiotez de muchos humanos. El café con leche de esta mañana me sabe a cultura pura.

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