La oruga esta creciendo,
La oruga ha crecido,
Son tiempos distintos,
Con acciones iguales,
Que desencadenan,
Una misma consecuencia;
Así es mi vida..
Palabras que no pesan, palabras que embelesan,
las tuyas, las suyas, las de ella, las de él.
Palabras que sangran, otras que sanan,
palabras perdidas, palabras sentidas,
durmientes, silentes
alegres y danzantes.
Unas llenas de poesía, otras plenas de silencios.
Las que gimen, las que lloran, las que gritan sus lamentos.
Palabras pensantes, asonantes, constantes, brillantes
y hasta galantes.
Palabras que surgen de entre las olas,
otras, el viento las trajo a su hora.
Está ya felizmente solo; no sabía que podía sentirse así, se puso a recordar desordenadamente todo lo que había vivido y pensaba que era hora de, rebosante, verter. Conoció a destellos a todo tipo de gente y quería relatarlo todo desde el bobo que fuera su mejor amigo hasta sus pensamientos más mórbidos o costumbres más ocultas como cuando metía sus narices bajo la camisa mientras defecaba para oler profundamente sus propias pestilencias; era un sujeto diferente -quién sabrá cuan diferente- cuando cada persona lleva su propia particularidad sobre su coronilla.
No me mires a los ojos
Que son puñales de arena
No me rasques las costillas
O harás que mi mundo crezca
No me reproches rencores
Ni me hables voz ajena
Que las injusticias son
Suspiros en la maleza
No me recuerdes caminos
Que de negros se me queman
Dame paz y buenos rollos
Y yo te daré presteza
No me cuentes avaricias
Que la mar se me las lleva
No rompas lo que no puedas arreglar
No engendres planes que no puedas concretar
No traigas amigos que no puedas presentar
No digas nada que no puedas argumentar
¡No!
No rimes con “ar” si en esto de la poesía no quieres que te vaya mal
No digas “no” porque eso no suena actual, ¡libertad!, ¡libertad!, eso es lo más normal
¡No des consejos!
No des palmadas
Cafetería de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid…
Carmen Vergara Ordóñez está dispuesta a tomarse un suculento desayuno y, concentrada en sus propios pensamientos, no se apercibe de la llegada del Decano hasta que éste le toca ligeramente en el hombro izquierdo.
– ¡Perdone, señorita Vergara!
– ¡Jesús! ¡La próxima vez preséntese usted de una manera más ruidosa porque me ha dado un susto que casi me caigo de espaldas!
Es necesario abrir de vez en cuando, sobre todo ahora que se acaba el verano, la puerta dorada de nuestras infancias y bucear en todo aquello que nos hizo lo que hoy somos. Al abrir nuevamente un hueco en el panel de la vida pasada para sumergirnos mediáticamente en el transitorio océano de las vicisitudes vividas en la infancia somos capaces de acumular secuencias explicativas de nuestra actual forma de ser. Es lo que yo estoy haciendo ahora con el álbum de fotografías familiares. Especialmente me detengo ante esta en que nos encontramos todos los que formábamos parte de la banda de El Trabuco mientras comemos higos en el huerto del Tío Eulogio, el que bajaba por las calles de Cuenca siempre con los brazos tras la espalda mientras sus manos sujetaban la enorme llave del portón de su huerto. Y nosotros allí, escondidos, comiendo higos dispuestos a escapar en cuanto nos viera…