Fugas

Mirándolo a los ojos con natural ternura, le mostró algunas cartas que guardaba como tesoros. Dos poemas tristes, una canción por la mitad que ella no había escrito. Todo formaba parte del hermoso proceso de conocerse y descubrirse, que compartían hacía ya mucho tiempo. El aprendizaje que llegarían a hacer sobre ellos mismos, los sorprendería mucho más de lo esperado.

Todo parecía en orden, la ventana descubierta dejaba entrar dos rayos de luna, que admiraron juntos hasta volverse locos de tristeza, dándose cuenta, en silencio, de la vida tan sencilla que llevaban.

Cuando el sol despuntó, apareció su nombre tachado en la portada de la casa, despertó solo, cual si fuera un cuento de final aterrador. Nada peor que la soledad de una cama congelada y el perfume de rosas vagando sin destino fijo. La ventana, que durante muchas noches fue testigo de sus muertes y renacimientos parecía una ventana más, como cualquier otra, de cualquier otra casa. Entonces se enfrentó con su propio destino, defraudado y a la deriva creyendo que no podría soportar la monotonía de estar sin ella, y con su propia soledad.

No era el momento quizá, aunque su corazón no encontró por ninguna parte explicaciones. Pensaba que con el tiempo ella regresaría, dispuesta a continuar su vida de pareja, con pueril tranquilidad. Pero era justamente eso, lo que a ella le aterraba. La tranquilidad de una vida sin vaivenes, sin oscilaciones. La monotonía de un almuerzo en familia, con niños, perro y todo, tejiendo un futuro disfrazado de amor pero falto de pasión. A las cuatro de la tarde, despertó sobresaltado, con un mal presentimiento, y no tardó en mirar por la ventana hacia el jardín que resplandecía como el mejor día de primavera. Sus ojos se llenaron de palabras de súplica que nunca pudo pronunciar, y su alma de resignación.

Ella corría, con el sol en la frente, despeinada y riéndose a carcajadas por la calle cercana a la terminal, hasta llegar a donde lo encontraría a él. A pesar de tener pocos centímetros de taco, sus zapatos parecían bailarines profesionales de una música desentonada, y su larga falda de colores opacos, contrastaba perfectamente con sus brillantes labios de carmín.

Llegó gloriosa, casi llorando de alegría, al darse cuenta de que cometería una maravillosa locura. Tocó timbre en el apartamento 308 del 1458 y una voz, entre violácea y templada, respondió un monosílabo.

‘Nos vamos’ dijo ella, apoyándose las manos en la frente, extenuada; y a la vez, muerta de risa, como desquiciada.

Y se fueron, juntos, escapados. Derribando los límites de un país que ya no les pertenecía; y ella, escapando, además, a la monotonía de su legítimo amor bienaventurado, y corriendo tras la magia y la incertidumbre de un futuro desenfrenado.

A las cuatro de la tarde, tomaron un vuelo directo hacia París, la ciudad de las luces, de la literatura y el arte de vanguardia.

A la misma hora que aquel, había tenido ese extraño y particular presentimiento.

Un comentario sobre “Fugas”

  1. Es precioso Celeste… porque unes en un eje de literaria concepción dos disímiles sentimientos y los conjugas con un artístico vaiven. Tu texto me llena de sentir porque muchas veces nos encontramos con situaciones tan similares a las que expones en tu Fugas que las Fugas son las propias respuestas. Es muy bonito, Celeste… !y enhorabuena por estar otras vez entre nosotros!.

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