La canción decía “Tres cosas hay en la vida: Salud, dinero y amor. Y el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios”.
Pero lo nuestro es pasar
como va pasando el viento
por los caminos del tiempo.
Pero lo nuestro es pasar…
Si a veces piensas que soñando
te conviertes en pétalos de olvido
y te perduran las ausencias del recuerdo
vagando entre sombras y caminos…
si a veces piensas esos sueños
posiblemente te habrás ido…
y llegará el momento del retorno
entre anhelos de soles vespertinos.
Y entonces yo me habré ido…
y mis versos se habran quedado
y los rumores del río
serán ecos de verbo callado.
Dejádme entre los silencios
que esculpen mis propias sombras
donde el rumor de lo eterno
desgrana leves estrofas
más allá…
más allá de los espejos…
más allá de las esporas
que habitan entre los versos
de meses… de días… de horas
que reverberan reflejos
entre sus rimas sonoras.
Yo podría enlazar en las palabras
un eslabón de larguísimas presencias
para deciros, amable y sencillamente,
que el hombre se inicia en su ausencia
y que es el silencio de la soledad
la voz que le oprime, que le inquieta,
que le hace llegar a la frontera
de su profunda tristeza.
Diáfana caracola de los vientos
que cruzaste un día mis sentidos:
!en cuántos mares tus latidos!
!en cuántos lugares sedientos!.
Dejábamos correr los besos olvidados
deslizándose sobre los toboganes
incólumes
del agua…
Es el Madrid del silencio
la noche y la luna apretadas,
cuando se duerme el milenio
de la historia repetida
porque la tarde pasada
fue una experiencia sentida
junto a tu cuerpo sin dueño…
junto a tu boca encendida…
El mejor violinista de todos los tiempos fue un personaje legendario en el arte de la perseverancia.
Quito, 22 de diciembre de 2004
Hoy me he despertado con un sueño azul escondido en la transición de las nostalgias. El café humeante de la mañana me trae la sensación de saber que el día ha amanecido con el sol esplandente de las conciencias comunitariamente claras y es aquí, en esta claridad de los misterios, donde he podido aspirar el aroma de una mujer envuelta en pétalos de orquídeas. Salir a la calle, a abrazar al primer transeúnte guardián de las esperanzas nocturnas, ha supuesto para mí recuperar el sentido de esa maravillosa creación humana que llamamos concordia y después, cuando he saludado a los azucarados amigos de la cotidiana aventura de existir en el pleamar de las vivencias, he podido comprender que no hay mejor manera de comenzar el día que deseando la paz a los vecinos… Sigue Leyendo...
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