¿Y Elvira Flanagan?

El resplandor del amanecer entraba por la ventana de la habitación donde la influenciable periodista aun dormía.
Un zumbido más o menos suave comenzó a despertarla, poco después con la mano enmudeció cuidadosamente al despertador, se llevaba bien con semejante chisme, que mañana a mañana la despertaba.

Su vida parecía bastante estúpida y vacía, en parte debido a una infancia de clausura involuntaria y restricciones afectivas medio impuestas.

Elvira estaba en paro desde hacia mucho tiempo, por esta situación se veía resignada a convivir con su padre y su abuela, debido a que económicamente dependía de ellos. Esta situación la estaba asfixiando, la estaba desgastando, en parte por lo complicado que era para ella comunicarse con sus progenitores.
En cierta manera estaba… acomplejada.

Su vida con frecuencia era insignificante, a veces complicada, principalmente porque hasta que encontrara un empleo que valiese la pena, habría de vivir en un lugar que no era de su agrado. A veces su situación era de resignación y paciencia, mucha paciencia…

Había momentos de calma y tranquilidad que la motivaban a seguir siendo ella y vivir, la curiosidad de sentirse vivir. Sin apegos… En realidad le resultaba complicado.
Tenía una curiosa costumbre que le daba una cierta paz, y era que se echaba en la cama por la tarde, cerraba la puerta de la habitación que daba al patio, pero dejaba la ventana corredera un poquito abierta, creando una corriente de aire por el pasillo que conducía a otra terraza en la parte delantera de la vivienda, entonces por aquella rendija se colaba el silbido característico del viento cuando pasa por una fina oquedad. Ese silbido parecía como un mensaje. Ella lo escuchaba atentamente e incluso a veces se dormía.
Era frecuente verla al final de la tarde salir al jardín de la vivienda y admirar las nubes de atardecer.
Veía como sus circunstancias, su día a día, era en una especie de aislamiento, una especie de encierro que la orientaba hacia lo que parecía ser su vida interior y espiritual. Aunque con frecuencia afloraba el dolor de no poder vivir su vida…. Vida propia. Ella no estaba con su familia por estar viviendo su vida; todo lo contrario, estaba con su familia porque no estaba viviendo su propia vida, sino la vida de los demás… Ella no podía hacer su vida en esas condiciones. Alguien se había apropiado de su libertad, su energía, su libre albedrío estaba como colapsado. Ella no tenía ni su tiempo ni su espacio. Aunque haya místicos que afirman que el espacio y el tiempo no existen, según el nivel de consciència y energía en el que vivamos.
Una vida puede ser un engaño confortable y adulterado o edulcorado.

Su aspecto físico aniñado le daba una apariencia no correspondida con su edad. Toda su fuerza interior que era mucha, estaba siendo dirigida hacia sí misma, pero en negativo. En ella había como un potencial queriendo salir, aflorar.
La mayor parte de sus patrones procedían de una infancia – casting, una especie de constante juego, en el que no bastaba con ser, se tenía que ser de alguna manera para poder ser aceptada por ello. Y no cualquier manera de ser tenía validez. Así era el funcionamiento de aquella especie de concurso existencia familiar. En ciertas ocasiones Elvira citaba aquella frase de un famoso cómico, que más o menos decía: “Yo no seria miembro de un club que aceptara a tipos como yo”. Esta frase la utilizaba cada vez que lo consideraba oportuno, sobre todo para eludir hablar de temas relacionados con la convivencia familiar.

Ella salía frecuentemente a caminar sola por el campo y allí en medio de praderas y caminos hablaba, pero a nadie. Ella explicaba como se sentía, pero a nadie. Se lo comunicaba a la nada, a la totalidad. Al entorno, a la existencia. A pesar de todo, aun conservaba la capacidad de emocionarse al escuchar música, una canción, un mirlo encaramado en un punto cualquiera.
Desarrolló la capacidad de separar el trigo de la paja, que fácilmente se lleva el viento y que nunca se sabe donde puede caer. “¡Cualquiera se pone a buscar!”… Desarrolló la capacidad de prestar atención a lo menudo y significativo, a lo que pudiese aportarle algo. A sentir esa distancia de protección que hay entre la persona y el personaje cada vez que tenía la oportunidad de dialogar con alguien. A veces se enfadaba con su padre, captaba las injusticias y se debatía entre enredarse en discusiones o dejarlas pasar.
Ella parecía una chica distraída, ausente, que no sabía escuchar, pero no, no era así. Lo que ocurría era que ya no prestaba atención a ciertas nimiedades y el exterior la catalogaba de despistada. Al exterior le resulta más cómodo. Para el exterior, los demás, es más complicado tratar de comprenderla.

Una grisácea, pesada y densa mañana de aburrimiento y nubes bajas, en la que parecía que casi nada fluía, se le ocurrió visitar un museo, de esos a los que desde mucho atrás no había entrado. De esos en los que las paredes cuelgan de cuadros y los cuadros cuelgan de las paredes, para que se cumpla aquella profecía no escrita o poco entendida que dice: “Y así todos contentos” tanto los dueños- autores de las paredes, que también son arte, y nadie las mira; como los dueños – autores de los cuadros, a veces idolatrados o idealizados.

Sin paredes ¿Qué cuadros admiraríamos? ¿ Los caballetes? ¿Son arte? Sin cuadros ¿nos molestaríamos en admirar las paredes? ¡Admirar una pared cualquiera, puede llegar a estar mal visto! Es muy posible que en ningún museo se explique quien construyó una u otra pared, eso casi no interesa a nadie, allí lo que cuentan son las pinturas y sus firmas o autores… Las paredes no, están olvidadas, sus autores generalmente son personas desconocidas, que han creado una obra de arte con ladrillos y cemento o yeso, pero al parecer eso no es arte, puede que sea otra cosa, pero no se considera arte. También es posible que convenga que no sea valorado como arte. Las pinturas, normalmente, si que se consideran arte. Pero el arte de levantar una pared y construir…, eso… al parecer es otra cosa bien distinta.

La joven empezó a peregrinar por aquellos amplios pasillos de color claro, había en el ambiente una cierta paz, aunque podría muy bien ser una paz idílica y falsa. Aquello parecía un distanciamiento con la rutina cansina, a veces cómoda y agotadora, tanto física como mentalmente. Las realidades de la Realidad, que cada cual vive de una u otra manera, como pueda, o como le hayan permitido influyen en nosotros y nosotras y también en Elvira F.

Afuera en el exterior, se avistaban las nubes grisáceas, la humedad era mucha. El museo estaba en el interior de un parque que en aquellas horas estaba poco frecuentado. Algunos perros contentos por no tener responsabilidades sociales, ya correteaban divertidamente entre los jardines y arbustos del recinto de aquella área, a salvo del estrepitoso ritmo urbano.

Elvira se había dejado llevar por aquella situación tan novedosa en el museo, una experiencia casi desconocida en el pasado de la joven, exceptuando alguna que otra visita en época estudiantil y atrapada dentro de un papel secundario en el sistema familiar, lo que le había impedido realizar ciertas otras cosas.
Caminaba lentamente, mirando cada cuadro como si fuese ella la que tuviese que dar algo a los cuadros. No solo su atención. A veces parecía que buscaba algo muy concreto.
Cada cuadro aparentaba un mundo, una realidad, superficial, hueca. A Elvira parecía no gustarle su vida, su realidad. La aceptaba como cada mañana despertando ante el despertador para iniciar un nuevo día, pero a ella no se la veía convencida de tener que vivir esa vida, ni tampoco se la veía satisfecha, es posible que no estuviese de acuerdo, y al parecer asumía las consecuencias, muy poco se la veía discutir o creando conflictos en la casa; cuando su padre la incordiaba ella siempre decía: “No me busques que no me encontrarás”… Aunque a veces no funcionaba.
Quería cambiar de vida y no acertaba al como hacerlo. Dicen que la mejor manera de hacer algo es haciéndolo. Pero ella, al parecer no acababa de encontrar lo que buscaba. Es muy frecuente que haya progenitores que permitan a sus hijos “buscar” “buscarse a sí mismos”. No era el caso de Elvira.

Iba mirando cuadro a cuadro.
¿Y Elvira Flanagan?¿ qué estaría buscando?

Los miraba con la boca abierta y la mirada conectada sobre el lienzo, parecía una niña, los miraba como con inocencia, su mente parecía estar en blanco.
Aquellos cuadros eran simples telas de alto precio, de calidad, llenas de pinturas con sentido y forma, que siempre están ahí paralizadas sin hacer nada y a la vez inspirando o dejando indiferente a quien las mira. Las pinturas eran símbolos interpretables, según se mire. También podían verse como meros objetos de subasta.

Poco a poco avanzaba. Entregada, como extasiada. Ni siquiera miraba a los demás asistentes.
Sus manos se mantenían escondidas dentro de los bolsillos de su abrigo de unos cuantos años atrás, ella no entraba en temas de modas y marcas de ropa. Y tampoco se la veía una persona ruin.

Un encargado uniformado, se había parado un momento a mirar lo que hacía, pero debió advertir a una fuerte niña inofensiva incapaz de hacer daño, con lo cual siguió por el pasillo, dejándola en el centro neurálgico de su belleza, si tenemos presente que el contemplar es una forma de belleza, quizás sea porque carece de motivo o expectativa alguna y quizás por eso se contemple tan poco.

Los cuadros eran de escenas antiguas, de épocas medievales. Otras formas de vestir. Los mismos rostros humanos, pero pintados de otra manera, siempre fijos, sin movimiento alguno. Era muy fácil maravillarse ante aquello para una joven mujer casi asqueada de una cansada y agotadora vida sin alicientes. Su vida debía estar estancada como cualquiera de aquellas pinturas. ¡Al menos el vivir invita al movimiento!

Parecía que desde su interior buscaba un lugar donde olvidar su día a día, su abuela, su padre. O tal vez poner comprensión en su vida.

Las pinturas iban pasando fantasmalmente ante sus ojos verdes y bonitos, las pinturas nunca opinan ni juzgan, ni describen ni analizan al visitante, ni llenaban su cabeza de teorías, ni magistrales explicaciones académicas. Las pinturas, hablan sin hablar. Las miradas siempre miran en silencio, hasta que aparece el conocimiento y empieza una descripción. Esto puede ser muy útil para poder llenar libros de arte y guías de museo. Pero mirar en silencio es otra cosa. Contemplar es otra cosa.
Ella en aquel lugar se expresaba corporalmente con espontaneidad. No había cruzado palabra alguna con nadie. Sus manos seguían guardadas en el fondo de unos calurosos y acogedores bolsillos.

Su cabeza se inclinaba ligeramente, posiblemente porque se habría colado algún pensamiento o imagen. Había asistentes que la miraban con una especie de ternura, al menos eso parecía.

El tiempo de reloj, el tiempo de horario, avanzaba, aunque el Sol no entendiese de… Esos extraños y útiles cálculos. Pero la vida de ella estaba atrapada o detenida en aquel nuevo mundo de fascinación y simbología plasmada con colores. El cuadro era como una cárcel enmarcada, donde sus personajes y habitantes parecían querer decir algo… y quedarse en el intento.
Inspirarían algo, y es posible que ella se sintiera identificada con ese estimulo: ¡Quiero pero… no sé como hacerlo! Aunque seguía siendo un comportamiento aprendido.

Una voz masculina la advirtió de algo: “Señorita, vamos a cerrar el museo”.
En ese momento real y autentico, crudo y aliñado como la vida misma, ella se acogió a un simple: “Gracias”.

El vigilante de seguridad se retiró, dejándola a solas. La luz artificial empezó a disminuir. Aquella conocida sensación de abandono volvió a aparecer en el ambiente, en escena. Como cuando era una niña aprendiz de adolescente incomprendida. Como viviendo aparcada en su habitación esperando que su madre la llamara en cualquier momento para realizar alguna tarea domestica. Y después vuelta a empezar.

“Mamá me duele la cabeza” “Tomate una aspirina, niña”. Era un discurso frecuente en su infancia un tanto alargada y a la vez castrada. Porqué para unas cosas se la consideraba un niña y para otras una mujer.

Elvira se había quedado plantada ante un lienzo, desde dentro un individuo la observaba sonriente por querer salir y triste por estar allí dentro. El hombre de la pintura estaba como en familia…

Cada vez había menos gente en la sala, y ella miraba atentamente al hombre
“¿Quién eres?”
“Soy un dibujo, sin vida propia. No deberías hablar conmigo…”
“¿Y que haces?”
“Estoy cuidando a mi nieta. Estamos atrapados en esta situación, no podemos cambiarla… Procura que nadie te vea hablar con un cuadro.”

“A mi no me gusta mi vida”
El dibujo le dijo: “Pero ¿porqué?”
“Siento como un vacío… Dijo ella, y al mismo tiempo volvió a preguntar: ¿Sabes quien te pintó?”
“Debió ser alguien que pensó y decidió por mi. O quizás alguien en quien me reflejaba”.

El dibujo insistió:”Debes dejar de hablar conmigo, podrías tener problemas”.
Elvira miró a un lado y a otro. Tocó el cuadro por última vez y abandonó el lugar.
Aquella misma tarde le dijo a su padre que el colchón de la cama le estaba haciendo daño en la espalda y que quería que le comprase uno nuevo, sencillo, de espuma…
Al día siguiente Elvira estuvo por la tarde acostada en su muevo colchón, con las manos en el vientre, siguiendo el ritmo de su respiración, sus manos subían y bajaban poco a poco. Ella tenia la cabeza girada, mirando por la ventana.
Elvira estaba sonriendo. Posiblemente con la mente en silencio. Preparándose seguramente para iniciar un cambio en su vida, aunque no supiese como hacerlo.

Elvira susurró algo que estaba relacionado con lo que había visto en el museo, algo que había llamado su atención en aquellos rostros plasmados sobre un mero lienzo.

“…sonriente por querer salir y triste por estar allí dentro…”

3 comentarios sobre “¿Y Elvira Flanagan?”

  1. Esa si es una verdadera lucha interna la de Elvira.
    Tu descripción de lo que siente al mirar los cuadros es magnífica, nos induce a adentrarnos en el personaje de la chica, en sus sentimientos. Has logrado tenerme engancha da a tu relato.
    Genial amigo Volskier!!
    Un beso:

  2. Es muy bueno el relato, compañero. Si existe alguna falta no es ninguna falta… porque las faltas son las que necesitamos para sseguri creciendo como escritores. A mi me dan lástima los escritores que llegan a una cima de donde ya no saben superarse. Un abrazo cordia. He leído el relato y me ha gistado. Bien.

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