Quisiera decirte algo
Que no se si debo decir.
Es algo muy importante
Que no se si debiera decir.
Sea Tita Cervera la primera en ser gloriada,
porque le ha echado dos “galletas”
a la gran gilipollada de un Alcalde que ve poco,
digo poco….o casi nada.
La tala indiscriminada es su empeño,
dueño de su poder talador es,
y en tal manera que despoblando de árboles
mate a la primera Dama del Pincel: doña Tita
y Cervera para más inri.
Madrid se queda seco y peco al decir
que quizá muera. El verano atroz en la carrera
de ser caluroso y villano
no dejará que la sombra abanique con su mano
a damas, que sin peineta, paseen por la Glorieta.
Doña Tita, que el nombre tiene también su punto de color, esta indignada. Al señor Alcalde de Madrid, o a quienes iluminó este noble arte de lo urbanístico, se le abierto el cielo y ha decidido talar, o en su caso, replantar los árboles, que en tiempos de Carlos III fueron colocados como una verdadera gloria. No se valora el impacto sobre la memoria histórica, y además se atenta contra los intereses de doña Tita, que muy a lo Agustina de Aragón, ha decidido atarse a un árbol y esperar la tala. ¡Este gesto sí es merecedor de un título nobiliario, para el que sugiero sea nombrada Baronesa del Platanar o Duquesa de la Bella Sombra o Doña Glorieta de los Arbolones…¡ bendita sea su intención de ser mártir!. No se equivoca y su propuesta debiera ser secundada por otro muchos, que conscientes de la presencia notoria del arbolado, no debieran permitir tamaña osadía del Alcalde. Queda la propuesta desde Vorem de participar en el atillo de congruentes y naturales contra la osadía pertinaz de quien, a sabiendas del mal que causa, es prócer y aboga no sólo por la tala, sino por la incorporación al conjunto de la señora Tita, que permanecerá atada a la columna del mismísimo Parlamento o será, en demasía, echada a los leones.
Pasé unos días con Don Pepo y su esposa en Villa Carmen, una pequeña vivienda con huerta situada en la aldea de Los Ventorrillos, pedanía perteneciente a Alhama de Murcia. Unos días sencillos pero, por eso mismo, por su sencillez, altamente profundos. Horas enmarcadas en el trasiego del paseo matutino, el almuerzo hogareño y la charla a media tarde. Allí hablábamos él y yo de esos temas tan instrínsecamente propios de la vida misma. Y entre razonamientos pausados y análisis de la sociedad nos embarcábamos en la tarea de beber vino tinto en el porrón.
Hace tiempo que dejé mis palabras sobre un banco,
en un parque lleno de incipiente primavera.
Olvido necesario, como buscando la ausencia
para regresar a buscarlas y jugar con ellas.
Palabras que se acomodan a mi decir árbol,
a mi sentir la brisa, a mi callar silencios largos.
El poema es un ser orgánico, veraz, oceánico.
Se inicia como una gota de rocío y te desborda.
Sin prisa, sin darle altura alguna, con mucha calma
dejando el alma en cada verso y cada paso.
Algunos comentaban que él era feliz. En su casa, en su pequeño espacio personal, tenía una pelota de colores. Cuando iba a clase sonreía a la pizarra y hablaba con su mesa, como si la vida fuera algo más que lo que todo el mundo aprende. De él decían que su simplicidad le hacía feliz, que su tontera perpetua le haría escapar de la inmensa brutalidad de la vida. Jugaba con su pelota de colores y estaba tan solo como su propia inocencia. Nadie estaba para adivinar en él a un niño sin cariño. En mitad de ese río de la vida su pelota le acompañaba, le incitaba a ser feliz dando saltos. Su inocencia no era la adecuada para un anuncio de la tele; en el fondo esa estupidez le hacía ser intrépido e inusual. Poco más que su pelota de colores; algo más que una inocencia común.